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Capítulo 3

A la mañana siguiente, cuando apenas empezaba a clarear, Gisela ya se había levantado para preparar el desayuno. Valeria tampoco había dormido bien. Durante la noche, el dolor de estómago la había despertado varias veces. Pero, para no preocupar a su hija, lo soportó en silencio sin emitir ningún sonido. Cuando Gisela la llamó para desayunar, Valeria fingió haberse despertado recién y se levantó para comer. Gisela no tenía nada de apetito; mientras su madre comía, ella aprovechó para preparar las cosas que necesitarían para el ingreso en el hospital. Cuando Valeria terminó y fue a la habitación, estaba por llamar a Gisela, pero vio a su hija sentada en la cama llorando, con los ojos completamente enrojecidos. Valeria soltó un suspiro y, al girarse, también se le escaparon algunas lágrimas. Una vez que Valeria terminó el desayuno, Gisela tomó en una mano la bolsa de viaje y con la otra sostuvo el brazo de su madre para salir. Apenas cruzaron la salida del barrio, Gisela se detuvo al ver el Maybach familiar frente a ellas. El conductor bajó del auto y se acercó con respeto. —Señorita Gisela, el jefe me pidió que viniera a recogerla. Gisela contuvo la respiración. Su primera reacción fue querer rechazarlo. Era una mañana helada de diciembre; una ráfaga de viento gélido pasó y Valeria tembló levemente. Ahora su cuerpo tenía muy baja resistencia, no podía quedarse afuera expuesta al frío. Además, ya que el conductor había venido, rechazarlo sería incómodo para todos; él tampoco podría regresar sin cumplir la orden. Gisela dio las gracias con cortesía. El conductor colocó la bolsa en el maletero. —Señorita Gisela, ¿a dónde las llevo? —Al hospital central de Venturis. —De acuerdo. Tras un rato de camino, Valeria preguntó: —Gise, ¿quién es la persona que envió al conductor? Gisela apretó los labios antes de responder: —El hermano de Sofía. —Ah, el hermano de Sofía. —Valeria sonrió levemente—. ¿Todavía mantienes contacto con Sofía? En los años de secundaria, Sofía había ido varias veces a su casa a comer. Con su carácter alegre, conversadora y educada, cada visita hacía reír a Valeria como si fuera un pequeño rayo de sol; tenía muy buena impresión de ella. Gisela respondió: —Sí, seguimos en contacto. Volverá al país pronto. Sofía se había ido al extranjero a estudiar justo después de graduarse del bachillerato; hacía pocos días había enviado un mensaje diciendo que regresaría pronto. —Siempre me cayó bien esa niña. Cuando vuelva... —Valeria estaba a punto de decir que la invitarían a comer nuevamente. Pero al recordar su enfermedad, tragó las palabras sin terminarlas. Gisela notó el cambio en el ánimo de su madre y apretó suavemente su mano, dándole consuelo sin palabras. Ella abrió Instagram y descubrió que Federico no había aceptado la transferencia de la noche anterior; solo le había respondido un mensaje. Federico: [No hace falta que seas tan formal]. Gisela miró la ventana de chat entre ambos. Casi nunca se hablaban. Aparte de la transferencia de anoche, el mensaje anterior databa de hace tres meses, en su cumpleaños. Él escribió: [Feliz cumpleaños], y ella respondió con un: [Gracias]. Más arriba, en Navidad, él había enviado: [Feliz Navidad], y ella contestó: [Igualmente]. Gisela escribió un mensaje. —Federico, gracias por enviar al conductor a recogernos. Pensó un momento, reemplazó el tú por usted para sonar más respetuosa y lo envió. Tras hacerlo, salió del chat y vio el contacto fijado arriba en Instagram; su respiración se detuvo por un instante. No había tenido tiempo de borrar a Felipe la noche anterior. Al volver a ver ahora la nota del contacto fijado en la parte superior, "Cariño", solo le pareció ridículo. Gisela había pensado bloquearlo de inmediato, pero al recordar la enfermedad de su madre, dudó. Habían sido dos años juntos. Durante esos dos años, ella lo cuidó con devoción, trabajando en tres empleos por él. Incluso si hubiera cuidado a una mascota durante dos años, ¿no habría también algo de