Webfic
Open the Webfic App to read more wonderful content

Capítulo 7

—No... ¡Aléjense... Suéltenme...! Los cinco hombres, con sonrisas siniestras, la sujetaron con fuerza. Paula, con el cuerpo destrozado por las fracturas, no tenía fuerzas ni para resistir; solo podía observar con desesperación cómo esas manos inmundas se acercaban a su cuello y a su ropa. —No vas a escapar, señorita Paula —dijo el líder, mostrándole los dientes amarillos en una mueca grotesca—. Esta noche te vamos a dar una atención especial. El sonido del tejido al rasgarse rompió el silencio de la habitación. Paula apretó los labios hasta hacerse sangre, el sabor metálico llenándole la boca. No podía morir ahí, ni permitir que esas bestias la destrozaran. Con un último esfuerzo, empujó al hombre más cercano y, reuniendo toda su voluntad, se lanzó hacia la ventana... ¡Crash! El cristal se hizo añicos y el viento helado irrumpió violentamente. Paula cayó desde el segundo piso, sintiendo un dolor desgarrador en la pierna derecha, pero ni siquiera pensó en detenerse. Arrastrando su pierna fracturada, corrió con toda la velocidad que pudo. —¡Maldita sea, atrápenla! —rugió el líder de los hombres, furioso. Aterrada por la idea de que la alcanzaran, Paula corrió sin rumbo, tropezando una y otra vez. Pero de repente... ¡Boom! Unas luces cegadoras la deslumbraron. Un auto deportivo, a toda velocidad y en sentido contrario, la embistió de lleno. El cuerpo de Paula salió disparado, aterrizó pesadamente en el asfalto y la sangre comenzó a manar y a empaparlo todo. Tendida en el charco rojo, la conciencia de Paula se desvanecía, y en sus oídos solo resonaba un zumbido lejano. Oyó abrirse la puerta del auto y luego pasos acercándose. —Vaya, Daniel, fuiste despiadado —Rio Emilio—. Sergio ya había mandado que la atacaran, y tú además la atropellaste. —Si no hubiese huido, no habría tenido que hacerlo —respondió Daniel, con una fría sonrisa—. Ella lo eligió. —Qué lástima, ni siquiera murió —añadió Mario, con tono indiferente—. Si se hubiera muerto, ya podríamos dejar de fingir delante de ella y quedarnos siempre con Rosita. El corazón de Paula se sintió apretado, casi ahogada de dolor. Así que... Realmente deseaban su muerte. Cuando volvió en sí, estaba otra vez en una cama de hospital, envuelta en vendas como una momia. —¡Pauli! ¡Por fin despertaste! —Daniel se acercó enseguida, con los ojos rebosantes de "preocupación", como si no hubiera sido él quien la atropelló. —Perdónanos, estábamos tan apurados por verte que no vimos el camino y te atropellamos. —Emilio le tomó la mano con voz suave. —También nos enteramos de lo que pasó con Rosaura en el hospital. —Suspiró Mario—. Pero confiamos en ti, estamos seguros de que fue Rosaura quien te difamó. Paula los miró en silencio, la mirada apagada, vacía. —Descansa. Vamos a hablar con Sergio. Esta vez, te prometo que te haremos justicia —dijo Daniel, dándole una palmadita en la mano antes de que los tres salieran de la habitación. Paula cerró los ojos, esbozando una sonrisa amarga y desolada. ¿Justicia? Lo único que deseaban era ir corriendo a ver a Rosaura. Las heridas de Paula eran tan graves que debió permanecer hospitalizada dos semanas. El día que le dieron el alta, Daniel, Mario y Emilio la acompañaron personalmente de regreso a su mansión. Pero al llegar, encontró a Sergio y a Rosaura en la sala de estar. —¿Qué hacen aquí? —preguntó Paula con frialdad. Sergio alzó la mirada, tan fría como si viera a una extraña. —He venido con Rosita a recoger sus cosas. Ya no vivirá aquí. —¿Por qué? —Paula esbozó una sonrisa, el dolor de las heridas haciéndola estremecerse—. ¿Tienes miedo de que vuelva a hacerle daño? —Veo que por fin lo entiendes. —Rio Sergio, desdeñoso—. Si sigue aquí, quizá no sobreviva. Paula apretó los puños, las uñas clavándose en la palma de su mano. Nadie era capaz de ver, ni con los ojos ni con el corazón, quién era la verdadera víctima. —Sergio, ya terminé de empacar —dijo Rosaura, acercándose con los ojos llenos de lágrimas—. Pero... Mi trofeo ha desaparecido. —¿Qué trofeo? —Sergio arrugó la frente. —El que gané en el concurso de piano —murmuró Rosaura, mordiéndose el labio—. Es el único trofeo que he conseguido en mi vida... La mirada de Sergio se endureció, apuntando directo a Paula. —Entrégalo. Paula soltó una risa amarga. —Yo no lo tengo. —La señorita Paula siempre lo ha tenido todo, no necesita mi trofeo. —Rosaura la miró con tristeza—. ¿Por qué no me lo devuelve? —Rosita, Pauli ya dijo que no lo tiene. —Daniel fingió molestia—. No tiene sentido discutir por eso. —Sí, es solo un trofeo. —Secundaron Emilio y Mario. Sergio soltó una carcajada seca y sacó su celular. —¡Guardias! Enseguida, una decena de hombres irrumpió en la casa. —¡Revísenlo todo! —ordenó Sergio—. No paren hasta que encuentren el trofeo de Rosita. —¡Sergio, no te excedas! —Daniel trató de interponerse. —¿Qué pasa, ahora la van a defender? —Sergio entornó los ojos—. De acuerdo, salgamos a una carrera. Si gano, no interfieren. Si pierdo, me llevo a Rosita de inmediato. Daniel, Emilio y Mario se miraron y, finalmente, asintieron. —De acuerdo. Paula, al margen, presenciaba la escena con frialdad. Sabía mejor que nadie que Daniel era el mejor corredor de Valle Verde, y nunca había perdido. Sin embargo, el resultado fue inesperado. Daniel perdió. Emilio perdió. Mario perdió. Al verlos bajar de los autos fingiendo frustración, Paula solo pudo pensar en lo patético que resultaba todo. Qué buena actuación la de todos ellos. Sergio regresó a la mansión, levantó la mano con frialdad y ordenó: —¡Destrúyanlo todo! Su voz era fría. —No se detengan hasta encontrar el trofeo de Rosita.

© Webfic, All rights reserved

DIANZHONG TECHNOLOGY SINGAPORE PTE. LTD.