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Capítulo 11

La respuesta de Silvia hizo que Armando guardara silencio durante medio minuto. Cuando ella estaba a punto de colgar, Armando, con voz cansada, dijo: —¿De verdad tienes que ser tan fría? —Silvia, ahora no es momento de que te pongas terca ni de que hagas un berrinche. Gustavo sigue en el hospital. Como madre, ¿no crees que deberías ir a verlo? —Vuelve de inmediato. Aunque estés enfadada con él, ahora está herido y hospitalizado. ¿Vas a seguir enojada con un niño? Armando hablaba con gran resentimiento. No entendía cómo Silvia podía ofenderse solo porque Gustavo, en su inocencia, había dicho que no le gustaba y que prefería a Patricia. "¿De verdad Silvia, siendo la madre, iba a competir en berrinches con su propio hijo?" —¿Acaso no contraté a Valeria? Si Gustavo quiere tomar sopa, que ella la prepare y se la lleve. Silvia, al escucharlo repetir una y otra vez lo que "ella debía hacer", sintió de repente una punzada de injusticia. "¿Ser madre significa tener que sacrificarse siempre sin esperar nada a cambio?" "¿Ser madre implica aguantarlo todo, tragar la rabia aunque duela?" Armando quería usar el vínculo madre-hijo para manipularla moralmente, pero él también era el padre del niño. —¡Gustavo quiere la sopa que tú le prepares con tus propias manos! —protestó Armando. —¿Y porque él quiera, yo debo dejarlo todo e ir a prepararle sopa? —replicó Silvia con una mueca sarcástica. Armando no esperaba semejante respuesta y se quedó callado por unos segundos. —Si no, siempre queda Patricia. Ella sabrá cuidar bien de Gustavo. —Silvia, tú eres su madre. ¿Vas a dejar que una extraña cargue con la responsabilidad que te corresponde? Silvia soltó una risa fría. —Ah, ¿sí? ¿Ahora te acuerdas de que yo soy su madre? Su tono era cortante, cargado de ironía. La voz grave de Armando volvió a escucharse. —Silvia, no quiero discutir contigo. No me importa dónde estés ahora mismo, ¡regresa de inmediato! —Pasas la noche fuera, seguramente con ese amante, y no te he pedido cuentas. Y ahora que Gustavo solo quiere beber la sopa que tú le prepares... Al oír la palabra "amante", los ojos de Silvia se enturbiaron con un destello gélido. Colgó la llamada sin dudar. ¿Así la veía Armando? ¿Tan poco valía ella a sus ojos? ¿Salir de casa era, para él, sinónimo de irse con otro hombre? —¿Silvi? Carmen notó que algo no iba bien y la abrazó para calmarla. —Carmen, tengo hambre… Quiero comer fideos instantáneos. Que lleven huevo y salchicha. La tristeza que sentía Silvia se desvaneció en un instante. Se aferró al brazo de Carmen y le habló con un tono mimado. De pronto le entraron unas ganas inmensas de comer fideos instantáneos. Durante años, para criar bien a Gustavo, apenas probó comida basura. Incluso se obligaba a sonreír mientras comía delante de él, platos que en realidad detestaba. De ahora en adelante, ya no tendría que criar a Gustavo. Podría comer lo que quisiera, cuando quisiera. —¡Hum! ¡Eso te pasa por preferir a los hombres antes que a las amigas! Años sin hablarme y ahora encima pides comida. —¡Espera! Carmen hizo un puchero exagerado y, murmurando para sí, fue a la cocina a preparar los fideos instantáneos para Silvia. "Bzz, bzz". El celular vibró y la pantalla se iluminó. [Cuenta regresiva: 11 días]. Un día más había pasado. Solo debía aguantar once días más y ella y él ya no tendrían ninguna relación. Silvia calculó el tiempo y decidió que, después de comer, iría al hospital para hacerse un control prenatal. … En el hospital, en la habitación. Sobre la cama, Gustavo golpeaba las sábanas con disgusto, su expresión llena de agravio. —Yo quiero tomar crema de calabaza. —Srto. Gustavo, esto es crema de calabaza. Prueba otra vez. A su lado, Valeria acercó la cuchara a la boca del niño. Gustavo apretó los labios, a punto de llorar, probó un sorbo y lo escupió enseguida. —¡No! ¡La crema de calabaza que hace mamá no sabe así! —exclamó, llorando, y gritó hacia Armando—: ¡Yo quiero tomar la crema de calabaza de mamá! La frente de Armando se frunció, mostrando una leve irritación. Recordó la frialdad de Silvia en la llamada. Ni siquiera