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Capítulo 4

Todo el lugar quedó en shock. A su alrededor, reinaba el silencio. Nancy, al mirar la cara atractiva y fría de Teodoro, sintió un leve impulso de retroceder. Aquella noche, había bebido demasiado y los recuerdos que tenía eran borrosos. Al acercarse de nuevo, el aroma sofisticado de la fragancia de Teodoro le transmitía una sensación helada y por poco retira la mano. Pero, en ese momento, él asintió. —La próxima vez, tendré más cuidado. Esa respuesta dejó atónitos a todos los presentes. En especial, quienes lo conocían bien, pues mostraron expresiones de asombro. Se volvieron para mirar a José con una mezcla de sorpresa por la traición y horror al saber que quien lo había traicionado era un amigo. Aunque solían beber y cenar juntos, nadie conocía el trasfondo de Teodoro. Solo sabían que se dedicaba a las inversiones, era reservado, no mostraba interés por las mujeres y, respecto a su fortuna, nadie se atrevía a especular. El reloj personalizado que llevaba en la muñeca, valorado al menos en un millón de dólares, era único en el mundo. Para alguien así, traicionar a otra persona era algo sencillo. Lo que más sorprendía era que Nancy hubiera logrado seducirlo. En ese momento, Nancy no se mostró demasiado sorprendida. Si Teodoro se atrevió a aceptar estar con ella la noche anterior, no le temería enfrentarse a José. —Anoche bebiste demasiado, hoy no puedes volver a emborracharte. ¿Me acompañas a buscar un jugo? El mensaje implícito en sus palabras era tan ambiguo que a los presentes les costaba entenderlo. Sin embargo, Teodoro volvió a responderle. —De acuerdo, como tú digas. La interacción entre ambos resultaba natural, lo que hizo que José no pudiera contenerse más y, a punto de ir a interrogarles, Julia lo detuvo. —¿Qué te pasa? ¿Quién es ella? Pareces muy pendiente de ella. Él se estremeció y solo pudo contener su enojo. Luego le respondió en tono suave para calmarla: —Solo es una mujer con ciertas artimañas, ese tipo de mujer… ¿cómo podría interesarme por ella? Como si quisiera demostrarlo, de pronto abrazó a Julia y, en un gesto cariñoso, frotó su nariz contra la de ella. —Cariño, ¿no será que te preocupas demasiado por mí? Julia, al ver la cara apuesta de José, se acurrucó en su pecho, provocando que varios de los presentes empezaran a bromear. —El jefe y Julia sí que tienen una relación muy dulce, qué suerte la suya. José respondió con un gesto de aparente indiferencia, pero su mirada, fría y severa, se dirigió a Nancy. Sus miradas se cruzaron. Ella, de repente, curvó sus labios rojos y mostró una sonrisa tan seductora que hacía que a cualquiera le picara el corazón. Se puso de puntillas, acercándose al oído de Teodoro, con sus labios casi rozándolo. —Lo de anoche, ¿seguimos con ello? Teodoro, sorprendido, giró la cabeza; sus narices se tocaron y sus labios estuvieron a punto de encontrarse. Nancy quería que pasara ese momento. Deliberadamente, rodeó el cuello de su acompañante con los brazos, sonriendo como si fuera a besarlo delante de todos. Al instante, la sujetó por la cintura y la atrajo hacia el pecho. Teodoro apartó la cara con un leve suspiro, con su aliento rozando la mejilla de ella. —¿Aquí mismo? De pronto, ella recordó lo dominante que había sido Teodoro la noche anterior, cuando, borracha, la había arrinconado contra la pared. Al acordarse de eso, sintió un poco de miedo. Sonriendo, se apartó de él y, de un trago, se bebió el jugo entero para calmar su corazón. Apenas dejó el vaso, él volvió a pasarle otro jugo. —¿Tienes mucha sed? El tono tentador de su voz le hizo sentir la garganta seca. Seguro que lo estaba haciendo a propósito. Nancy tomó el vaso y bebió de golpe la mitad. —Voy al baño. Dicho esto, le entregó el vaso y se fue apresurada. Al salir del baño, mientras se retocaba el maquillaje, José la acorraló contra el lavamanos y metió la mano bajo la abertura del vestido. —Nancy, ¿lo hiciste a propósito para molestarme? ¿Sabes lo que estás haciendo? Acto seguido, se inclinó para besarla. Ese tipo de actitud, él ya la había mostrado muchas veces. Antes, ella siempre terminaba cediendo. Pero esta vez, agarró la caja de pañuelos y se la lanzó con fuerza. Aprovechando que José se retorció de dolor, retrocedió unos pasos y lo miró fríamente. —José, terminamos. Lo que yo haga, ya no es asunto tuyo. ¿O anoche no te divertiste y quieres volver a intentarlo? Al recordar la vergonzosa escena de anoche, la cara de José se ensombreció. —Si sigues así de rebelde, me voy a enojar. —Ven aquí. Bésame.

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