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Capítulo 40

Al llegar a la entrada del hotel, Pablo bajó primero y, con toda cortesía, rodeó el carro para abrirme la puerta y ayudarme a descender. Las personas que aguardaban para saludarlo y ganarse su simpatía, al ver la escena, se dividieron, la mitad vino directa hacia mí. —Señorita, ¿cómo se llama? Rodeada de perfumes caros, cuyo exceso y mezcla creaban un aroma sofocante, sentí ganas de estornudar. —Soy Patricia. —Respondí con una sonrisa. —Señorita Patricia, ¿qué relación tiene con el señor Pablo? —Se le ve muy atento con usted. —Normalmente sus acompañantes bajan solas del carro. Todos hablaban a la vez, sin preocuparse de que yo los oyera. —Soy una persona a la que Pablo ha pagado para acompañarlo. —Dije con total sinceridad. Hubo un silencio generalizado. Hasta que, después de unos segundos, alguien rió, intentando romper la tensión: —La señorita Patricia sabe bromear. Rodé los ojos en silencio. Decir la verdad y que nadie la crea. Pablo me paga por asistir, ¿no es eso exactamente? —¿P

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