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Capítulo 8

¡Bang! ¡Crash! Los guardias irrumpieron en la mansión como una avalancha; los jarrones antiguos y carísimos se hicieron añicos, el vino de colección se derramó por el suelo, los muebles de diseño quedaron destrozados, convertidos en escombros. En cuestión de minutos, todo lo que una vez fue símbolo de lujo se volvió un campo de ruinas. Paula se mantuvo de pie en medio de aquel caos, observando impasible la destrucción a su alrededor. Sus uñas se hundieron en la palma de su mano, pero era incapaz de sentir dolor. Cada objeto destrozado era un recordatorio tangible de su dignidad rota: sabía que jamás podría recuperar lo perdido. —¡Aquí está! —gritó un guardia desde el segundo piso, bajando corriendo con el trofeo dorado en la mano. Sergio lo tomó, satisfecho, y, sujetando a Rosaura de la mano, se dispuso a marcharse. Antes de salir, Rosaura miró por encima del hombro y le dedicó a Paula una sonrisa de triunfo. —Pauli, no te pongas triste. —Se acercó Daniel a consolarla, con voz suave—. Pronto te construiremos una mansión igualita. —Sí, todo lo que rompieron te lo compraremos nuevo —añadieron Emilio y Mario al unísono. Paula los observó y, de repente, soltó una carcajada cargada de ironía. —¿No se cansan de fingir... Ustedes? Los tres quedaron perplejos. —¿Qué dices? Paula no respondió. Simplemente se dio la vuelta y se fue. Se mudó a una mansión en las afueras de la ciudad y pasó sus días encerrada, aguardando el regreso de Raúl. No fue hasta la víspera de su cumpleaños que, por fin, salió a buscar un vestido en la boutique más exclusiva del centro. Apenas entró, se encontró frente a frente con Rosaura. Ambas se fijaron en el mismo vestido. —Ese vestido es para mí. —Afirmó Paula, con tono sereno. La dependienta, al reconocerla, no tardó en mostrar entusiasmo. —¡Señorita Paula, tiene un gusto impecable! Este vestido es una edición limitada mundial, solo una dama de su categoría podría lucirlo. Luego, le lanzó a Rosaura una mirada de desprecio. —Para otras personas... que mejor elijan otra prenda. Este tipo de alta costura no es para cualquiera. A Rosaura se le llenaron los ojos de lágrimas. Rápidamente, sacó su celular y llamó: —Sergio... Ven rápido... ¡Me están humillando! El corazón de Paula se aceleró, sabiendo de inmediato lo que se avecinaba. Ni siquiera alcanzó a cambiarse el vestido; se dio la vuelta y salió corriendo. Apenas llegó al estacionamiento... ¡Bang! Un golpe brutal en la nuca la sumió en la oscuridad total. Cuando recobró poco a poco la conciencia, descubrió horrorizada que estaba suspendida en la fachada del edificio de la Corporación Altamira. En el piso sesenta y nueve, el viento helado cortaba su piel como navajas; al mirar hacia abajo, notó que solo llevaba ropa interior, la piel azulada y entumecida por el frío. —¿Despertaste? La voz gélida de Sergio llegó desde arriba. Paula levantó la cabeza con esfuerzo, encontrándose con los ojos de Sergio, que alguna vez la obsesionaron y ahora solo destilaban crueldad. Era él... ¿Fue Sergio quien la despojó de su ropa y la colgó a esa altura? Las pupilas de Paula se contrajeron con violencia; sentía el corazón atrapado en un puño invisible. Antes de que pudiera hablar, Sergio se inclinó, sujetándole la barbilla con sus dedos largos y fríos. —Paula, ¿no te encanta competir con Rosita por todo? Graba bien la lección de hoy. La próxima vez que intentes quitarle algo, piénsalo: ¿puedes afrontar las consecuencias? Soltó su barbilla y se marchó, sin volver la vista atrás. Los pasos de Sergio se desvanecieron y, desde el pasillo, llegaron voces. —Si se atreve a competir con Rosita, que aprenda su lección —dijo Daniel con frialdad. —¿La dejamos colgada una hora antes de bajarla? —preguntó Emilio, como si hablara del clima. —Mejor todo el día; no se va a morir. —Rio Mario—. Así vamos buscando un nuevo vestido para Rosita. Daniel, Emilio y Mario se marcharon, dejando a Paula sola, suspendida en la altura. El viento gélido la azotaba, y Paula temblaba sin cesar, con los labios morados por el frío. Apretó los dientes, pero las lágrimas siguieron resbalándose por su cara. ¿Por qué... Por qué le hacían esto? Había creído que, aunque no la quisieran, al menos quedaba algo de su amistad. Ahora, comprendía que, para ellos, Paula ni siquiera era una desconocida. A la mañana siguiente, los transeúntes matutinos se detuvieron boquiabiertos, señalándola en lo alto. —¡Dios! ¿No es la señorita Paula de la familia Ramírez? —¿Cómo acabó colgada ahí? ¿Y... Vestida así? —Qué vergüenza... Paula miró desde las alturas a la multitud que parecía un enjambre de hormigas, deseando con toda el alma soltarse y caer. En ese instante, Daniel, Mario y Emilio finalmente aparecieron. —¡Pauli! ¡Perdónanos! —Daniel corrió hacia ella fingiendo angustia—. ¡En cuanto supimos que Sergio te colgó aquí, vinimos enseguida! Emilio le puso su abrigo sobre los hombros. —No tengas miedo, te llevamos a casa. Mario se agachó a su lado y le habló con ternura: —Perdónanos, prometemos que nunca más te volverán a hacer daño. Paula los miró a los ojos, vio sus máscaras hipócritas, y de repente sonrió. Una sonrisa tan amarga que rompía el corazón. —Lárguense. Daniel, Emilio y Mario se quedaron pasmados. —¿Pauli? —Dije que se larguen. —Paula los apartó y, haciendo acopio de fuerzas, se incorporó—. ¿No fue por culpa de ustedes que terminé así?

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