Capítulo 25
¡Era en verdad espeluznante!
Jaime se desplomó en el suelo, extendió con dolor la mano para tocar la cicatriz, pero al llegar a la mitad, la retiró, temeroso.
Entonces, apretó con fuerza los puños y comenzó a golpear el suelo de mármol, una y otra vez, hasta que los nudillos le quedaron en carne viva, aunque ese dolor no era nada comparado con el que sentía por dentro.
—Lo siento tanto...
Su voz era ronca, y sus oscuros ojos se le llenaron de lágrimas: —Cariño, te lo suplico... Dame una oportunidad más.
Hablaba a toda prisa, como si temiera que lo interrumpieran: —Todo el dolor que has sufrido, te lo devolveré poco a poco. Cuando tu rabia pase, ¿podríamos volver a empezar?
Andrea lo miró con frialdad mientras él se retorcía de dolor.
Estaba a punto de rechazarlo cuando Jaime agarró un cuchillo de frutas que tenía cerca y, sin la menor vacilación, lo clavó en su propio muslo.
Al sacar la hoja, la sangre enseguida salpicó por todas partes.
Acto seguido vino la segunda puñalada, luego la

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