Capítulo 10
Ambas sintieron cómo un escalofrío les recorría el cuerpo.
Valentina apretó los dientes y dio un paso al frente.
—Esto fue culpa mía. Fui yo quien no logró recibir la pulsera que me pasaba la señorita Catalina, así que... yo me haré responsable de reponerla.
Florencia exclamó, incrédula: —¡Valentina! ¡Fue esa mujer malintencionada de Catalina quien lo hizo a propósito! ¿Por qué tendríamos que pagar nosotras?
—¡Florencia! —la interrumpió Valentina con el rostro serio. —Fui yo quien no logró atraparla. No fue culpa de la señorita Catalina.
Dicho esto, se inclinó respetuosamente hacia donde estaba Catalina.
—Señorita Catalina, me disculpo por lo ocurrido hace un momento. Lo siento mucho.
Aunque Valentina pedía disculpas, tenía los ojos enrojecidos y las lágrimas contenidas a punto de brotar, como si hubiera sufrido una gran injusticia.
Catalina la observaba con frialdad, sin pronunciar una sola palabra.
Florencia, ya sin poder contenerse, dio un paso adelante.
—¡Valentina no tuvo nada que ver con esto! La que detesta a Catalina soy yo. Esa mujer siempre está llorando, haciendo escándalos y manipulando. ¡Fui yo quien intentó arrebatarle la pulsera! ¡Valentina nunca dijo que la quería!
Con la cabeza en alto, Florencia habló con firmeza y lealtad.
Señaló a una camarera cercana. —¡Si no me creen, pueden preguntarle a esta camarera!
La mirada de Alejandro se dirigió hacia la camarera.
Ella asintió con seguridad. —Es cierto, la señorita Valentina en ningún momento expresó que quisiera la pulsera.
Después de unos segundos de silencio, Alejandro habló.
—Valentina, vuelve a casa. Yo me encargaré de esto.
Ella esbozó una sonrisa triste, como una víctima injustamente acusada.
—Alejandro, sea como sea, no logré atrapar la pulsera. Me corresponde a mí reponerla.
Catalina observaba la escena con calma, conteniendo las ganas de aplaudirle a Valentina por su brillante actuación.
No había negado su responsabilidad, pero en ningún momento admitió haber intentado arrebatar la pulsera.
Toda su disculpa se limitaba a no haberla recibido.
Y ahora, con Florencia asumiendo la culpa, Valentina parecía aún más una víctima.
Mientras tanto, Catalina terminaba pareciendo una mujer fría e implacable.
Catalina observó brevemente a quienes la rodeaban.
Efectivamente, las miradas hacia Valentina habían cambiado considerablemente.
Incluso Florencia ahora la miraba conmovida.
La expresión de Alejandro también se había suavizado.
—Valentina, regresa. Todavía tengo algunos asuntos que resolver.
Valentina era una mujer muy astuta, y sabía que si insistía en quedarse, solo parecería hipócrita.
Asintió con suavidad y respondió con docilidad: —De acuerdo.
...
Florencia se fue junto a Valentina.
Una vez que todos se dispersaron, Alejandro miró a Catalina con frialdad.
—Catalina, ¿por qué siempre tienes que buscarle problemas a Valentina? Ya te dije que, mientras te comportes, nadie podrá quitarte tu lugar como señora Guzmán.
Catalina arqueó una ceja y sonrió con ironía. —Yo estaba tranquilamente eligiendo mi pulsera, cuando esas dos aparecieron de la nada para intentar quitármela. Al final, ¿cómo es que ahora resulta que yo fui quien provocó todo?
—¿Por qué no revisamos las cámaras de seguridad, señor Alejandro, y vemos quién llegó primero?
Los ojos oscuros de Alejandro brillaron con intensidad. —¿De verdad crees que no noté que tiraste la pulsera a propósito?
Catalina no mostró ni pánico ni sorpresa. Su rostro permanecía sereno, con una sonrisa apacible.
—Siempre pensé que el señor Alejandro tenía mala vista, pero me equivoqué. Resulta que también tiene vista de halcón.
Alejandro, por supuesto, captó el sarcasmo.
Lo que no esperaba era que Catalina admitiera directamente su intención, y con tanta seguridad.
Su mirada se volvió fría y cortante. —¿Y aún dices que no estás provocándola? ¿Entonces cómo defines lo que acabas de hacer?
Catalina sonrió con ligereza. —Eso mismo es lo que la señorita Valentina ha estado haciéndome todo este tiempo. ¿Ahora que lo hago yo, te duele?
Los ojos de Alejandro se oscurecieron. Recordó aquella vez en que Valentina le ofreció una copa a Catalina y esta la derramó encima.
Catalina había dicho que no fue su culpa, que fue Valentina quien no la sostuvo bien.
Y él... él no le creyó.
Observando el rostro apuesto y distante del hombre, Catalina dijo con voz clara:
—Exactamente. Lo hice a propósito. Prefiero romper algo antes que dárselo a ella. A partir de ahora, todo lo que me pertenece, nadie podrá arrebatármelo. Y además...
Alzó el rostro y fijó su mirada en los ojos del hombre. —¿Te duele? Pues perfecto. Mientras no firmes el divorcio, este tipo de cosas seguirán ocurriendo una y otra vez. Así que aunque te duela... te aguantas.
¿No era Valentina lo más importante para él?
Catalina quería comprobar si Valentina podía compararse con su empresa o sus intereses.
Las palabras de Catalina hicieron que Alejandro la observara con más detenimiento.
Últimamente, ella había cambiado mucho.
No solo su carácter era distinto, incluso su apariencia... parecía más deslumbrante que nunca.
Ya no era esa mujer apagada y sin brillo. Ahora era seductora; cada gesto suyo rebosaba encanto, una belleza agresiva y desafiante.
Claro que eso no significaba que antes no fuera atractiva.
Catalina siempre había sido hermosa, tanto de rostro como de figura, sin un solo defecto.
Pero su belleza anterior era como un arroz sin sal: insípida, sin emoción.
Y con todo lo que había hecho en el pasado, Alejandro no podía evitar sentir una repulsión instintiva hacia ella.
Porque al final, ¿de qué servía que una mujer fuera hermosa si tenía el corazón podrido?
En ese momento, la actitud de Catalina lo desconcertaba. No sabía si intentaba manipularlo estratégicamente o si simplemente quería confrontarlo y forzarlo a negociar.
—Catalina, ya te lo dije: si te comportas, no te faltará dinero...
Catalina lo interrumpió con frialdad: —¿Y quién quiere tu maldito dinero?
Alejandro soltó una carcajada sarcástica. —Ah, ¿no? Entonces, ¿qué haces comprando pulseras en una joyería del Grupo Andino?
—Compro lo que se me antoja. ¿Y eso qué tiene que ver contigo?
—Tú misma dijiste en público que eres la señora Guzmán. ¿No querías que lo cargaran a mi cuenta?
Catalina se sorprendió por un instante al escucharlo.
Después de unos segundos, sonrió con calma. —Claro. En estos tres años, lo que he conseguido del señor Alejandro no son miles, sino millones... suficientes para vivir varias vidas.
Los ojos de Alejandro brillaron ligeramente.
De pronto recordó que, en esos tres años, nunca había recibido una sola factura de Catalina.
Se extrañó. —¿De dónde sacaste tanto dinero para comprar pulseras?
—No usé tu dinero. ¿Qué tiene eso que ver contigo?
Alejandro recordó la escena de la fiesta, cuando Pedro ayudó a Catalina. Su rostro se oscureció.
—¿Qué relación tienes con Pedro?