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Tu amor me sobraTu amor me sobra
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Capítulo 2

Después de regresar de casa de Paula, Isabel fue de inmediato a otra provincia para programar la operación de aborto. En la familia Gómez, todos son personas de alto perfil; si lo hacía en la ciudad, antes de que pudiera operarse, José ya recibiría la noticia. Antes de entrar al quirófano, Elena le envió otro video. El video duraba dos horas y media; en él, Elena llevaba lencería provocativa y José un impecable traje de chaqueta. Sobre la mesa, había todo tipo de objetos para animar el ambiente. En la cocina, sobre el escritorio, los dos se entregaban a la pasión en cada rincón de la habitación. El José del video tenía un lado desenfrenado que Isabel jamás había visto. Cada imagen era como una puñalada en el corazón, pero, como si buscara castigarse, Isabel vio el video completo. —Señorita, ha llegado su turno para la operación. ¿Se encuentra bien para proceder? —Preguntó la doctora, preocupada por su estado. Fue entonces cuando Isabel se dio cuenta de que estaba llorando sin control, temblando de tanto llorar. No lloraba solo de tristeza, sino porque, aun sabiendo que José la había engañado, no era capaz de dejar de amarlo. José era una persona, no una prenda que pudiera desecharse cuando uno quisiera; arrancarlo de su vida sería como abrirse el pecho y sacar su propio corazón para hacerlo pedazos. Se enjugó las lágrimas y decidió darle a José una última oportunidad. Lo llamó: —¿Dónde estás ahora? Te echo de menos. ¿Puedes volver a casa? La voz de José sonaba tensa, como si intentara contenerse: —Tengo asuntos muy importantes en la empresa esta noche... De pronto dejó escapar un gemido ahogado y su tono se volvió apresurado: —¡Esta noche no regresaré! Dicho esto, colgó. Isabel se quedó inmóvil, incapaz de detener las lágrimas; era la primera vez que él colgaba primero el teléfono. Unos minutos después, cerró los ojos y respiró hondo: —Estoy bien, podemos empezar con la operación. Ya de noche, volvió a casa agotada y recibió un mensaje de Paula: [Todo está listo. Se ejecutará en dos días]. Isabel se dejó caer en la cama; durante toda la noche, cada vez que conciliaba el sueño, despertaba llorando, y terminó sentada sola en la oscuridad hasta el amanecer. A la mañana siguiente, José regresó. Se quitó el abrigo, esperó a que el frío desapareciera de su cuerpo y fue a abrazar a Isabel; después, encendió la tableta y le mostró una isla en la pantalla: —Acabo de comprar esta isla para nuestro hijo, además he construido parques de atracciones en varias ciudades y todos llevarán su nombre. Cuando nazca, haré una fiesta de cien días y quiero que todo el mundo venga a celebrar. Terminó de hablar emocionado, pero de pronto se dio cuenta de que, desde que entró en casa, Isabel no había pronunciado ni una palabra. Fue entonces cuando escuchó su sollozo bajo. Rodeó la cama y se dio cuenta de que Isabel estaba empapada en lágrimas. —¿Qué ha pasado? —Nunca había visto llorar así a Isabel, y de inmediato su voz comenzó a temblar de los nervios. Si ella sentía un poco de tristeza, José sentía cien veces más dolor. Todo lo que Isabel sentía, en él se amplificaba al extremo. Al ver sus lágrimas, sintió que el corazón se le oprimía como si se lo estuvieran arrancando. —No me pasa nada. —Isabel evitó su mano. —Las embarazadas a veces somos así, de pronto nos entran ganas de llorar. José, por fin, respiró aliviado: —Hoy me quedo en casa contigo, ¿te parece bien? Dime qué quieres comer, yo te lo preparo. —No hace falta. Al mediodía tengo una reunión con excompañeros de clase y por la noche voy a visitar a una profesora. Puedes ir a trabajar. Isabel se levantó; sabía que esta vez, cuando se fuera del país, ya no volvería. Antes de marcharse, solo quería ver a sus amigos y despedirse de ellos. A José no le gustaba dejarla salir sola, insistió en acompañarla. En cuanto entraron en el reservado del restaurante, todos se echaron a reír: —Ya decía yo que si Isabel venía hoy, José seguro la acompañaría. Le da miedo perderla. José sonrió, aceptó las bromas y repartió los regalos que había preparado para cada uno. Todos exclamaron sorprendidos: —¡Madre mía, es la última colección de joyas, carísima! El presidente José siempre regala cosas tan valiosas, ¡todo esto es gracias a Isabel! Isabel siempre tuvo buena relación con sus compañeros de universidad, y José solía hacerles regalos. Si ellos estaban contentos, Isabel también lo estaría. Todos se maravillaban de cómo el amor podía transformar al orgulloso José en alguien tan cercano. —¡Isabel, te envidio! ¡Qué suerte tener a alguien que te quiere así! Al escuchar esto, Isabel no sonrió con felicidad como antes, solo respondió con cortesía. La sala estaba llena de risas cuando, de repente, se abrió la puerta. Elena, llena de joyas, apareció en el umbral. —¿Por qué nadie me avisó de la reunión? ¿Acaso no éramos todos del mismo grupo?

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