Capítulo 20
Cuando el avión aterrizó en la pista, el cielo empezó a llenarse de una fina lluvia.
Alejandro acababa de bajar del avión cuando el aire frío y húmedo lo golpeó de frente, cargado con el inconfundible olor de aquella ciudad.
Apartó la mano que intentaba cubrirlo con un paraguas y dejó que la lluvia cayera directamente sobre su cara.
El conductor le abrió la puerta con respeto; él se inclinó y subió al auto.
En el interior, la calefacción estaba fuerte. Cerró los ojos y se recostó en el asiento, sintiendo cómo el cansancio lo inundaba como una marea.
El auto avanzaba con suavidad, y los paisajes urbanos desfilaban rápidamente al otro lado de la ventana.
Alejandro no tenía ánimo para observar; sacó el teléfono y marcó el número de Manuel.
—¿Sí?
Su voz sonó algo ronca.
Al otro lado, Manuel se quedó visiblemente sorprendido antes de responder con respeto: —Abogado Alejandro, ¿ha regresado al país?
—Sí —Alejandro respondió con indiferencia—. Ven ahora mismo a la villa del centro; tengo algo

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