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Capítulo 2

Para ir a un lugar sin fronteras, necesitaba llevarse los resultados que había desarrollado completamente sola. Pero todos esos datos y muestras de la investigación estaban en el laboratorio. Para abrir el laboratorio, se requerían tanto su huella digital como la de Facundo, además de las respectivas contraseñas; solo con la operación simultánea de ambos se podía abrir esa puerta. Tiempo después, Alma por fin vio feliz el regreso de Moisés. Su cara estaba cubierta de lágrimas y, tras llorar, cayó en un sueño profundo. Alma besó la frente de Moisés y le dijo: —Moisés, ¿quieres irte conmigo? Moisés tembló miró a Alma y, llorando, dijo: —Mamá, casi me caigo al mar. A sus cinco años, el niño ya comprendía a la perfección lo que había sucedido. El que se llevó a Moisés fue Pascual, el asistente que trabajaba junto a Facundo. Los ojos de Alma se humedecieron. —Moisés, si te vas conmigo, ya no tendrás padre de ahora en adelante, ¿estás dispuesto a hacerlo? Los pequeños brazos de Moisés rodearon amoroso el cuello de Alma y aceptó entusiasmado. —A donde tú vayas, yo iré. Alma llevó a Moisés a la empresa; con su huella digital y su contraseña podía llegar al laboratorio de investigación de los pisos superiores. Sin embargo, no pudo abrir la puerta de ninguna manera. A través de la puerta de cristal, veía las computadoras y las distintas muestras experimentales en el interior. Había una serie de datos de experimentos que ella había desarrollado completamente sola, y era lo único que necesitaba llevarse. —Mamá, ¿qué haremos ahora? Papá no está y tú no puedes abrir esta puerta. De pronto en la mente de Alma aparecieron escenas del momento en que se construyó el laboratorio y Facundo le registró la huella digital y la contraseña. Él la abrazó y le susurró cariñoso al oído: —Almita, no me digas tu contraseña, yo tampoco te diré la mía. Aquí están los secretos más importantes del grupo empresarial; solo si ambos estamos aquí al mismo tiempo podremos abrir esta puerta y ver lo que hay dentro. Así siempre estaremos íntimamente unidos y nunca nos separaremos. Cuando dos personas estaban enamoradas, eso era una prueba de la dependencia mutua. Pero si ya no se amaban, esa era la mejor manera de protegerse el uno del otro. "Facundo, ¿alguna vez pensaste en esto hace cinco años?" Al final frustrada, Alma no logró abrir la puerta del laboratorio. Llevó a Moisés al departamento familiar en el segundo piso. Durante estos años, Alma había vivido con Moisés y Facundo en la empresa. No fue sino hasta la llegada de Vanessa que compraron una casa, donde comenzaron a vivir como una verdadera familia. Todo lo que había allí, fue hecho por Alma y Moisés antes de la llegada de Vanessa. Alma organizó cuidadosa todas sus pertenencias: lo que Facundo le había comprado, lo que ella había comprado para él, y todos los objetos de pareja que había adquirido en secreto, además de sus pequeños pensamientos ocultos. Moisés también de manera obediente ordenó todas sus cosas. —Esto lo compró papá, no lo quiero. Esto lo compró mamá, me lo llevo. Esta es una foto de toda la familia, tampoco la quiero llevar. El pequeño tomó solo tres bolsas y clasificó todo con rapidez. Alma aguantó como pudo las lágrimas, observando con dolor cómo Moisés organizaba aquellas cosas. Facundo, ¿sabía lo inteligente que era Moisés? Aunque no dijera nada, ya sabía que lo había abandonado. Moisés corrió hacia Alma y la abrazó. Con sus pequeñas manos, le limpió las lágrimas de la cara. —Mamá, ¿siempre has querido ir a ese laboratorio, no es así? Dijiste que el océano ocupa tres cuartas partes de nuestro país, que debemos protegerlo. Siempre quisiste ser una guerrera para proteger el océano. Sabes, eres la mejor; solo vas a cumplir tu sueño. Yo te apoyo y también te acompañaré. Alma miró con tristeza un cuadro a lo lejos. Facundo pintaba muy bien. Era un óleo que él había pintado para Moisés y para ella cuando Moisés tenía dos años. Alma se acercó silenciosa, abrió una caja de pinturas que había al lado, tomó un pincel y poco a poco comenzó a cubrir su propia figura. Moisés también tomó un pequeño pincel e, imitando a Alma, cubrió la imagen de sí mismo en el cuadro. Con vocecita firme dijo: —Mamá, cuando aprenda a pintar, solo pintaré para ti. Seré muy bueno, seguro que lo haré mejor que este cuadro. Alma sonrió y acarició la cara de Moisés. Cuando terminaron de organizar todo, Alma hizo una llamada para que el personal del aseo se llevara todo lo que iban a desechar. Incluía la cama donde ella y Facundo habían dormido, el sofá y todos los utensilios de cocina. También retiró las cálidas fotografías que había puesto en las paredes, así como las marcas desordenadas que Moisés había