Capítulo 145 El jefe que no podía comer picante
—Está bien, buenas noches para ti también. —Respondió ella con una leve sonrisa antes de volver a entrar al ascensor.
Después de que las puertas se cerraran, Julián entró en su apartamento. Fue directo al botiquín, sacó un medicamento para el estómago y lo tomó. Luego se dejó caer en el sofá, recostándose contra el respaldo mientras un intenso malestar le retorcía el estómago. Sentía náuseas, pero no lograba vomitar; las agrieras en su estómago eran insoportables.
Poco después, su teléfono sonó. Era una videollamada de Adolfo.
Cuando la contestó, la imagen mostraba a Adolfo en una tienda de lujo: —Jefe, he seleccionado algunos bolsos muy buenos. Quería que los vieras.
Pero al levantar la vista hacia la pantalla, Adolfo notó enseguida algo fuera de lo común. Aunque Julián intentaba mantener su habitual expresión serena, Adolfo, que llevaba años a su lado, percibió de inmediato el ceño apenas fruncido y el leve enrojecimiento en sus labios: —¿Señor Julián, le pasa algo?
—Nada. Muéstrame

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