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Capítulo 25

Aquel día, Sara, medio aturdida, le puso la inyección equivocada, y tras varias veces, el dorso de su mano quedó completamente amoratado e hinchado. La última vez, ¿cómo había reaccionado él? Entonces, le pareció que esa Sara confundida tenía cierto encanto; incluso cuando Sara lloraba y le pedía disculpas, él simplemente le sonreía despreocupado y le decía que no pasaba nada, que todo era cuestión de tiempo. Desde ese momento, quedó atrapado en el remolino que era ella, cometiendo error tras error, sin poder volver atrás. Pero esta vez, miró fríamente a la Sara que tenía delante, que le pedía disculpas, y le ordenó con voz severa: —¡Llamen pues a su jefe! Después, tras recibir Sara una compensación económica por parte del hospital, la despidieron, y así, Sara desapareció de su mundo para siempre. Y cuando terminó de recibir el suero, una figura familiar se acercó a él y le extendió la mano. —Nicolás, vámonos a casa. Nicolás alzó la mirada y vio a Esther, que lo contemplaba con amor y

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