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Capítulo 12 Puede que le gustes

Al ver a la mujer, la expresión de Fabián se suavizó un poco. De pronto recordó algo. —Paula, ¿no trabajas también en el departamento de cosméticos? —Sí, Fabián, ¿qué pasa? —preguntó Paula. —Tú eres subgerente, ¿verdad? Según tu experiencia, cuando el gerente se fue, ¿no deberías haber ascendido tú al puesto? Paula apretó los labios. —Eso pensé... Pero de repente trajeron a alguien. Al escucharla, Fabián quedó más convencido que nunca: ¡Susana estaba siendo mantenida! ¡Qué descaro! ¿Cómo podía la familia Valdez tener a alguien así? Decepcionado hasta el alma, Fabián miró a Paula con seriedad. —¿Quieres ser gerente? Yo puedo ayudarte. Ella era amiga de Dolores, así que darle una mano no importaba. Paula se mostró entusiasmada. —¿De verdad, Fabián? —Claro que sí —respondió él con una sonrisa torcida, aunque sus ojos destilaban frialdad. Dentro de la oficina. —¿Qué haces aquí? —preguntó Susana. Julián se acercó. —Si no vengo, ¿qué sería de tu labial? Abrió la mano, mostrando el pintalabios en su palma. Susana lo tomó y, sin querer, rozó sus dedos. Eran ásperos, con una firmeza que transmitía fuerza. Retiró la mano de inmediato. —Gracias. —¿Ese tipo era de la familia Valdez? —preguntó Julián, con evidente desagrado. Susana también lo encontraba vergonzoso. —Sí. Pero ya no me importa; al fin y al cabo, tengo a mis padres de la familia Morales. —Bien. Si ellos llegan a tratarte mal, dímelo —respondió Julián con calma. Susana lo sintió extraño, pero aun así contestó: —Gracias por lo de hoy. —¿Solo gracias de palabra? —Sus ojos oscuros la taladraron con intensidad. Susana lo pensó un instante. —¿Te invito a cenar? La última vez tú me invitaste, y ahora me ayudaste otra vez. Elige el lugar. —En tu casa —respondió él sin dudar. El aire se tensó por un segundo. Susana arrugó la frente. Con voz grave y magnética, Julián añadió: —Estoy cansado de la comida de afuera. Quiero algo casero. ¿O acaso la señorita Susana no sabe cocinar? Eso sí la provocó. Desde niña, Susana tenía un carácter competitivo. Además, lo que decía Julián tenía lógica: alguien como él estaría harto de los restaurantes. —Claro que sé. Pero... Creo que es mejor invitarte fuera. Aún no podía aceptar llevar a un hombre extraño a su casa. Julián, con las manos en los bolsillos y un aire desenfadado, replicó: —¿Temes que te haga algo? No hace falta. Pero está bien, como quieras. Me voy. —Está bien, que te vaya bien. Susana lo observó alejarse, con la sensación de que había algo raro. ¿No se suponía que Julián era reservado y distante? Más tarde, hablando por teléfono con una amiga, mencionó el asunto. Beatriz, al oírla, exclamó: —¡Yo veo solo dos posibilidades! —Dime. —O se está acercando a ti a propósito para usarlo como excusa y conseguir información confidencial de la familia Morales, o... ¡Le gustas! —Aseguró con firmeza. Susana arqueó las cejas. —¿No te parece que ambas son poco realistas? La familia Flores y la familia Morales estaban prácticamente al mismo nivel. ¿Qué necesidad tendría Julián de arriesgarse así? ¿Y qué le gustara? Eso parecía aún menos probable. —Ay, ay —dijo Beatriz. —Yo vi a Julián de lejos una vez y hasta me intimidó. Esa presencia no es algo común. Pero sin importar cuál fuera su propósito, creo que, Susana, podrías jugarle con la misma estrategia; si era lo primero, entonces tú le robabas la información, y si era lo segundo, jejeje... ¡Pues salías ganando! —Tú mejor dedícate a grabar tu novela. Llegada la hora de la reunión, Susana colgó. Entró a la sala y vio a unos pocos sentados dispersos. El departamento de investigación y desarrollo de cosméticos debía tener al menos veinte personas. El asistente, con gesto molesto, se acercó. —Gerente Susana, yo ya los había notificado. Susana permaneció imperturbable, se sentó en la primera fila y dijo con calma: —Ve a decirles que, si no aparecen en diez minutos, estarán despedidos.

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