Capítulo 3
Sofía estaba tan enfadada que casi se echó a reír.
De verdad, toda esa familia la tomaba por tonta.
No solo tramaban a sus espaldas todo ese plan de ayudar a Ana a tener un hijo, ¡sino que incluso esperaban que ella, cuando naciera el niño, se encargara de criarlo!
Ana ya estaba embarazada, y esa misma noche, Iván no volvió a "arrodillarse en el santuario familiar". En cambio, regresó a la habitación de Sofía.
Pero apenas había entrado cuando la voz ansiosa y angustiada de Marta resonó desde fuera: —Iván, Ana tiene dolor de barriga. ¡Ve a ver cómo está!
Al oírlo, Iván titubeó, su rostro reflejando una lucha interna. Pero al final, subió las escaleras.
—Sofi, solo voy a ver cómo está, vuelvo enseguida —dijo Iván—. Ana es viuda y está embarazada, no puede sola.
Sofía ya tenía el corazón completamente roto, ni siquiera intentó detenerlo.
Así que esa noche, Sofía volvió a escuchar unos gemidos muy suaves y disimulados desde el piso de arriba.
Ana, aunque ya estaba embarazada, seguía acostándose con Iván…
Sofía creía que ya nada podía herirla más, pero las lágrimas empaparon su almohada.
No fue hasta casi el amanecer que Iván regresó.
La abrazó por la espalda, con cierto cansancio en la voz: —Estoy agotado... Sofi, no pienses mal. A Ana le dolía la barriga y estuve toda la noche haciéndole masajes. No pasó nada más.
Aún llevaba el perfume de Ana, y ese olor le resultó tan repugnante a Sofía que se apartó bruscamente de sus brazos.
—A partir de ahora, vete a vivir con Ana —dijo Sofía con frialdad—. Ana es viuda y necesita a un hombre, yo no.
Iván se quedó atónito un instante, pero enseguida estalló de rabia.
—¿Qué quieres decir? ¡José murió salvándome! Ahora Ana no se encuentra bien, ¿y qué tiene de malo que la ayude por él?
La miró con frialdad, los ojos llenos de decepción: —Sofi, ¿de verdad crees que hay algo entre Ana y yo? Si piensas así... está bien. De ahora en adelante, no me meto en nada que tenga que ver con Ana.
—¡Para que no dudes de mí, mejor evito cualquier sospecha!
Dicho esto, Iván salió dando un portazo.
En los días siguientes, realmente no tuvo ningún contacto con Ana, ni siquiera cuando ella fue a hacerse un control médico. Él se mantuvo lo más lejos posible.
— Papá, mamá, ustedes lleven a Ana al hospital. Yo no puedo; no quiero que Sofía se imagine cosas y piense que hay algo entre Ana y yo.
Con una sola frase, hizo que todo el peso del conflicto cayera sobre Sofía.
Marta le lanzó a Sofía una mirada feroz y resentida: —¡Nunca he visto a alguien tan mezquino! ¡Somo familia! ¡Aun así te molesta que Iván ayude a Ana!
— ¡Si eres tan egoísta, de ahora en adelante, la vida de Ana es tu responsabilidad! ¡Tú la acompañarás a sus revisiones médicas!
Dicho esto, Marta le ordenó con muy mal modo a Sofía que arrancara el auto.
Sofía no dijo nada; simplemente tomó las llaves y fue al garaje a sacar el auto.
Justo al sacar el auto del garaje, de repente Ana se inclinó hacia un lado y cayó bajo una de las ruedas.
Antes de que Sofía pudiera reaccionar a lo que estaba sucediendo, escuchó un grito desgarrador de Ana: —¡Ah... mi hijo... mi hijo...!
Los gritos atrajeron a todos. Iván fue el primero en correr hacia ella: —¡Ana, ¿estás bien?!
—Iván, tengo mucho miedo —Ana lo agarró de la mano, llorando desconsoladamente— ¡Me duele mucho la barriga! Iván, ¿mi hijo... ya no está?
—Te lo suplico, salva a mi hijo. Yo puedo morir, pero a mi hijo no le puede pasar nada.
A Iván le dolió profundamente verla así y la consoló en voz baja: — Ana, no tengas miedo. No dejaré que les pase nada, ni a ti ni al bebé.
Llevado por la emoción, dejó de llamarla cuñada y la llamó cariñosamente por su nombre.
A Sofía se le llenaron los ojos de lágrimas, pero antes de que pudiera siquiera entristecerse, Marta señaló el auto y gritó: —¡Sofía estaba manejando! ¡Ella atropelló a Ana!