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Capítulo 3

Su garganta se volvió áspera, casi estuvo a punto de pronunciar su propio nombre. Pero tres segundos después, aun así eligió ocultarlo y respondió con frialdad: —Es para una persona importante. Cristian quedó pensativo. En su memoria, Belén ya no tenía familiares vivos. —Beli, así que fuiste tú quien compró este terreno. —La voz de Isabel llegó desde atrás, y ella se aferró cariñosa al brazo de Cristian—. ¿Podrías dárnoslo? Cristian y yo criamos un hámster durante tres años y murió, el paisaje aquí es hermoso, quiero enterrar a Nube aquí. La mirada de Isabel se enrojeció y Cristian la abrazó con ternura, girando la cabeza hacia Belén y diciendo: —Beli, recuerdo que ya no tienes familiares, por lo tanto este terreno... Hizo una pausa. —¿Tú también lo quieres usar para enterrar a una mascota? Si es así, ¿qué tal si te lo compro por el doble del precio? —No me falta dinero. —¿Te doy cinco veces más? —Subió el precio. —¿Diez veces más? —¿Quince veces más? Belén miró al hombre que tenía delante, y de repente recordó aquella subasta benéfica de hace años. Ella se había interesado por un broche antiguo, pero alguien más lo adquirió. Cristian, al ver su expresión de decepción, la alcanzó y lo compró por diez veces el precio original. Ella, conmovida por ese detalle, le dijo que era un tonto, pero él le sonrió mientras le pellizcaba la mejilla. —Mientras te haga feliz, cualquier precio lo vale. ¿Así que ahora, también intentaba alegrar a Isabel de la misma manera? Sin pensarlo un dolor punzante brotó de su pecho, el sabor a sangre subió por su garganta, pero se obligó a tragarla, sin querer mostrarse débil de nuevo ante él. —Está bien, te lo cedo —dijo en voz baja, con voz temblorosa que ni ella misma notó. Isabel, feliz, lo arrastró para pagar, y pronto sus siluetas desaparecieron de su vista. Ella eligió otra parcela, apartada, con un paisaje no tan bonito como ese, pero al menos era tranquila. —¿Por qué no dijo que era para usted misma? —El empleado la miró con compasión—. Ellos solo iban a enterrar allí a un hámster. Si usted hubiera dicho que le queda poco tiempo, seguro que no le habrían disputado... De pronto una amarga sonrisa se dibujó en la comisura de sus labios. —En su corazón, ese hámster es más importante que yo. Después de pagar, Belén salió sola del cementerio. El cielo ya oscurecía, y estuvo por un largo tiempo parada al borde de la carretera, pero nunca consiguió un taxi. En ese momento, un auto negro familiar se detuvo justo frente a ella, la ventanilla bajó, revelando la cara bien definida de Cristian. —Aquí es difícil tomar un taxi, te llevo de regreso. —Su voz seguía siendo profunda y agradable. —No hace falta. —Dio un paso atrás—. No quiero interrumpir su cita. Su expresión cambió, abrió la puerta y, en unos cortos pasos, llegó hasta ella, sujetándola con firmeza por la muñeca. —¿Sigues enfadada por lo de la extracción de sangre? Su pulgar acarició su piel, y su tono se suavizó. —¿Te puedo pedir perdón? Te prometo que esto no volverá a pasar. —Ya te lo dije, solo la acompaño como novio durante el último mes. —Se acercó un poco más, la fragancia amaderada de su cuerpo la envolvió por completo—. Cuando acabe el tiempo, volveré a tu lado. Siempre te he amado a ti, ¿cómo podría dejarte sola? Sus palabras de amor sonaban tan hermosas, como cada vez que la consolaba en el pasado. No pudo soltarse de su mano, y al final, fue llevada casi a rastras al auto. En el asiento trasero, Isabel jugaba con el celular. Al ver a Belén subir, levantó la cabeza y le sonrió. —Beli, hace tan buen tiempo hoy, ¿por qué no vamos de picnic juntas? —No hace falta... —¡Uyyy, no seas aguafiestas! —Se aferró cariñosa al brazo de Cristian—. Cristian, ¿verdad que sí? Cristian miró a Belén a través del retrovisor y contestó. —Sí. El auto se detuvo frente a un supermercado. Cristian bajó a comprar comida para el picnic. Belén lo observó de reojo a través de la ventana, viendo cómo elegía con habilidad solo las cosas favoritas de Isabel: pastel de queso, mermelada de arándanos, salmón ahumado. De pronto, los recuerdos la llevaron a hace tres años, su último picnic los tres juntos. Entonces, Cristian solo compraba lo que a ella le gustaba: pastel de fresa, crema de cacahuate y carne asada. Pero Isabel se quejó en ese entonces. —Capitán Cristian, deberías pensar también en los amigos de Beli, solo compras lo que le gusta a ella. ¡Y nada de eso que traes me agrada! ¿Cómo respondió Cristian entonces? —Pero en mi corazón solo está Beli, no me interesa recordar lo que le gusta a otra chica. Pero ahora, lo recordaba todo a la perfección. El auto arrancó de nuevo, y ella giró la cabeza para mirar por la ventana. El paisaje pasaba borroso ante su vista, y entonces se dio cuenta de que, sin saber cuándo, ya estaba llorando en silencio. Isabel la miró por el retrovisor y una sonrisa triunfal se dibujó en sus labios.

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