Capítulo 5
José abrió los brazos, con la corbata desatada, desprendiendo esa seguridad y sensualidad arrogante de quien se cree por encima de todo.
Nancy había estado con él desde los dieciocho años. Cuando él la llamaba con un gesto, ella lo obedecía. Jamás lo abandonaría en esa vida.
Pero, a ella, ya eso le resultaba ridículo.
De pronto, miró por encima del hombro de José, sus ojos, llenos de picardía, se iluminaron.
—¿Seguro que quieres que vaya a besarte?
Desde la noche anterior, José no había tenido ni un momento de tranquilidad.
Como acababa de ser provocado de nuevo al ver la actitud vivaz y provocadora de Nancy, no pudo resistirse y se abalanzó sobre ella, dispuesto a besarla a la fuerza.
Esta vez, ella no se apartó.
Se dejó atraer a sus brazos. La mano de él la sujetaba con fuerza. Pero, en el instante en que los labios estaban a punto de rozarla, Nancy susurró: —Señorita Julia.
El cuerpo de José se tensó al instante.
—José, tú... ¿qué estáis haciendo?
Con la cara de Julia pálida, José apartó a Nancy de un empujón, se arregló el cuello de la camisa, como si él fuera la víctima forzada.
—¿Todavía pretendes usar esos trucos sucios conmigo?
—Julia, déjame explicarte, es que...
Nancy sabía que él querría echarle la culpa, así que no le dio la oportunidad.
—José ha bebido demasiado, por favor, Julia, vigílalo bien, no vaya a ser que cause algún malentendido innecesario.
Mientras hablaba, Nancy vio por el rabillo del ojo a un hombre parado en el pasillo; solo se veía la manga de la camisa y el reloj exclusivo y único.
Curvó los labios en una sonrisa, moviendo la cintura al pasar junto a Julia.
—Si mi novio ve esto, me costará mucho calmarlo.
Al llegar a la puerta, fingió recién notar a la persona, se acercó coqueta y se enganchó del brazo de Teodoro.
—Cariño, ¿estabas esperándome? Es tu culpa que me diera tanta sed y bebiera tanto jugo.
Sus palabras, cargadas de ambigüedad, llegaron a oídos de José, que apretó los puños de rabia.
Pero como Julia seguía mirándolo con sospecha, solo pudo contenerse. La abrazó fingiendo estar borracho y le pidió un beso, aunque en su nariz solo quedaba el aroma embriagador de Nancy, que le provocaba una inquietud irresistible.
Al salir al pasillo, ella soltó el brazo de Teodoro, lo miró y le hizo un gesto de despedida sin rodeos.
—Muchas gracias por tu colaboración hoy. Te invitaré a cenar otro día. Hasta la próxima.
Después de incomodarlos, no pensaba volver a entrar.
Quizá dentro de un rato, José saldría a lucirse cariñoso con Julia y a ella eso solo le daría asco.
Sin esperar la respuesta de Teodoro, se dio la vuelta y se marchó.
Atravesó la puerta que daba al estacionamiento. Pero la sutil fragancia venía detrás de ella.
Se detuvo y se giró para mirar a Teodoro, que estaba a unos pasos de distancia.
—¿Qué significa esto? El banquete aún no ha terminado, ¿por qué me sigues?
Teodoro la observaba desde arriba. Sus ojos oscuros la miraban con fuerza. Eran tan intensos que casi parecían abrasadores y ardientes.
—Eso de continuar que dijiste, ¿otra vez quieres jugar conmigo?
Nancy se quedó sin palabras.
Sus ojos mostraban una pizca de incredulidad.
—Somos adultos. Estoy usando tu ayuda para dejar mal a José, ¿no lo ves?
Ella pensaba que él lo sabía.
Como mucho, solo estaría descontento y no querría cooperar.
No esperaba que Teodoro asintiera con la cabeza.
—Lo sé. Por eso, ¿no he cooperado bien?
Ella respiró hondo.
—Por eso te di las gracias, lo demás solo eran bromas.
—Pero yo me lo tomé en serio.
—¿No crees que, si lo tomamos en serio, la venganza sería aún más placentera?
Él respondió con seriedad; en su semblante, no había ni rastro de sonrisa.
El corazón de Nancy dio un vuelco y no pudo evitar soltar una risa, entre enfadada y divertida.
Se fue acercando poco a poco, enroscando sus dedos en la corbata de él de manera seductora.
Gracias a los tacones, no le costaba mucho alzar la cabeza; sus labios rojos apenas alcanzaban la barbilla de Teodoro, pero su aura no disminuía en lo más mínimo.
—¿No eres buen amigo de José? Acostarte con la mujer de tu amigo; esa afición tuya...
Teodoro la sujetó con una mano grande y la atrajo contra su pecho. Se inclinó y quedó cara a cara con ella.
—¿No te parece muy divertido?