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Capítulo 5

Cuando sus palabras cayeron, el salón entero quedó en un silencio sepulcral. Todos abrieron los ojos con incredulidad. No se podía creer. ¿La Sofía que antes habría muerto y revivido por Adrián... diciendo que ya no le gustaba? Las miradas se clavaron en ella, todas llenas de asombro; solo Adrián permaneció frente a ella, con el traje impecable, expresión fría e imperturbable, sin una sola emoción en los ojos. —¿Cuántas veces has usado ya esta táctica de hacerte la difícil? —Su voz fue grave, cargada de una burla sin disfraz—. Te lo dije: por más que hagas berrinches, no sirve de nada. Se inclinó ligeramente hacia ella. Sus labios finos se movieron despacio, cada palabra articulada como si quisiera triturarle la última gota de dignidad... —No me gustas. Y no me gustarás. Al terminar, los invitados por fin reaccionaron, y los murmullos estallaron como una ola. —Ya decía yo, ¿cómo iba a dejar de amar al señor Adrián de un día para otro? —Claro, si antes intentó suicidarse ciento ocho veces solo para que él la mirara... —Qué pena... y qué desgracia. Sofía apretó los dedos con tanta fuerza que las uñas se hundieron en su palma, pero no sintió dolor alguno. Abrió la boca, intentando repetirlo... Ella no estaba fingiendo. Ella realmente ya no lo amaba. Pero antes de que pudiera hablar, Rafael la interrumpió con voz dura: —Disculpen todos. Es culpa nuestra no haberla educado bien, por eso hizo algo tan vergonzoso como robar. Con un gesto frío, ordenó a los guardias: —Llévensela al congelador del hotel. Que pase la noche allí para que aprenda. Las pupilas de Sofía se contrajeron; levantó bruscamente la cabeza. —Ya dije que no fui yo... Pero nadie la escuchó. Dos guardias avanzaron y le sujetaron las muñecas con violencia. Sofía forcejeó desesperada, cuando de repente un dolor agudo estalló en la nuca. La barra metálica del guardia la golpeó, haciéndola tambalear mientras la vista se oscurecía. En el último segundo antes de desmayarse, su mirada se cruzó con la de Adrián. Él estaba ahí, observándola con indiferencia absoluta, sin siquiera mostrar emoción alguna. Luego, Sofía despertó con un frío que le atravesaba los huesos. Tenía escarcha en las pestañas; cada respiración salía en nubes blancas. Sus extremidades estaban rígidas, la sangre parecía no fluirle ya. En la cámara frigorífica hacía treinta grados bajo cero, y ella solo llevaba una fina camisola. Su piel expuesta estaba amoratada por el congelamiento. —No puedo morir... —murmuró mientras intentaba mover su cuerpo entumecido—. No debo morir... Los trámites de inmigración pronto estarían aprobados. Iba a irse. Muy pronto podría empezar una nueva vida. Reuniendo la poca fuerza que le quedaba, se arrastró hacia la puerta del congelador. Sus dedos, morados y rígidos, golpearon con desesperación la gruesa puerta metálica. —Ayuda... —¿Hay alguien...? Ayúdenme... Su voz era ronca hasta casi quebrarse, pero del otro lado no llegó respuesta alguna. Hasta que... —Deja de golpear. Una voz suave, dulce y con risa se escuchó desde el otro lado de la puerta. Sofía se tensó por completo. Era Valeria. —Ahora todos están celebrando mi fiesta de cumpleaños, ¿crees que alguien tiene tiempo para ti? —Soltó una risita, con un orgullo imposible de ocultar—. Ah, por cierto, algo divertido... —Hoy también es tu cumpleaños, ¿no? —Lástima... nadie lo recuerda. Sofía mordió con fuerza su labio, y el sabor metálico de la sangre se extendió por su boca. —Yo estoy en el lujoso salón, rodeada de todos como una estrella, y tú aquí... a punto de morir de frío. —Valeria rio suavemente—. Sofía, ¿y qué si naciste en una familia rica? ¿Y qué si yo fui la huérfana? —Igual estás bajo mis pies. Sofía cerró los ojos. Un sabor a hierro subió desde su garganta. En ese instante, el teléfono de Valeria sonó. Ella, a propósito, activó el altavoz para que Sofía escuchara con claridad la voz del otro lado. —Valeria, ¿dónde estás? Era Adrián. Su voz sonaba baja, cálida... con una ternura que Sofía jamás había recibido. —Me mareé un poco... —La voz de Valeria se volvió frágil al instante—. Estoy en la sala de descanso. —Espérame, voy enseguida. La llamada terminó. El congelador volvió a quedar en silencio absoluto. Escuchando ese tono suave que Adrián usaba con Valeria, Sofía cerró lentamente los ojos. No supo por qué, pero de pronto recordó las páginas del diario... aquellas noches interminables que ella misma había escrito con lágrimas y desesperación. Esas hojas amarillentas donde la tinta se había corrido por el llanto, trazo por trazo grabando su sufrimiento. Había escrito sobre cómo Adrián celebró un cumpleaños con Valeria reservando un restaurante giratorio entero solo para que ella viera nevar. Había escrito sobre aquella vez que Valeria tuvo fiebre, y él pasó la noche entera a su lado, faltando incluso al campanazo de salida a bolsa de la empresa. Había escrito sobre cómo, cuando él miraba a Valeria, sus ojos se llenaban de una dulzura que ablandaba el más frío hierro... pero al volverse hacia ella, solo tenía la limosna de un mirar. Durante tantas noches, Sofía fue como una observadora patética, escondida entre sombras, mirando cómo se amaban. Pero ahora, al fin... ya no sentía nada por él. Ese pensamiento le hizo curvar levemente los labios. Luego, todo se apagó en absoluta oscuridad.

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