Capítulo 9
Verónica no la miró; solo abrazó a Diego y se dirigió al salón.
Después de unos pasos, habló con un tono molesto: —¿Qué haces ahí parada? ¡Entra ya! Si los vecinos te ven, pensarán que te trato mal.
—¡Mamá, entra! —Dijo Diego, agitándole la mano con alegría.
Carolina sonrió levemente, entró con la mochila de Diego a la espalda y se agachó para cambiarse los zapatos. Al abrir el zapatero, vio que sus viejas pantuflas seguían en el mismo lugar, al frente.
—Mamá. —Susurró, y los ojos se le llenaron de lágrimas.
—¿Qué pasa, mamá? —Preguntó Diego, bajando de los brazos de Verónica para secarle las lágrimas con sus pequeñas manos.
—Es que estoy muy feliz.
Verónica las observó en silencio; su expresión se suavizó. Suspiró.
—Ya que volviste, quédate aquí con Diego. Tu padre fue al mercado. Cuando sepa que regresaste, seguro traerá el doble de pescado.
—¡A mí me encanta el pescado! ¡Abuela, eres la mejor! —Dijo Diego riendo, moviendo los brazos de emoción.
—¡Ay, mi nietecito lindo! —Verónica lo

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