Webfic
Open the Webfic App to read more wonderful content

Capítulo 13 Así también la trató a ella

Cecilia se alteró visiblemente por un instante. Sin embargo, enseguida volvió a sonreír y dijo en voz baja: —Está bien, entonces me voy. Tras decirlo, se giró y fue a abrir la puerta del auto. Enrique seguía sentado, sin moverse. Pero desde donde estaba Cecilia, alcanzaba a ver la mano de Enrique apretando el volante: las venas le sobresalían en la piel. Cecilia dudó un momento y se inclinó para susurrarle a Enrique: —Habla bien con Mariana, ¿sí? No discutan. Enrique no la miró, solo respondió con un: "ajá". Mariana, sentada en el asiento trasero, pudo observar con claridad todos los gestos entre Enrique y Cecilia. Esa complicidad, y la última sonrisa que Cecilia le dirigió, provocaron en Mariana una profunda sensación de náusea. Rápidamente apartó la vista y, sin expresión, se quedó mirando por la ventana. —Mariana. Cuando Cecilia bajó del auto, Enrique la llamó de repente. Mariana no respondió. Entonces, Enrique dijo: —Ven al asiento delantero. Mariana siguió sin reaccionar ni moverse. Enrique tampoco perdió el tiempo; salió del auto, abrió la puerta trasera y sacó a Mariana de allí a la fuerza. —¡Enrique! Apenas Mariana pronunció su nombre, sintió una punzada de dolor en el tobillo. Su molestia se transformó de inmediato en una queja ahogada por el dolor. Aun así, Enrique no se detuvo ni suavizó el movimiento. La acomodó en el asiento del copiloto. Allí, Mariana todavía podía percibir el aroma a perfume de Cecilia. Suave, delicado. Sin embargo, le provocaba aún más náuseas. Enrique volvió enseguida y sin mirarla, encendió el auto y arrancó. Solo cuando el auto aceleró de golpe, Mariana apresurada se abrochó el cinturón de seguridad. Enrique no le prestó atención, ni le dijo una sola palabra. Dentro del auto, el ambiente era tenso, como la superficie del mar antes de una tormenta. Mariana apretó los labios y, al final, habló: —No pienso volver contigo. —Ya he sacado todas mis cosas. Cuando tengas tiempo, tramitamos el divorcio. Mis padres... Ya no están, y si la familia Sánchez necesita alguna explicación de mi parte, también puedo encargarme. Al final... Antes de terminar, Enrique frenó en seco. Una vez más se escuchó el chirrido de los frenos y el brusco giro del volante. Por suerte, esta vez Mariana llevaba el cinturón y no se golpeó la cabeza. Pero ahora, sin Cecilia en el auto, Enrique ya no fingía compostura. Enrique se inclinó de golpe, le tomó el mentón a Mariana y la obligó a mirarlo de cerca. —Mariana, ¿ni siquiera escuchaste lo que te dije el otro día? En ese espacio reducido, la cara de Enrique estaba a menos de cinco centímetros. Su ceño fruncido, la mirada oscura y profunda. Como un lobo acechando en la oscuridad. Mariana le sostuvo la mirada. Después de un momento, respondió: —Sí, te escuché. Sin esperar que él dijera nada, Mariana continuó: —En realidad, ayer no estaba enferma. Aquellas palabras confundieron a Enrique, quien arrugó la frente. Entonces recordó la llamada de Mariana del día anterior. Ya en ese momento le había parecido extraña. Antes, Mariana nunca le había hecho una petición así. Así que... —Yo ya sabía que estabas con Cecilia, ¿cierto? —dijo Mariana mirándolo—. En la montaña, viendo los hibicos y recordando el pasado. Mariana sonrió. —Dices que no quieres divorciarte, pero nunca me has tratado como a tu esposa. No hay ningún esposo que, al recibir una llamada de su esposa enferma, siga pasándola con otra mujer en la montaña. —¿Y entonces, Mariana? —Enrique la interrumpió con impaciencia—. ¿Quieres decir que estabas celosa? —No tengo ese derecho. Mariana soltó una leve risa y fue aflojando uno a uno los dedos de Enrique. —Solo le pedí a un amigo que estaba por ahí que tomara unas fotos. —Justo coincidió que los captó juntos, e incluso saliendo y entrando del hotel, jefe Enrique. Si subo esas fotos a internet, ¿qué crees que pasaría? —Cecilia... Es tu cuñada. Cuando terminó de hablar, Mariana le soltó el último dedo. Pero en ese instante, Enrique la sujetó del cuello. Si antes Enrique había guardado la calma, ahora mostró toda su fiereza. Su mirada, aunque fría, contenía una amenaza latente. Mariana comprendía la razón. Todo era porque... Podía lastimar a Cecilia. La mano de Enrique en su cuello parecía capaz de romperle los huesos en cualquier momento. Sin embargo, Mariana no se apartó, solo le sostuvo la mirada. —Enrique, yo quería que termináramos en paz, pero... —¿En paz? Enrique soltó una carcajada. —¿De verdad crees que esas palabras tienen sentido aquí? ¿Ahora sí aprendiste a manipular, a buscar a alguien para que me siguiera? Mariana se quedó en silencio un momento. Sintió lo irónico de todo. Era cierto. Hasta el matrimonio fue algo que ella forzó; no tenía derecho a pedir un final "en paz". Así que, al final, ¿también la separación debía ser dolorosa? Mirándolo, respondió: —Si realmente no tienes nada que ocultar, jefe Enrique, esto... No debería preocuparte, ¿verdad? Enrique la soltó de golpe. El aire volvió de inmediato. Estaba mezclado con el perfume que quedaba en el asiento, provocando que Mariana se atragantara y empezara a toser. Enrique solo la observó, frío, desde el asiento de al lado. Mariana se llevó una mano al pecho, tragó con fuerza para contener las náuseas y secó las lágrimas que le brotaron por reflejo, antes de decir, ya serena: —No te preocupes. Mientras nos divorciemos sin problemas, nadie sabrá nada de esas fotos. —Nos vemos en el Registro Civil. Dicho esto, Mariana fue a abrir la puerta. Pero seguía con el seguro puesto. De espaldas, Mariana exigió: —Ábreme la puerta. Enrique no respondió, ni se movió. —Te dije que abras la puerta. Mariana se giró para mirarlo. Su voz aún estaba algo ronca por el ahogo. Pero Enrique siguió sin reaccionar. Cuando Mariana estaba a punto de presionar el seguro, Enrique la sujetó de la muñeca y, de un solo movimiento, la presionó contra el asiento. Mariana intentó apartarlo, pero apenas puso la mano en su pecho, él la tomó y la levantó por encima de su cabeza. Ese gesto brusco y directo hizo que Mariana recordara algo. Su cara cambió por completo. Miró a Enrique, quiso decir algo, pero antes de poder pronunciar palabra, él ya le había sellado los labios con los suyos. Una vez más, Mariana sintió que se asfixiaba. Pero esta vez, no era solo por la respiración. Era por esa oleada de dolor y vacío que parecía querer devorarla por dentro. Le fue imposible no recordar su noche de bodas: esa noche, Enrique también la trató exactamente así.

© Webfic, All rights reserved

DIANZHONG TECHNOLOGY SINGAPORE PTE. LTD.