Capítulo 3
Isabela no se resignaba, pero en ese momento no tenía salida alguna.
Su familia, en Altarreal, necesitaba siete días para conseguir el permiso a Puerto Esmeralda: siete días para huir o vengarse.
Nunca imaginó que ese tiempo de reposo se volvería una verdadera tortura.
Primero vino la subida de leche.
Sin el bebé para amamantar, pronto se le obstruyeron los conductos y comenzó la fiebre.
Pidió prestado el teléfono a una enfermera y llamó a Emiliano. Lo llamó más de diez veces antes de que él por fin contestara.
Del otro lado solo se escuchó su voz impaciente: —¿Qué sentido tiene que llames tantas veces?
—Te dije que el bebé acaba de nacer y que Patricia me necesita aquí.
—Ese niño salió de tu vientre, ¿cómo puedes ser tan fría, tan mezquina, peleando por celos en este momento?
Antes de que Isabela pudiera responder, él ya había colgado.
La enfermera la miró con compasión. Isabela asintió con amargura y murmuró: —Quiero que me corten la leche.
Con la medicación, el dolor físico comenzó a disminuir, pero en su mente resonaba el llanto del bebé.
Su bebé no había probado ni una gota de su leche.
No había sido una buena madre; no había protegido a su hijo.
"Tranquilo, mi amor. En cuanto me recupere, te voy a traer de vuelta."
Mientras apretaba los dientes, sintió una punzada en el brazo.
Alzó la vista: Patricia estaba allí, con el bebé en brazos, mirándola furiosa:
—¿Así que te inyectaste para dejar de amamantar?
¡El bebé!
Los ojos de Isabela se iluminaron. Sin importarle la sangre ni el dolor de la herida, se incorporó de golpe: —¡Devuélveme a mi hijo!
Emiliano no estaba; Patricia había ido sola con el bebé.
Estaba harta de los llantos constantes, pero aquel niño era su única garantía para retener a Emiliano.
Mientras el bebé estuviera con ella, él nunca la dejaría.
Patricia la miró con aire triunfal: —Este bebé ya es mío.
—Emiliano me lo dio con sus propias manos.
—Si con solo llorar logré que me regalara a su hijo, dime, Isabela, ¿qué pasará si le pido que se divorcie de ti y se case conmigo?
Isabela no contestó; su atención estaba completamente en el bebé.
Lo había visto al nacer: rojizo, tierno, hermoso.
Pero ahora, apenas un día después, su piel estaba amarillenta, los labios resecos. Lloró dos veces, y luego se desmayó.
—¡Patricia!
Isabela se lanzó hacia ella con furia, intentando arrebatarle al bebé, pero Patricia se apartó bruscamente.
Retrocedió un paso, y de pronto entre el caos, lanzó al bebé al aire.
Isabela reaccionó antes de pensar.
En el instante en que el niño fue arrojado, corrió para atraparlo, ignorando el desgarro de su herida.
Aún tenía conectado el analgésico, y ese movimiento brusco hizo que la aguja se soltara.
La hemorragia fue inmediata, pero ella no sintió nada.
Solo alivio.
Alivio porque había alcanzado al bebé. Porque Patricia no lo había lanzado tan lejos. Porque Emiliano llegó justo a tiempo, dando al niño una mínima esperanza.
Hasta que su voz, helada y cruel, la atravesó como un cuchillo: —¿Vas a seguir con este espectáculo hasta cuándo?