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Capítulo 2

El bullicio del exterior fue apagándose poco a poco. Silvia no prestó atención a lo que ocurría fuera; con los tapones en los oídos y el antifaz, durmió de un tirón hasta el amanecer. Ya que había decidido volver para hacerse cargo de la herencia familiar, debía renunciar a su trabajo aquí. Desde que nació Gustavo, apenas había aparecido en el grupo, pero cuando Armando tomó las riendas del negocio, fue Silvia quien estuvo a su lado, acompañándolo paso a paso en la lucha. Que la Corporación Vértice ocupara ahora el primer lugar a nivel nacional se debía en gran medida a las aportaciones de Silvia. Por eso, aunque no trabajara, cada año podía recibir enormes dividendos y primas. Al amanecer, Silvia miró su reflejo en el espejo: su largo cabello castaño oscuro, ligeramente ondulado, su pequeña y delicada cara, y unos ojos en los que no se veía ni una pizca de alegría. Silvia era hermosa; aunque se hubiera convertido en ama de casa y trabajara día y noche en las tareas domésticas, su belleza apenas se había visto afectada. Lo único era que, por las molestias del embarazo y el maltrato silencioso de su familia, el tormento psicológico le había apagado la mirada, como si le hubieran arrebatado la vida. En el último piso de la Corporación Vértice, Silvia esperaba a que imprimieran su carta de renuncia. En ese momento, escuchó detrás de ella la voz de varios empleados. —¿Vieron el Instagram de Patricia? —Aún no, ¿qué ha publicado esta vez? —¡Un montón de cosas! Parece que está celebrando el cumpleaños de alguien, míralo rápido. Los empleados bromeaban entre risas, pero al levantar la vista y ver a Silvia, sus sonrisas se congelaron de inmediato. —¿Secretaria Silvia? —¿Secretaria Silvia? ¿Ha venido hoy a la empresa? Silvia asintió con indiferencia, y en cuanto los empleados la saludaron, salieron huyendo a toda prisa. Al irse, Silvia aún alcanzó a escuchar algunos comentarios al pasar. —Qué mala suerte, ¿por qué vino Silvia hoy a la oficina? —Si ya logró ser la señora del jefe, ¿para qué viene a presumir delante de nosotros? —Bah, yo creo que la relación entre el jefe Armando y ella es bastante normalita, a lo mejor hasta se divorcian. Escuchar todo eso no le causó reacción alguna; en la empresa nunca había tenido buenas relaciones y ya estaba acostumbrada. Si no hubiera sido por todo el acoso laboral que sufrió antes, la ayuda que le dio Armando en tantas ocasiones jamás habría bastado para enamorarse de él. Aburrida de esperar, Silvia abrió Instagram en su celular. Lo primero que vio fueron las nueve fotos que Patricia había publicado. La primera era del cumpleaños de Gustavo la noche anterior: la decoración era lujosa y el enorme pastel de tres pisos en el centro llamaba muchísimo la atención. Pero lo que atrapó la mirada de Silvia fue una foto en el hospital: tres manos de distinto tamaño entrelazadas, transmitiendo una gran calidez. "¿Solo fue una quemadura y aun así fueron al hospital?" Silvia sonrió con amargura y siguió leyendo los comentarios, que eran casi todos felicitaciones y palabras de envidia. [¡Guau, es el cumpleaños de tu hijo! ¡Qué felicidad!] [Otra vez presumiendo su amor, ¿quién es tu marido al final? ¿No nos lo vas a mostrar?] [No importa lo que pase, mientras la familia esté unida, es la mayor felicidad]. [...] Silvia sabía que Patricia publicaba estas cosas a propósito, solo para hacerla enfurecer, para que perdiera la compostura y corriera a interrogar a Armando. En el pasado, sin duda no habría soportado este tipo de provocación ni el hecho de que su propio marido y su propio hijo dejaran que ella se quedara en casa mientras ellos se preocupaban por una mujer que no era más que una burda imitadora suya. Sin embargo, ahora que estaba a punto de marcharse, ya no le importaba nada de eso. Silvia esbozó una leve sonrisa, tocó con la punta del dedo la pantalla y encendió un corazoncito de me gusta. Al recibir su carta de renuncia, Silvia se dirigió de inmediato a la oficina del jefe y se la entregó al asistente personal que acompañaba a Armando. Las personas de la oficina de secretaría, que al principio habían tenido la misma expresión despectiva que los empleados que murmuraban antes, soltaron un grito de sorpresa en cuanto vieron el documento de renuncia. —¿A-acaso leí mal? —¿La secretaria Silvia va