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Capítulo 1

María García era la mujer que Solarena consideraba la más adecuada para llevar a casa y convertirla en esposa. Su belleza podía hechizar a cualquiera y su carácter tan dócil y apacible resultaba casi increíble. Alejandro Fernández había provocado incontables escándalos amorosos y siempre era su prometida quien terminaba encargándose de limpiar los desastres. La primera vez, cuando Alejandro fue fotografiado paseando con una modelo joven, María, con fiebre alta, se levantó en plena noche para arreglarlo todo y retirar las tendencias de búsqueda. La tercera vez, cuando Alejandro y una actriz emergente fueron acorralados por reporteros en un hotel, María acababa de someterse a una apendicetomía y, aun así, soportó el dolor para dispersar a los periodistas. La novena vez, cuando Alejandro celebró el cumpleaños de su amante el mismo día del funeral de Carmen González. María, llorando, redactó y publicó un comunicado para aclarar la situación por él... Pero, en la última ocasión, la mujer, que estaba bajó de la cama de Alejandro, era su hermana menor, a quien María había amado y protegido durante veinte años. María no podía dejar de temblar. —¡Laura García, él es tu cuñado! ¿Cómo pudiste acostarte con él? ¿No te queda nada de vergüenza? Laura se acurrucó en los brazos de Alejandro y soltó una risita burlona. —Ustedes ni siquiera están casados. ¿Cómo va a ser mi cuñado? Además, que él quiera casarse contigo... eso está por verse. —Si no eres capaz de mantener el corazón de un hombre, ¿con qué cara vienes a reprocharme a mí? María, indignada, miró a Alejandro, que no había dicho nada. —Con tantas mujeres dispuestas a tirarse en tus brazos, ¿por qué tenía que ser mi hermana? Alejandro, sin mostrar la más mínima incomodidad, pese a haber sido sorprendido en flagrancia, sonrió. —Se parece mucho a ti. Por un momento no la reconocí. La insinuación era clara: la había confundido. Pero un segundo después, sus ojos se llenaron de burla. —Aunque ella fue mucho más activa en la cama que tú. Tú... pareces un pez muerto. Al oírlo, María palideció y sintió cómo la sangre le hervía. A un lado, la cara de Laura se sonrojó mientras fingía golpearlo. —Ay, qué malo. ¿Cómo puedes decir eso delante de mi hermana? —¿Ahora te avergüenzas? ¿Quién era la que hace un momento me suplicaba que no me detuviera, ah? —¡Di una palabra más y no te vuelvo a hablar, hm! —Está bien, ya no te molesto. Después de un rato de coqueteos entre los dos, Alejandro pareció recordar que María seguía ahí. Con una sonrisa más contenida, dijo: —Esta vez no hará falta que hagas relaciones públicas. Ese ricachón de la familia Rodríguez no quiere romper el compromiso con Laura y ha estado molestándola. Ya que le quité la virginidad, aprovecharé para ayudarla a librarse de ese fastidioso pretendiente. Considéralo una compensación. María respiró, helada, mirándolo con incredulidad. —Dices que la ayudas a librarse de ese fastidioso pretendiente, ¿pero has pensado en mí? ¿En cómo me verá la gente? Apenas terminó de hablar, Alejandro la interrumpió con impaciencia: —Tú tienes tanta capacidad, ¿no te resulta fácil lidiar con los chismes? Además, Laura es tu hermana. ¿De verdad puedes ser tan fría y cruel como para quedarte de brazos cruzados mientras un tipo despreciable la acosa? —Cariño, sólo estoy ayudando a Laura. En cuanto se libre de esa molestia, me casaré contigo. Dicho eso, ni siquiera le dio a María la oportunidad de negarse; se marchó abrazando a Laura. La puerta se cerró de golpe y María quedó ahí, pálida, incapaz de moverse. Cinco años atrás, Carlos García había aceptado casar a su familia tanto con los Rodríguez como con los Fernández. En ese entonces, los Rodríguez eran una de las familias más poderosas de Solarena, mientras que los Fernández apenas comenzaban a destacar. Laura, deseosa de escalar más alto, eligió primero a los Rodríguez. Usó todos sus recursos para seducir a Diego, e incluso, lo acompañó a estudiar al extranjero. No fue nada fácil lograr que el compromiso se concretara. Pero, después de regresar de sus estudios, al ver que los Fernández tenían tendencia a convertirse en la familia más influyente de Solarena, se arrepintió. Quiso romper el compromiso, pero él no aceptó. Y aun así, ¡ella fue a meterse en la cama de Alejandro! El compromiso entre los García y los Rodríguez ya estaba establecido; si Laura se arrepentía, quien tendría que cumplir con la alianza sería María. Con la agudeza que Alejandro tenía en los negocios, María no creía que él desconociera este hecho; aun así había decidido actuar de esa manera, pisoteando sin piedad la dignidad de su prometida.
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