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Capítulo 86

Lucía, sonriendo forzada y disculpándose, despidió a los policías, y solo entonces volvió para ajustar cuentas con el culpable. —¿A qué viniste? Su semblante estaba muy frío, y el tono también. Tomás no soportaba verla así e, irritado, tironeó del cuello de la camisa. En su cuello ya se extendían varias manchas rojas: a simple vista era evidente que se había puesto alérgico. Lucía recién entonces se dio cuenta de que Tomás claramente había bebido demasiado. Aunque se conocieran desde hacía siete años, Lucía jamás lo había visto borracho. Quién iba a saber que su tolerancia al alcohol fuera tan mala, ¡y encima venía a armarle un lío a ella! Lucía tenía el enfado atravesado en el pecho, y su expresión no era nada buena. Pero Tomás, empeñado, siguió ordenándole como antes: —¿En casa tienes medicina para la alergia? —¡No! ¿Acaso creía que su casa era una farmacia? —Entonces sírveme una taza de agua caliente. —Tomás se frotó el entrecejo; parecía muy agitado. —Usted sí que es un hombre olvi

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