a renunciar? La cara de Leopoldo se tensó al instante; con una mezcla de nerviosismo y temor dijo: —Sra. Reyes... El jefe Armando está en una reunión muy importante en este momento, ¿por qué no esperamos a que termine y se lo entregamos? —No hace falta. Solo soy secretaria general de nombre. Tú tienes autoridad para revisar mi renuncia, ¿para qué molestarlo? —Silvia sonrió con suavidad. Alrededor, la gente murmuraba en voz baja: —¿Será cierto el rumor? ¿Será que Silvia y el jefe Armando se separaron? ¿Y que la tercera en discordia es la secretaria Patricia? —¿Por qué la secretaria Patricia? ¿No estaba ya casada? —¡Qué tonto eres! Con ver esa mano en Instagram basta; ese reloj Rolex tan caro solo podría ser del jefe Armando, ¿quién más en toda la capital podría lucirlo? —Exacto, ¿no notaste que desde que la secretaria Silvia se fue de baja por maternidad, todo su trabajo lo asumió Patricia? —Y ahora que renuncia, quizá es que le está cediendo el lugar. Silvia sabía lo chismosos que podían ser. Antes, escuchar todo esto la habría destrozado por dentro, mientras lloraba en silencio por las noches bajo la manta. Ahora, de pronto se dio cuenta de que lo había superado y que ya no le importaba en absoluto. Como si no hubiera oído nada, sonrió a todos y se inclinó con respeto. —Gracias por estos diez años de trabajo juntos. —Espero que la Corporación Vértice siga prosperando por mucho tiempo. Todos se quedaron incómodos, y Silvia por fin volvió a su escritorio para recoger las cosas que había ido acumulando a lo largo de los años. Diez años en la empresa habían llenado su espacio por completo: había libros de consulta que compró cuando recién empezaba en la profesión, y también las notas que tomó al aprender. Observar a Armando cuando se convirtió en su secretaria. En las notas estaba escrito con claridad. [1. Cada mañana debe tomar una taza de café molido a mano]. [2. No le gusta llegar tarde]. [3. No permite que ninguna mujer use perfume]. ... Una por una, todas eran fruto del esfuerzo de Silvia. Nadie sabía lo que ella había sacrificado para ser una buena secretaria; la gente siempre pensaba que el puesto de "secretaria" no era más que un juguete para los hombres, un cargo que se podía desempeñar con solo el cuerpo. Solo Armando veía cómo Silvia hacía horas extra hasta altas horas de la noche, revisando contratos, preparando presentaciones en PowerPoint, investigando los antecedentes de cada competidor de la Corporación Vértice y conociendo de memoria cada informe de negocios. Fue gracias a la dedicación de Silvia que el inaccesible "príncipe heredero de hielo" bajó de su pedestal. Silvia llegó a pensar que Armando sería la persona que más la comprendería en esta vida. Se había equivocado. Diez años después, todos esos recuerdos profundos se convirtieron en polvo. Silvia seguía concentrada recogiendo las cosas de su escritorio cuando terminó la reunión y Patricia fue la primera en salir. Al principio tenía la cara llena de alegría, pero en el instante en que vio a Silvia, se le heló la expresión. "¿Qué hacía esta mujer aquí?" "¿Será que vio lo de Instagram y vino a armar un escándalo?" Solo de pensarlo, Patricia se agitó y regresó a su puesto con el corazón acelerado, esperando la tormenta. Aun así, fingió estar muy afectada, con los ojos enrojecidos y la cabeza gacha, como si hubiera sufrido la mayor de las injusticias. Finalmente, Armando salió y, al pasar por la oficina de secretaría, vio que Silvia estaba allí trabajando. Su puesto estaba justo al lado de la oficina de Armando, algo que en el pasado simbolizaba su posición privilegiada y era una prueba de su relación cercana. Pero ahora, al ver la silueta de Silvia, Armando no pudo evitar sentir fastidio. Sobre todo, porque Silvia parecía de buen humor, hojeando sus libros con una sonrisa ligera en los labios. En el escritorio de al lado, Patricia permanecía cabizbaja, limpiándose discretamente las lágrimas con un pañuelo. Armando arrugó la frente. —Entra. Tocó con los nudillos la esquina del escritorio de Silvia, dándole la orden. Ella alzó la cabeza y, con el mismo aplomo de siempre, respondió: —Está bien. Nada más entrar, lo primero que escuchó fue. —La empresa no te necesita en este momento. Si no hay ninguna circunstancia especial, no vuelvas a la Corporación Vértice.

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