Webfic
Open the Webfic App to read more wonderful content

Capítulo 7

La expresión de Félix se oscureció de manera aterradora, con las venas de la sien marcándose por la furia. De un tirón, atrapó la muñeca de Bianca con una fuerza tan brutal que casi la destrozó. La arrastró violentamente de regreso a la habitación y la arrojó contra la cama. —¡Bianca! ¿Estás tan desesperada? ¿Por qué fuiste a buscar a otro hombre? Ella ya no tenía fuerzas para justificarse; la desesperación y el dolor la envolvían por completo. Lo miró y, de pronto, sonrió con amargura, una sonrisa rota y devastada. —Tú puedes buscar mujeres... ¿Por qué no puedo buscar un hombre? Félix pareció perder la razón. Se abalanzó sobre ella con ferocidad y mordió sus labios con brutalidad castigadora. El sabor metálico de la sangre se expandió de inmediato entre sus bocas. —¡¿Cómo te atreves?! ¡Bianca, cómo te atreves! Ella sintió que un sabor ferroso le subía por la garganta. Con todas sus fuerzas empujó a Félix y, al girar la cara, vomitó un chorro de sangre que tiñó de rojo las sábanas blancas. Félix quedó inmóvil por un instante. Su mirada se detuvo en aquella mancha, pero enseguida se endureció con un helado desprecio. —¿Fingiendo? ¿Hasta cuándo piensas seguir haciéndolo? Bianca, escúchame bien. ¡Tus pecados aún no están saldados! ¡Voy a torturarte toda la vida! ¡Hasta que mueras o yo lo decida! Con crueldad le sujetó la mandíbula, apretándola con fuerza. —Y si vuelves a atreverte a traer otro hombre a esta casa, te haré desear la muerte. Sin más palabras, la arrastró sin piedad fuera de la cama y hasta el exterior de la mansión. —Ya que tienes tanta energía, quédate aquí afuera y aclara tus ideas toda la noche. Era inicios del invierno. El viento helado cortaba la piel, y Bianca solo llevaba un camisón delgado. A medianoche, el cielo descargó una lluvia helada. Las gotas empaparon todo su cuerpo, haciéndola tiritar de frío; sus dientes castañeaban y su conciencia se fue difuminando poco a poco. En los días siguientes, enfermó gravemente. Permaneció postrada en su habitación, consumida por la fiebre. Félix no fue a verla ni una sola vez. Una tarde, Bianca escuchó desde abajo la voz llorosa y alterada de Viviana. —¡Félix! ¿Qué hago? Yo... Yo maté a alguien. Tambaleante, Bianca llegó hasta el descanso de la escalera y vio a Viviana temblando en los brazos de Félix. Él la tranquilizaba, acariciándole la espalda. —No tengas miedo. Dime, ¿qué pasó? Viviana, entre sollozos, explicó que había ido a la escuela por su diploma de graduación. Allí, un chico que la acosaba intentó propasarse con ella; en el forcejeo, lo empujó sin querer al lago artificial. El joven golpeó la cabeza contra una piedra y quedó en estado vegetal. Su familia había denunciado y la policía quería arrestarla. Félix guardó silencio unos segundos antes de responder: —No te preocupes, me encargaré. Solo ve a presentarte para el interrogatorio. En unos días, te sacaré. Viviana rompió a llorar con fuerza. —¡No quiero! ¡Ese lugar me aterra! ¡Nunca he estado allí... Félix, no quiero ir! Con la frente arrugada, Félix levantó la mirada. Sus ojos se encontraron con los de Bianca, que lo miraba desde la escalera, pálida como la cera. Su voz fue helada y categórica. —Bianca, tú irás. Ella alzó la cabeza bruscamente, incrédula, clavando la mirada en Félix. —Tú cargarás con la culpa por Vivi —dijo con un tono que no admitía réplica—. Dirás que fuiste tú quien lo empujó. —Yo... —Bianca abrió los labios, intentando pronunciar alguna palabra. —¿No piensas hacerlo? —Félix la fulminó con la mirada—. Entonces mandaré que te lleven a la fuerza. Las manos de Bianca comenzaron a temblar. Miraba al hombre que alguna vez la había amado con todo su ser, y que ahora, por otra mujer, estaba dispuesto a enviarla con sus propias manos a prisión. Sintió un espasmo desgarrador en el pecho. Al final, bajó la mirada en silencio. Así, Bianca asumió la culpa por Viviana y fue encerrada en el centro de detención. Tres días enteros. Oscuridad, humedad, paredes heladas, comida podrida, los empujones y la hostilidad de las demás reclusas... Cada minuto se le hizo eterno. Bianca se acurrucaba en la cama dura de tablones, ardiendo de fiebre, soportando todo en silencio sin emitir un solo gemido. La tarde del tercer día, la puerta metálica se abrió. Arrastrando su cuerpo debilitado, salió. La luz del sol la cegó, provocándole mareo. Pero quien la esperaba afuera no era Félix, sino su asistente. El hombre la observó, notando su palidez extrema y su aspecto deshecho, apenas capaz de mantenerse en pie. En sus ojos pasó un destello fugaz de compasión, aunque fue profesional y distante. —El jefe me ordenó venir a recogerla. Abrió la puerta del auto y esperó a que Bianca se sentara antes de encender el motor. Tras un largo silencio, añadió: —La señorita Viviana... Fue diagnosticada hace unos días con una insuficiencia cardíaca grave. Su estado es muy delicado. El jefe ha estado moviendo todos sus recursos, buscando desesperadamente en todo el mundo un corazón compatible para ella. Hizo una pausa y, a través del retrovisor, miró a Bianca. —Él pidió que, al regresar, se mantenga tranquila y no cause más problemas. En este momento... él no puede distraerse.

© Webfic, All rights reserved

DIANZHONG TECHNOLOGY SINGAPORE PTE. LTD.