Capítulo 6
Al despertar, el fuerte olor a desinfectante le hizo saber a Marisol que estaba otra vez en el hospital.
La habitación estaba vacía, solo una enfermera registraba los datos de los monitores.
Al verla consciente, la mujer le dijo con tono impersonal: —El señor David y el señor Héctor me pidieron que viniera a revisar su estado.
Marisol asintió con apatía y se incorporó con esfuerzo. La enfermera le entregó un informe, en letras claras se leía cáncer en fase terminal.
Arrastrando su cuerpo dolorido, salió de la habitación. Al pasar frente a la de Camila, escuchó voces familiares.
—Papá, mamá, no se preocupen, estoy bien. David y Héctor me cuidan mucho.
Decía Camila con una dulzura empalagosa, luego fingió una leve preocupación: —Escuché que Marisol también cayó al mar, ¿no quieren preguntar cómo está?
Al otro lado de la línea, los padres de Marisol guardaron silencio un instante antes de responder con frialdad: —Ella se lo buscó. Solo nos importa saber de ti.
El corazón de Marisol se apretó como si una mano invisible lo estrujara.
Esos padres que tanto la habían amado, ahora eran indiferentes incluso a su vida o muerte.
Se dio la vuelta para marcharse, pero la puerta se abrió de pronto.
Camila apareció en el umbral, con una sonrisa triunfante: —¿Lo escuchaste todo?
Marisol la miró con calma: —Sí.
—Entonces ya sabías que la muerte de mis padres y la mía fue fingida, ¿verdad? —Camila se acercó, acorralándola paso a paso.
Marisol alzó la vista, con voz apagada: —¿Y qué si lo sé? Ese plan fue idea tuya, ¿no? ¿Por qué me odias tanto?
Camila soltó una risa amarga, con brillo retorcido en la mirada: —Tú naciste con todo; yo crecí en un orfanato, entre humillaciones. Todos te adoraban, y yo no tenía nada.
Su voz se volvió cada vez más aguda: —¡Quiero arrebatarte todo! Tus padres, tu hermano, tu prometido. Quiero que sepas lo que es quedarte sin nada.
Marisol no se enfureció. Ya había aprendido demasiado.
En su cuello llevaba un collar con un dispositivo de grabación.
Que en ese instante estaba registrando la verdadera cara de Camila.
Ella seguía jactándose: —Tu papá, tu mamá y Héctor son unos idiotas, ni siquiera notaron una trampa tan burda.
Rió con desprecio: —¿Y David? Antes te amaba tanto, pero ahora solo me ama a mí. Marisol, jamás podrás ganarme.
Al terminar, retrocedió un paso. En sus ojos destelló un rastro de locura: —Todavía me queda un plan sin ejecutar. Prepárate para probar el infierno.
El corazón de Marisol dio un vuelco, pero antes de reaccionar, Camila se lanzó sin vacilar por la ventana.
—¡Bang!
El ruido sordo de un cuerpo golpeando el suelo resonó desde abajo.
Marisol se quedó petrificada, con un zumbido en los oídos.
Entonces, desde el exterior, oyó un grito desesperado y familiar.
—¡Camila!
Temblando, corrió hasta la ventana y vio a David y Héctor abalanzarse hacia Camila, que yacía ensangrentada en el césped.
Llevaban en las manos bolsas de pasteles finos, claramente recién comprados para ella.
David la alzó entre sus brazos, con la voz quebrada: —Resiste, te llevaré de inmediato a urgencias.
Héctor, con los ojos enrojecidos, corría junto a él gritando sin parar: —¡Un médico, rápido, un médico!
El personal médico llegó con una camilla y la trasladó velozmente al quirófano.
Al pasar frente a Marisol, Camila abrió los ojos apenas, levantó un dedo tembloroso y la señaló: —Fue Marisol quien me empujó...
Aquellas palabras cayeron sobre ella como un balde de agua helada. Marisol sintió que la sangre se le congelaba.
David y Héctor giraron la cabeza al mismo tiempo. Sus miradas, tan frías como cuchillas, se clavaron en su corazón.
La voz de Héctor sonó escalofriantemente serena: —Llévenla al techo del hospital y átenla.
Se acercó despacio, mirándola desde arriba con dureza: —Si te atreviste a empujarla por la ventana, ahora te tocará probar lo mismo.
Los guardaespaldas avanzaron de inmediato, inmovilizándola con violencia.
En otra época, Marisol habría gritado, se habría debatido, suplicado.
Pero ahora solo los miró con apatía: —Si digo que no fui yo, ¿me creerían?
David soltó una carcajada gélida: —Con tu historial, ¿por qué habríamos de creerte?
Marisol sonrió. Una sonrisa amarga, mientras lágrimas silenciosas le corrían por el rostro.
Ya lo sabía.
Ellos nunca le creerían.