usando a su hijo como "amenaza" había logrado que ella cediera. —Srto. Gustavo, de verdad que sabe igual que la crema de calabaza de tu mamá. Valeria, nerviosa, se apresuró a asegurarle a Armando: —La hice siguiendo la receta de la Srta. Silvia, la copié al pie de la letra. Además, la ella ya ha aprobado mi cocina; dijo que los platos que preparo saben exactamente igual que los suyos. "Valeria apenas llevaba dos días en la casa de los Reyes, ¿de dónde había sacado Silvia tiempo para enseñarle?" Armando, intrigado, se lo preguntó. Valeria explicó: —El primer día que llegué, la Srta. Silvia me dio un montón de menús, además de una lista con los hábitos y preferencias del Sr. Armando y del Srto. Gustavo. Había trabajado en muchas casas de gente rica y lo había visto todo. Desde el primer día tuvo la sensación de que Silvia estaba preparándose para irse, para abandonar esa casa. La cara de Armando se ensombreció aún más. ¿Silvia ya había organizado su vida para después de marcharse? ¿Había tomado la decisión de dejarlos desde hacía tiempo? ¿De verdad tenía el corazón tan duro? Armando se apretó el entrecejo. No había dormido en toda la noche, y a primera hora de la mañana Gustavo comenzó a llorar pidiendo crema de calabaza. Ni siquiera había ido a la empresa; se fue directo al hospital. —¡Buaaa! ¡Yo quiero la crema de calabaza de mamá! ¡Este sabor no es el mismo! ¡Buaaa…! Pero Gustavo seguía llorando y pataleando. Armando, resignado, pensó un instante y llamó a Patricia para que fuera al hospital. Poco después, ella, que iba de camino al trabajo, dio media vuelta y se dirigió al hospital. —No llores, Gustavo, yo misma te prepararé la crema de calabaza, ¿sí? El tono de Patricia era cariñoso y complaciente. Ella sí sabía preparar crema de calabaza; antes había imitado obsesivamente a Silvia, incluso se había aprendido de memoria las costumbres y gustos de Armando y Gustavo. El niño seguía llorando con la boca abierta, como si no conociera a la Patricia que tenía delante. —Gustavo, vamos a ver "Pocoyó", y además te regalaré juguetes nuevos. Patricia, conteniendo la paciencia, le mencionaba una y otra vez los muñecos y dibujos animados que tanto le gustaban. Pero las tentaciones que antes siempre funcionaban, ahora parecían no hacerle ningún efecto. Patricia siguió intentando calmarlo, pero Gustavo, ya molesto, le apartó la mano y, entre lágrimas, gritó hacia Armando. —¡Papá! ¡Yo quiero tomar la crema de calabaza que hace mamá! Si no, ¡prefiero morirme de hambre antes que comer! ¡Buaaa...! Quizá Gustavo era de memoria corta; ayer mismo había dicho que odiaba a Silvia, pero después de una noche sin verla, ya estaba angustiado y deseando buscarla. Sollozando, insistía en ver a su mamá. Los ojos de Patricia destellaron con un frío resentimiento. "¡Por supuesto! Al final, era hijo de esa mala mujer. ¡De nada servía tratarlo bien!" Si Gustavo mostrara dependencia de ella, su posición en el corazón de Armando sería totalmente distinta. Patricia sintió un amargo rencor: Gustavo siempre decía cuánto le gustaba y hasta quería que fuera su mamá, ¡pero en el momento crucial la había dejado mal! Al ver que Patricia tampoco conseguía calmar a Gustavo, a Armando no le quedó más remedio que volver a llamar a Silvia. Por desgracia, nadie respondía. Gustavo pareció darse cuenta, por la reacción de Armando, de que llamar a Silvia era inútil. Saltó de la cama y, sollozando, salió hacia la puerta. —¡Quiero comer la crema de calabaza que hace mamá...! Si Silvia no venía al hospital, él volvería a la casa para buscarla y pedirle que la hiciera. Gustavo salió corriendo de repente y, cuando Armando y los demás reaccionaron para seguirlo, él ya estaba frente al ascensor. "¡Ding!" Las puertas del ascensor se abrieron y Gustavo fue a chocar de lleno contra las piernas de Silvia. Al levantar la cabeza, sus ojos se iluminaron de alivio. Lo sabía: ella nunca lo dejaría solo. —¡Mamá! ¿Viniste a traerme la sopa? Silvia lo miró de arriba abajo. Solo tenía un pequeño raspón en la rodilla. —¿Por esta simple herida superficial todavía no te han dado el alta?

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