Capítulo 830

En su opinión, Emilio era demasiado ingenuo; muchas veces pensaba como un niño. Había en él una especie de crueldad inocente, pero su apariencia, en cambio, resultaba cortante y severa; cuando guardaba silencio, imponía respeto. Ahora estaba allí, de pie, completamente pálido, probablemente por primera vez sentía un verdadero anhelo por indagar en sus orígenes. A Lorena la arrastraron hasta el borde del acantilado. Los ojos de aquel sujeto, aquel experimento, permanecían vacíos, sin emociones, como si fuese un autómata. Ella creía ser lo suficientemente fuerte, pero frente a él apenas había resistido unos cuantos movimientos. En ese momento, la tenía sujeta por el cuello de la ropa y él inclinaba la cabeza para mirarla. A pesar de que no tendría más de diecisiete o dieciocho años, edad en la que debería irradiar vitalidad, su actitud era mecánica y apática. Alzó el cuchillo en alto, dispuesto a clavarle la hoja en el corazón. En un destello, Lorena giró el cuerpo, y la puñalada, que de