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Capítulo 9

En los días siguientes, Félix efectivamente salía temprano y regresaba tarde, e incluso algunas noches no volvía a casa. Bianca, en silencio, lo esperaba. Hasta que por fin llegó el día señalado para la cirugía. Coincidía exactamente con el cumpleaños de Félix. Esa mañana, Bianca se levantó temprano. Aunque estaba débil, se esforzó en preparar un pastel de cumpleaños para él. Era pequeño y delicado, igual al primero que le había hecho después de comenzar su vida juntos. Cuando Félix apareció ya vestido de traje, listo para salir, ella lo llamó, sosteniendo el pastel entre sus manos. —Hoy es tu cumpleaños... ¿Por qué no pruebas un bocado antes de irte? Félix se detuvo un instante. Echó una mirada al pastel y, sin que en su expresión asomara la más mínima emoción, alzó la mano de golpe. El pastel cayó al suelo, deshecho en crema y migajas. —¿Qué tramas ahora, Bianca? —Su tono era helado, impaciente—. No tengo tiempo para perder contigo. Hoy es el día de la cirugía de Vivi, y nada importa más que eso. Dicho esto, se marchó sin volver la cabeza. Bianca observó los restos esparcidos en el piso. El frío en su pecho se expandió hasta envolverle todo el cuerpo. "Si no quieres el pastel..." "Entonces te daré mi regalo de cumpleaños". Se cambió a un conjunto limpio de ropa y tomó un taxi rumbo al hospital. Según el protocolo, firmó el último documento y se vistió con la bata de paciente. Tras la cortina de la sala de preparación, alcanzó a ver a Félix, que sujetaba con ternura la mano de Viviana. —No tengas miedo, Vivi. —Le susurraba con dulzura—. Solo será un sueño. Yo estaré aquí esperándote hasta que despiertes. Viviana asintió con fragilidad. —Félix, prométeme que me esperarás. —Sí. Siempre. Las lágrimas corrieron silenciosas por las mejillas de Bianca. Recordó cuando ella misma había sido operada de apendicitis. Entonces Félix también estaba allí, ansioso, sujetándole la mano y diciéndole: "No tengas miedo, estaré afuera, sin moverme un solo paso". —Señorita Bianca. —El médico confirmó una última vez—. La cirugía comenzará enseguida. Se trata de un trasplante de corazón de donante vivo. Una vez iniciado, no habrá marcha atrás. ¿Está absolutamente segura? Bianca miró hacia la cortina, hacia aquella silueta que, aunque difusa, llevaba grabada en su alma. Asintió despacio, con firmeza. —Sí. Estoy segura. La anestesia comenzó a correr por sus venas, extendiendo un frío letargo que poco a poco borró su conciencia. En su mente emergieron, desordenados, fragmentos de recuerdos con Félix. Lo vio sentado en silencio en la sala de la casa de los Navarro, mientras ella recibía de manos de los sirvientes los postres que él mandaba preparar a escondidas para complacerla. Lo vio cuando rompió accidentalmente aquel valioso jarrón antiguo; y él, sin pensarlo, corrió a tomar sus manos para comprobar que no estuviera herida, con un tono de angustia que ella jamás había oído antes. Lo vio en medio del incendio, perdiendo por única vez el control, abrazándola con fuerza y murmurando con voz ronca: "No sigas siempre a Nuria, mírame más a mí, ¿sí?". Lo vio de rodillas, temblando levemente al sostener un anillo. "Bia, cásate conmigo. Déjame cuidarte toda la vida". Promesas que en otro tiempo ardieron como el sol, ahora se clavaban en su corazón, desgarrándole los últimos sentimientos que le quedaban. "Si hubiera otra vida..." "Félix, no nos volvamos a encontrar". "El mundo es demasiado cruel. La próxima vez... Yo no vendré". La última chispa de luz se apagó en los ojos de Bianca. Sus largas pestañas descendieron lentamente, como alas rotas, hasta cerrarse sin retorno. En el monitor cardíaco, la línea que marcaba la vida se extendió en un trazo frío y recto, acompañado por el pitido agudo y monótono de la máquina. Mientras tanto, afuera, la luz roja del quirófano se apagó. Félix se levantó de golpe, con los ojos enrojecidos. El médico salió, quitándose la mascarilla. —Señor Félix, la cirugía fue un éxito. La señorita Viviana despertará pronto. Félix exhaló con alivio. Tras días de tensión, su cuerpo cedió; una mueca de cansancio asomó en su cara. Estaba a punto de entrar a verla, cuando el médico lo detuvo. —Señor Félix. —Su tono tenía respeto y una leve vacilación—. ¿Quiere ver a la donante del corazón? A pesar de que firmamos un acuerdo de confidencialidad y los familiares pidieron anonimato, según la costumbre, usted como beneficiario puede acercarse, rendir homenaje y dar las gracias. Los pasos de Félix se interrumpieron. En su mente solo había espacio para la alegría de que Viviana tuviera una segunda oportunidad. Aquel donante desconocido no le despertaba grandes emociones. Pero por cortesía, y agradecido porque había salvado la vida de Viviana, asintió. —De acuerdo. Siguió al médico hasta una sala. Dentro reinaba el silencio. Solo había una cama cubierta por una sábana blanca que delineaba una silueta delgada debajo. El médico se retiró discretamente a un lado. Félix avanzó despacio. El aire olía a desinfectante. Con los dedos, tomó una esquina de la tela. Algo extraño, pesado e inexplicable le oprimía el pecho. Con sumo cuidado, levantó la sábana, muy despacio, muy despacio...

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