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Capítulo 6

Silvia salió tambaleándose del salón de fiestas, con la mejilla ardiendo de dolor y la sangre seca en la comisura de los labios. No llamó al chófer; condujo ella misma hasta el hospital. Mientras el médico le aplicaba una gasa, Silvia se quedó mirando su reflejo en el espejo. La mitad de su rostro estaba hinchada y enrojecida, el labio partido y los ojos inyectados en sangre. Qué aspecto tan lamentable. Forzó una leve sonrisa, pero el gesto tiró de la herida y el dolor la obligó a aspirar aire entre dientes. Tras curarse, volvió a conducir para regresar a casa, pero en el estacionamiento dos personas le cortaron el paso... Los padres de Paula. Se pusieron a ambos lados de la puerta de su carro, suplicándole con insistencia: —Señorita Silvia, por favor, no siga ocupando el lugar de la señora Díaz; aunque sea por compasión hacia nosotros, deje ese sitio para Paula... Silvia los miró con frialdad: —Quítense. —Paula de verdad quiere mucho al jefe Julio, déjalos estar juntos, por favor... —He dicho que se aparten. No quería más enfrentamientos, así que los empujó y abrió la puerta del carro. Pero justo cuando pisó el acelerador, Juan se lanzó de repente hacia el capó... "¡Pum!" Se escuchó un golpe seco. Silvia ni siquiera alcanzó a reaccionar antes de ver a Juan tirado en el suelo, gimiendo de dolor mientras se sujetaba la pierna. Susana soltó un grito y corrió llorando hacia él: —¡Juan! Silvia se quedó paralizada, aferrada con fuerza al volante. Él se había lanzado por su cuenta. Lo hizo a propósito. Pero no tuvo tiempo de pensarlo más; bajó enseguida del carro y lo llevó a urgencias. En el pasillo del hospital, Paula llegó corriendo. Al ver a Silvia, sin decir una sola palabra, le soltó una bofetada... "¡Pa!" La cara de Silvia giró hacia un lado; un zumbido llenó sus oídos. —¡Silvia! —Paula lloraba desconsolada. —¡Puedes hacerme lo que quieras, pero por qué tienes que lastimar a mis padres así! La herida recién vendada en la mejilla de Silvia se abrió de nuevo y la sangre brotó, pero ella ya no sentía dolor. —Fue tu padre quien se lanzó —respondió fríamente. —¡Si vas a mentir, al menos hazlo creíble! —la voz cortante de Julio se escuchó a su espalda. — ¿Cómo iba a lanzarse contra tu carro? —Silvia, ¿cuándo te volviste tan cruel? Silvia lo miró; su corazón ya estaba desgarrado y sangrando. Ahora, él ni siquiera investigaba y simplemente daba por hecho que ella había atropellado a alguien a propósito. Parecía que ya había olvidado cómo, en el pasado, la amó con tanta devoción. El médico salió apresuradamente: —El paciente ha perdido mucha sangre, necesita una transfusión urgente. Es tipo A. ¿Alguno de ustedes puede donar? Paula, entre sollozos, negó con la cabeza: —Soy familiar directo, no puedo donar... La mirada de Julio se posó fríamente en Silvia: —Ella es de tipo A. Que done ella. Silvia levantó la cabeza de golpe: —No voy a hacerlo. —Fuiste tú quien lo atropelló, así que debes hacerte responsable. —su mirada era sombría. —Si a Juan le pasa algo, no te lo perdonaré. Silvia sintió un frío que le calaba hasta los huesos; la voz le temblaba: —¿Otra vez vas a hacer lo mismo que la última vez? ¿Vas a empujar a mis padres a la muerte, y a mí también? Las pupilas de él se contrajeron, como si aquellas palabras le hubieran herido. Pero al segundo siguiente, endureció el gesto y dio la orden al guardaespaldas: —Llévensela y háganla donar. Silvia fue forzada a sentarse en la silla de donación; cuando la aguja penetró en su vena, el dolor le hizo temblar los dedos. La bolsa de sangre se iba llenando poco a poco y su conciencia se volvía cada vez más borrosa. Recordó que antes, cuando sufría de anemia, a Julio le angustiaba incluso si ella se hacía una pequeña herida. Y ahora, él hacía que los guardaespaldas la sujetaran para sacarle sangre y salvar a un farsante. Todo se tiñó de negro ante sus ojos; finalmente, no pudo resistir más y perdió el conocimiento.

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