afecto? Recordó lo que escuchó anoche: él podía comprar un bolso de cuarenta y cinco mil dólares para otra mujer. Si ella le pedía dinero prestado... ¿se lo daría? ... Después de completar los trámites de hospitalización de su madre, Gisela, tras pensarlo una y otra vez, finalmente decidió enviarle un mensaje a Felipe. [Cuando despiertes, respóndeme. Necesito hablar contigo]. No fue hasta las dos y media de la tarde que Felipe contestó. [Cariño, anoche fui con mis compañeros al cumpleaños de un amigo. Cantamos y nos divertimos hasta tarde. Todos estaban allí, no podía irme antes]. Gisela tenía en la cabeza una sola cosa: cómo conseguir dinero para tratar a su madre. Sobre las mentiras y el engaño de Felipe, ya estaba completamente insensible. Salió de la habitación del hospital y fue al pasillo a llamarlo. Al teléfono, Felipe acababa de despertar; su voz ronca y perezosa murmuró un "cariño" que antes le habría parecido encantador. Pero ahora que sabía la verdad, solo le resultaba repugnante. —Felipe. —Gisela lo llamó por su nombre completo, con un tono serio y severo. —¿Qué pasa, cariño? —Felipe siguió coqueteando—. ¿Por qué no me llamas bebé? ¿Estás molesta porque anoche volví tarde? Cariño, lo siento. Te prometo que no volverá a pasar. No te enojes conmigo, ¿sí? Gisela inhaló profundamente, como si necesitara reunir todo su valor antes de hablar: —Felipe, ¿podrías prestarme algo de dinero? Felipe guardó silencio unos segundos, evidentemente sorprendido. Después respondió: —¿Por qué de repente me pides dinero? Sabes que yo... yo soy pobre. No tengo mucho... El corazón de Gisela se apretó con fuerza. Con dificultad, dijo: —Felipe, mi madre está enferma y necesito dinero urgente. ¿Podrías ayudarme? Puedo firmar un pagaré. Te lo devolveré. Felipe volvió a quedarse en silencio. Parecía estar pensando. Gisela no dijo nada más; solo esperó su respuesta. Un segundo, dos segundos... cada instante se estiraba interminablemente. Por fin, Felipe habló de nuevo. Pero su respuesta hizo que Gisela sintiera cómo se abría un abismo helado bajo sus pies. —Cariño, ¿me estás poniendo a prueba para ver si te quiero de verdad? Si yo tuviera dinero, claro que te lo daría. No solo prestártelo, te daría todo lo que tengo. Pero ahora de verdad no tengo nada. —Cariño, este chiste no tiene gracia. Aunque quieras probarme, no uses la salud de nuestra madre como excusa. Gisela cerró los ojos; una lágrima resbaló por la comisura. A estas alturas, él seguía fingiendo ser pobre. Decía "nuestra madre" con tanta facilidad, pero ni siquiera estaba dispuesto a prestarle dinero. La mano con la que sostenía el teléfono temblaba. —Felipe, si no quieres prestarme dinero, está bien... Devuélveme entonces el dinero que gasté en ti. En dos años, lo que había gastado en Felipe sumaba al menos cuatro o cinco mil dólares. Gisela estaba furiosa consigo misma por no haber sabido ver a las personas en realidad, por haber perdido la razón por amor. Ella se privaba de todo, evitaba comprarse un abrigo nuevo aun después de tres años de uso, pero sin pensarlo dos veces le compraba a él uno de más de cien dólares para que no pasara frío. Qué absurdo. Apenas escuchó que Gisela quería que le devolviera el dinero, Felipe la cuestionó con incredulidad: —Cariño, ¿qué significa eso? ¿Cómo puedes pedirme que te devuelva dinero? ¿Por qué? Gisela soltó una risa amarga. —De repente siento que todo esto no tiene sentido. —¿Te cansaste de mí? —La voz de Felipe sonó herida, como si él fuera la víctima. —Sí. —Cariño, ¿hice algo mal? Si estás enojada, dímelo, puedo cambiar. No me dejes, por favor. Haré lo que quieras, no puedo vivir sin ti. —¿Ah, sí? —Gisela se oyó responder con sarcasmo—. Entonces dame ciento cincuenta mil dólares. —¿Qué? —Felipe creyó haber escuchado mal—. ¿Ciento cincuenta mil dólares? Cariño, sabes que no tengo dinero. Si dices eso a propósito es porque ya decidiste romper conmigo, ¿verdad? Gisela sintió su corazón apagarse por completo. —Felipe, ¿te parece divertido?

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