Capítulo 66
Al observar más de cerca, me doy cuenta de que el maestro ya está en sus últimos años, claramente avejentado, y me preocupa ver a una persona de su edad viviendo sola en un lugar tan desolado. Frunzo el ceño y pregunto: —¿Y sus hijos?
—No tengo hijos.
Responde el anciano con una sonrisa, como si fuera lo más normal del mundo.
De repente, siento un nudo en el corazón, una sensación pesada y un amargo dolor llenan mi pecho.
Observo su ropa desgastada, llena de parches por todas partes.
Con paciencia, nos explica las delicadezas de su arte y saca una pieza recién comenzada para mostrarnos cómo trabaja.
Al final, mientras empacamos para regresar.
El anciano sentado en su mecedora me pregunta: —¿Volverán ustedes?
Esta escena me recuerda mucho a mi abuelo, quien hace años me preguntaba lo mismo desde su mecedora en el umbral de su casa.
—María, ¿cuándo volverás?
—Volveré, lo prometo.
Tomo la mano del anciano y en sus ojos veo la soledad.
Arturo me cuenta la historia del anciano.
Hace seten

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