Capítulo 59
Ya había pasado un día; la gente entraba y salía, pero nadie volvía a prestarme atención.
Salvatore había tomado la decisión de encerrarme aquí.
Después de pasar una noche entera con hambre, me di cuenta de lo ridícula que era.
A él no le importaba en lo más mínimo; ¿qué conseguía yo con dejarme el estómago vacío? Nada más que dañar mi propio cuerpo.
Cerré los ojos.
Ya desde la última vez que intenté suicidarme y él ni siquiera vino a verme, debería haber comprendido que para él yo no significo nada.
Juraba que en esta vida no volvería a hacer ninguna tontería que lastimara mi propio cuerpo.
Abrí los ojos y empujé la puerta de la habitación.
Allí, en la entrada, había un pequeño carrito con bandejas doradas cubiertas por tapas. Abrí una o dos al azar y el aroma me golpeó de inmediato; aún estaban calientes.
No dije nada, lo empujé hacia dentro y empecé a comer.
Cuando terminé y estuve satisfecha, escuché la voz de Carmen desde la planta baja...
—¡Salvatore, déjame entrar!
Me detuve un

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