Capítulo 31
Jacqueline bajó la mirada para observarlo.
La luz del amanecer lo envolvía en un resplandor dorado. Arrodillado allí, su postura era tan devota como la de un creyente fiel.
Ella recordó el cielo estrellado sobre la sabana africana, lo recordó interponiéndose entre ella y las fauces del león, recordó los torpes pero sinceros esfuerzos que él había hecho en esos días... Finalmente, no pudo contener más las lágrimas que se deslizaron por sus mejillas, sin embargo, en sus labios floreció una sonrisa radiante, liberadora.
Extendió la mano hacia él. Su voz, teñida de llanto, sonó, sin embargo, más firme que nunca. —Sí.
Alfredo, embargado por la felicidad, colocó el anillo en su dedo anular con manos algo temblorosas. El tamaño era perfecto.
Se puso de pie y la abrazó con fuerza, como si quisiera fundirse con sus huesos y su sangre.
Ambos se fundieron en un abrazo bajo la luz resplandeciente del Pico Ocaso Dorado. Afuera del teleférico, el mundo era un paraíso de nieve pura. Adentro, una pasi

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