Capítulo 64
Ana se llevó un gran susto: aquella escalera era tan alta que, si llegaba a caer, sin duda se haría daño.
Y, al hacerse daño, tendría que pagar al médico, pagar las medicinas.
En apenas un segundo, la mente de Ana se llenó de cálculos sobre dinero.
Sin embargo, el dolor que había imaginado no llegó. Alguien la atrapó en sus brazos.
Fue Javier quien la sostuvo.
Ana lo miró atónita.
De niña, en el pueblo había un árbol de azufaifo al que todos los pequeños solían trepar. Los padres siempre temían que sus hijos se cayeran y, por eso, permanecían abajo, con los brazos abiertos en gesto protector, listos para atraparlos en cuanto resbalaran.
Solo ella, cada vez que se caía, nunca encontraba a nadie esperándola abajo.
Se golpeaba y se levantaba por sí sola.
Jamás esperaba que alguien la recibiera.
En ese instante, Ana sintió que regresaba a aquella infancia lejana. Como todos los demás niños, al caer del árbol, había alguien que la sostenía con firmeza.
Su mirada se nubló un poco y murmuró:

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