Capítulo 408
Cuando mirabas desde uno de los lados de las ventanas transparentes que se encontraban en la oficina, se veía una gran ribera.
El otro lado permitía, a los que estaban en la oficina, supervisar cada centímetro de la ciudad, desde arriba. Era un gran lugar para una oficina, y desde luego no era un lugar que personas como Tom, Dick o Harry pudieran poseer, aún si lo desear.
A ella una vez le habían quitado el derecho a visitar este lugar.
Ese fue su marido; y aunque a ella nunca le permitió entrar a su oficina, sí dejaba que otra mujer entrara y saliera a su antojo.
Los labios de Madeline se torcieron ante este pensamiento, mientras sacaba en silencio la comida que había comprado.
Jamás volvería a ponerse el delantal y a cocinar para él; la voluntad de entrega que alguna vez tuvo, ya no existía.
Era evidente que Jeremy estaba de muy buen humor, pues comía alegremente, sin preguntar si Madeline había preparado los platos ella misma o no.
Los rayos del sol de la tarde de otoño

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