Capítulo 13
José sabía que después de tres años, encontrar esa grabación llevaría tiempo.
Sin embargo, cada segundo que pasaba, la ansiedad le oprimía el pecho.
No apartaba los ojos de la pantalla del teléfono, tan inquieto que el cenicero rebosaba colillas.
De repente, el teléfono vibró.
Casi lo descolgó al instante: —¿Ya lo encontraste?
Pero era la voz respetuosa del mayordomo: —Don Almonte pide que regrese a casa de inmediato.
José frunció el ceño: —¿Está enfermo?
—No lo dijo, pero se nota que es urgente.
Colgó y arrancó el carro.
La casa Almonte estaba iluminada por completo.
Apenas entró en el salón, un fajo de fotografías voló hacia él y cayó desparramado por el suelo.
—¡Mira la clase de mujer que has perseguido estos años! —Don Almonte, apoyado en su bastón, tenía el rostro sombrío. —¿Te fuiste de guardaespaldas solo por ella?
José se inclinó para recoger las fotos, y de pronto sintió que el estómago se le encogía.
En las imágenes, Patricia posaba en minifaldas sugerentes, acurrucada en bra

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