Capítulo 20
Por otro lado, José llegó a la azotea de la empresa y vio a Elena de pie, al otro lado de la barandilla. En su mirada solo había frialdad.
—¿Todavía te atreves a aparecer ante mí?
La última vez en el extranjero, de no ser por la aparición repentina de Elena, él e Isabel nunca habrían acabado tan mal.
Elena lo miró suplicante: —Tenemos dos hijos, ¿de verdad no me quieres más?
Después de todo lo vivido, ya entendía que los hombres pueden ser despiadados y poco fiables. Pero desde pequeña, había sido mimada; más tarde, José la mantenía y, salvo gastar dinero, no tenía ninguna habilidad para sobrevivir, mucho menos sacar adelante a dos niños.
Ya no tenía otra opción: solo podía suplicar a José que, por lo que vivieron juntos, la dejara quedarse.
José soltó una carcajada fría: —Si no hubieras metido cizaña, Isabel y yo no estaríamos así. ¡Te odio! Si pudiera, te mataría. Y esos dos niños no me importan.
Sus palabras, ligeras y cargadas de desprecio, destrozaron las últimas esperanzas de Ele

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