Capítulo 9 Un cambio de actitud
Susana miró a Dolores con una sonrisa apenas perceptible. —¿En serio? Entonces gracias.
—No hay de qué, al fin y al cabo, somos hermanas —respondió Dolores con dulzura.
—Ah, con razón. Yo pensaba que no me querías. Si no es así, ¿por qué tienes los ojos rojos, como si hubieras sufrido una gran injusticia? —Las palabras tranquilas de Susana atrajeron de inmediato la atención de todos hacia Dolores. Y, efectivamente, el borde de sus ojos estaba enrojecido.
Ante las miradas inquisitivas de los presentes, Dolores se apresuró a explicar: —Es que estoy tan feliz por el regreso de Susana, que no puedo evitar emocionarme. De ningún modo estoy molesta.
—Eso espero —dijo Susana con una leve risa.
Aquella risa, llena de intención, hizo que Dolores se sintiera humillada y colmada de rencor.
En ese momento, Benito intervino oportunamente: —De ahora en adelante somos una sola familia y debemos convivir en armonía. Susana, toma, este es mi regalo para ti.
Benito le entregó una tarjeta.
Susana se sorprendió, pero al mirar a Andrea lo comprendió. Sin reparo alguno, la recibió. —Mil gracias.
Benito aguardaba escuchar un "papá", pero Susana no lo dijo.
Su expresión se ensombreció.
Claro, al no haberse criado con ellos, no existía un verdadero afecto.
La cena terminó con cada quien sumido en sus propios pensamientos.
Benito y los suyos esperaron hasta el final para retirarse.
Laura se acercó enseguida a Andrea, con un dejo de reproche. —Mamá, ¿por qué la trajiste sin pedirnos nuestra opinión?
Andrea la miró con frialdad. —¿Acaso necesito tu permiso para hacer algo?
Su imponente presencia dejó a Laura sin palabras. Dolores, con expresión agraviada, añadió: —Abuela, mamá no quiso decir eso. Lo que pasa es que Susana acaba de arruinar mi futuro. Yo tenía la oportunidad de estudiar piano con la profesora Sofía.
Laura reprimió la rabia. —¡Exacto! ¡Fue demasiado! ¡Tan mezquina y nada elegante!
¿Sofía?
En los ojos de Andrea se reflejó una leve sorpresa, aunque su voz sonó fría. —Si la profesora Sofía realmente quisiera aceptarte como alumna, ¿cómo podría cambiar de opinión por otra persona? Lo que no es tuyo, nunca será tuyo.
Andrea dijo esto y se marchó con Susana.
Dolores, furiosa, no pudo evitar dar un pisotón.
Laura también estaba contrariada.
—Basta ya. Si ella ha regresado, deberán tratarla mejor de ahora en adelante —dijo Benito con calma.
—Cariño, esa muchacha es demasiado calculadora. —Laura seguía llena de disgusto hacia Susana.
Benito se volvió hacia ella. —¿No viste lo mucho que mamá confía en Susana? Ella aún posee el cincuenta por ciento de las acciones de la empresa y, en todos estos años, nunca insinuó a quién piensa entregarlas. Si Susana llegara a recibir esas acciones, ¿acaso no serían también nuestras? Entonces tendríamos el control absoluto de la compañía.
Laura comprendió al fin. —Tienes razón... Solo que Dolores tendrá que soportarlo.
La miró con ternura y compasión.
Por dentro, Dolores se crispó, aunque en su cara apareció una sonrisa madura. —Mamá, yo no me siento agraviada. Mientras nuestra familia esté mejor, lo demás no importa.
—Esa es mi Dolores sensata. Quédate tranquila, que para tu padre y para mí siempre serás lo más importante. —Laura la abrazó para consolarla.
Dolores respondió con una sonrisa, aunque en sus ojos brilló un destello helado.
¡Malditos! Ella lo sabía: Benito solo valoraba los intereses.
Al no ser hija biológica, nunca sería la más querida.
Podría tolerar el regreso de Susana, pero que interfiriera en sus estudios... Eso debía pagarlo caro.
...
Por otro lado, cuando Susana salió con Andrea, esta le preguntó: —¿Dónde vives ahora? ¿Quieres mudarte conmigo?
—Creo que no es necesario por el momento —respondió Susana tras pensarlo.
—Está bien, lo harás más adelante —dijo Andrea. Con esos padres tan problemáticos, aunque regresara, Susana no estaría tranquila.
Andrea ordenó al chofer llevar a Susana de vuelta a su residencia.
Durante el trayecto, Andrea comentó: —¿Dónde vives? Supongo que en un barrio antiguo. Yo tengo un departamento cerca de tu empresa. Mañana mismo haré que lo pongan a tu nombre.
—No hace falta, abuela. —Rechazó Susana con cortesía.
Andrea no insistió, pero en su interior ya había decidido realizar el trámite al día siguiente.
Cinco minutos más tarde, al ver el lujoso complejo residencial frente a ella, Andrea se sorprendió. —¿Vives aquí?