dejado. Lo retiró con sumo cuidado y desechó todo, y tomó un nuevo bote de pintura, pintando una y otra vez. Hasta que ese apartamento de doscientos metros cuadrados solo conservó los muros de carga, vacío hasta no dejar ni una simple aguja. Las paredes quedaron tan blancas y relucientes que no se podía ver ni una sola marca. En la cocina, ya no quedaba ni una sola pastilla de las medicinas para el estómago que siempre había preparado para Facundo. Le tomó todo un día y una noche terminar todo eso; Moisés se había quedado dormidito en el suelo. Alma abrazó con cariño a Moisés y regresó a la villa. De pronto, abrió la puerta. Vio que la sala estaba llena de humo, con una docena de colillas en el cenicero. El rostro sombrío de Facundo mostraba un aire de decadencia, y sus ojos enrojecidos estaban llenos de dolor. Su voz era triste y baja: —Vanesita fue a la escuela y la molestaron; está tirada en el dormitorio toda herida, y ni siquiera tiene dinero para comprar medicamentos. Facundo había estado esperando a Alma, con una expresión llena de reproche; sus ojos aterradores y penetrantes la miraban como si fuera su enemiga. Alma miró de reojo a Moisés, dormido en sus brazos. —Facundo, si tienes algo que decir, lo hablamos después. No quiero discutir delante de Moisés. En ese momento, Alma se disponía a subir las escaleras. Pero entonces Vanessa apareció en el rellano de la escalera. Llevaba un camisón blanco muy sugestivo, su cabello rizado caía en cascada sobre la cintura, y en su cara inocente se veía claramente la inquietud. Sus manos nerviosas apretaban con fuerza la tela de su camisón. —Señora Alma, de ahora en adelante no volveré a buscar al señor Facundo, por favor, no me envíe fuera del país. Estaba parada no muy lejos de ella, diciendo esas palabras de manera intencional para provocar a Alma, como si hubiera sido víctima de algún abuso. Miraba a Alma con una expresión conmovedora. Facundo ya se había levantado del sofá y se dirigió hacia Vanessa, que estaba en la escalera. Con los dedos apartó el cabello de Vanessa, dejando al descubierto las marcas de dedos en su pálido rostro, producto de una cachetada violenta. Vanessa se apoyó en el pecho de Facundo, llorando desconsolada. —Señora Alma, los que me molestaron eran todos de Zandoria. Dijeron que les pagaron para que me trataran de esa forma. Usted me envió a la mejor academia de música por mi propio bien, yo sé que no fue usted quien arregló que me hicieran esto. En los ojos de Facundo solo quedaba una frialdad absoluta; su mirada siniestra se posó en Alma, que estaba en la planta baja. —Alma, puedes no querer a Vanesita, pero te lo advertí varias veces: hasta que termine la maestría a los veinticinco años, debo cuidar de ella, hasta que regresen sus familiares. —Pero mi continua tolerancia contigo solo ha hecho que sigas y sigas abusando de ella. Por el volumen de sus voces, Alma vio que Moisés se había despertado. Moisés quiso girar su cabecita, pero Alma no se lo permitió. —Moisés, cierra los ojos, no escuches. Alma se esforzó por controlar sus emociones. —Facundo, el Instituto Melodía Eterna es una de las tres mejores escuelas del mundo. Si allí ha ocurrido acoso escolar, puedes acudir a la policía, incluso investigar personalmente el asunto, pero no vengas aquí a interrogarme a mí. Vanessa seguía llorando a mares. —Señora Alma, he cometido un error. Mientras suplicaba, cayó de rodillas en el suelo. —Le ruego, señora Alma, solo quiero quedarme en Monte Cruz para estudiar, incluso puedo ir a vivir al internado. Le prometo que solo regresaré un día al mes, no, incluso con solo medio día me basta, por favor, no me mande fuera. Esas personas tal vez podrían matarme. Las lágrimas de Vanessa parecían hechizar a Facundo; delante de Alma, la tomó con dulzura en sus brazos, mirando a Alma con una expresión de severa dureza. —Hablaremos luego en el estudio, primero voy a tranquilizar a Vanesita. Alma subió apresurada las escaleras con indiferencia. Moisés, apoyado en su hombro, preguntó con esa tierna vocecita: —Mamá, ¿podemos irnos pronto de aquí y dejar a papá? Alma acarició la espalda del niño, sintiendo un profundo dolor en el corazón. —Sí, en cuanto termine de arreglar todo, lo intentaré. Alma abrazó con fuerza a Moisés mientras recorría silenciosa el pasillo del segundo piso y llegó al dormitorio de Moisés. Al pasar por la habitación de Vanessa, notó que la puerta no estaba bien cerrada y había una pequeña rendija. Por allí, vio a Facundo sobre Vanessa en la cama, y también vio cómo la mano de Facundo se deslizaba traviesa dentro del vestido blanco de Vanessa. Alma se quedó rígida enseguida; sus ojos estaban llenos de dolor. "Facundo, ¿así es como la cuidas?"

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