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Capítulo 3

—¡Oh por Dios! ¿Qué ha pasado aquí? Andrea preguntó sin comprender la situación. Pero al ver a Yolanda con la ropa desarreglada, temblando en los brazos de Jaime, lo entendió todo. Él había luchado por proteger a la mujer que tanto amaba, acto seguido, también le dieron una cachetada a ella. —¡¿Cómo que qué ha pasado, acaso tú no lo sabes?! Jaime, con los ojos enrojecidos, la miró como un león furioso y le gritó a todo pulmón: —Andrea, si quieres recurrir a métodos deshonestos como este para cerrar un trato, yo no te lo voy a impedir, ¡pero no metas a Yolanda en esto! Ella es inocente, no es tan calculadora y vil como tú. Andrea quedó petrificada en el sitio. Sentía un profundo ardor en sus mejillas, pero las palabras de él le dolieron mucho más, como si el corazón se le partiera en dos. ¿Que ella era capaz de hacer cualquier cosa? Durante la etapa inicial de la empresa, era necesario buscar clientes. En una ocasión, ella misma se encontró en una situación bastante peligrosa, pero prefirió ofender al cliente antes que traicionarse y logró escapar. En aquel entonces, Jaime estaba tan furioso que fue a buscarla personalmente. Y, al igual que hoy, le dio una paliza al hombre, lo que le costó unos días detenido, pero después la consoló: —Lo hiciste muy bien, gracias por protegerte. Desde entonces, nadie sabía cuánto odiaba ella ese tipo sucios de métodos. Pero ahora, ante los ojos de Jaime, se había convertido en una mujer capaz de hacer cualquier cosa para conseguir un negocio. Sin pensarlo una lágrima resbaló por la mejilla de Andrea: —¿En verdad soy eso para ti? Jaime quedó sin palabras, visiblemente conmovido. De pronto, Yolanda lo sujetó de la camisa, sonrojada, y dijo: —Jefe Jaime, la señora Andrea me pidió que brindara, pero le dije que no tengo buena tolerancia al alcohol. Sin embargo, el jefe Hugo insistió y me obligó a beber; ahora me siento muy mal. Al escuchar esto, el humor Jaime se ensombreció, y miró a Andrea con una hostilidad envenenada. —El corazón de las personas cambia con facilidad, ya ni siquiera puedo reconocerte. Dicho esto, tomó a Yolanda en brazos y se marchó a toda prisa. Andrea bajó la mirada. Después de un largo silencio, esbozó una sonrisa, pero esa sonrisa era más amarga que el llanto. Sí, tiene razón el corazón de las personas cambia. Él ya no era su amado Jaime. De regreso a casa, fue arrastrada a la fuerza hacia un callejón oscuro. —¡¿Qué quieren hacer ustedes?! Andrea, aterrada, palideció. Pero los hombres no respondieron y la sujetaron con fuerza contra el suelo, respondiendo con acciones a su pregunta. En el suelo había apiladas noventa y nueve botellas de licor fuerte. Los hombres abrieron con malicia una tras otra y se las vaciaron todas en la boca. Andrea intentó gritar pidiendo ayuda, pero se ahogó y no pudo emitir ningún sonido. El licor ardía en su garganta, fuerte y doloroso. Andrea se debatió, desesperada, pero era como un cordero indefenso sobre la tabla de sacrificio, incapaz de moverse; solo podía llorar sin cesar. Cuando terminaron de obligarla a beber, uno de los hombres le rasgó con rabia la ropa, dejando al descubierto su piel blanca y delicada, provocando carcajadas lascivas y miradas llenas de deseo. —¡Esperen un momento! —Dijo de repente uno—. El jefe solo nos pidió que le diéramos una lección, no vayamos a hacer algo más grave; no queremos meternos en problemas. Pero otro replicó, sin importarle: —¿Y a qué le temes? ¿Has visto a algún hombre ser tan cruel con su propia esposa? Si llegamos a acostarnos con ella, seguro hasta nos lo agradecerá. De pronto, Andrea abrió los ojos de par en par, asustada. ¿Estaban hablando de Jaime? Solo porque Yolanda fingió haber sido forzada a beber y estuvo a punto de ser dañada, Jaime la defendió como una fiera y ahora quería que Andrea experimentara lo mismo... Por desgracia, Jaime amaba a Yolanda. Justo cuando uno de los hombres iba a tocar su piel con esas manos sucias, de pronto se escucharon sirenas de policía afuera, y una mujer que pasaba gritó a todo pulmón: —¡Deténganse! ¡Ya llamé a la policía! Asustados, los hombres salieron corriendo en todas direcciones. Andrea se libró del peligro, pero quedó con su mirada perdida en el cielo nocturno, como si su espíritu se hubiera desvanecido. De repente, rompió a llorar. Toda la humillación y el dolor salieron en un llanto incontenible; al cabo de un rato, se sintió tan mal que se arrodilló y comenzó a vomitar. Solo cuando no quedó nada en su estómago, se puso de pie temblando y regresó a casa.

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