Capítulo 3
Bajé la cabeza para ocultar la burla en mis ojos.
Si no hubiera leído lo que escribió en el grupo de WhatsApp,
de verdad me habría conmovido hasta el punto de ir a arruinar su boda.
Pero ahora lo sabía: solo quería convertirme en el hazmerreír de todos.
Si ese día aparecía para robar la boda, Tomás moriría de rabia y yo quedaría marcada como una desvergonzada.
—¿Sofía, ya no quieres estar conmigo?
La mano de Rodrigo se tensó levemente y me obligó a alzar el rostro.
No sé si fue una ilusión, pero creí ver un destello de inquietud en sus ojos.
—Claro que quiero.
Respondí con una sonrisa.
—Ese día yo también tengo un gran regalo para ti.
Un regalo: irme para siempre de su vida.
La comisura de los labios de Rodrigo se elevó. Me besó suavemente y luego me soltó.
A la mañana siguiente, Rodrigo salió con Mónica a elegir el vestido de novia; yo me levanté de la mesa conteniendo el dolor.
Pero Mónica me tomó del brazo:
—Eres diseñadora; tienes buen gusto. Ayúdame a escoger.
Quise negarme, pero escuché a Tomás decir:
—Vayan juntas. Así Sofía también puede ir mirando; quién sabe si pronto lo necesite.
No quise decepcionar a Tomás, así que terminé subiendo al auto con ellos.
Mientras Mónica se probaba los vestidos, Rodrigo se me acercó de repente:
—Tú también elige uno que te guste. Ese día tú y Mónica llevarán el mismo vestido, con velo puesto, y nadie podrá distinguirlas.
Cuando dijo eso, vi cómo Mónica apretaba con fuerza la falda entre los dedos.
No me opuse. Solo respondí:
—Está bien, pero tú tienes que acompañarme a probármelo.
—¿Ni una semana puedes esperar? ¿Ya quieres ser mi novia hoy?
Bromeó Rodrigo, aceptando encantado.
Me arrastró, impaciente, hacia el probador.
En aquel espacio reducido, me quitó la ropa y luego me ayudó a ponerme el vestido de novia.
Cuando me di la vuelta, vi el asombro reflejado en sus ojos.
—Estás preciosa. Ya puedo imaginar lo espectacular que será el día de la boda.
Rodrigo sonrió, como si estuviera tramando algo.
Me miré en el espejo y le dije:
—¿Nos tomamos una foto ahora?
De lo contrario, después ya no habrá ocasión.
Reconozco que aún no había logrado cortar por completo aquella relación de más de diez años.
Esa foto sería mi último recuerdo.
Mi celular no estaba conmigo; usé el de Rodrigo para tomarla.
Parecía de tan buen humor que ni siquiera se dio cuenta de que me llevaba su celular.
Pero cuando entré al probador con su celular en la mano, los mensajes del grupo de WhatsApp empezaron a aparecer sin parar.
No quería mirarlos, pero por accidente toqué la pantalla.
Sus amigos le escribían sin cesar:
[Rodrigo, Mónica dice que llevaste a Sofía a elegir vestidos. ¿No será que te arrepentiste de repente?]
[Quién sabe. Incluso le dijo que fuera a robar la boda. ¿No será que de verdad te enamoraste de ella?]
Más abajo apareció un mensaje que Rodrigo acababa de responder:
[¿Una mujer que se acuesta conmigo con solo una seña merece mi amor? Quiero hundirla: que venga a la boda y humillarla delante de todos.]
[Cuando todos sepan lo descarada que es por seducirme, la echaré. ¿No es mucho más divertido así?]
Sentí como si el corazón se me congelara: frío, doloroso.
Años de sentimientos, reducidos a una sola frase: no merece.
Para él, yo no era más que una chica barata.
Mi cuerpo se tambaleó; pisé el vestido sin querer y caí al suelo.
Al oír el ruido, Rodrigo irrumpió de inmediato. Me levantó en brazos y me miró con preocupación.
—¿Estás bien? ¿Te lastimaste?
La inquietud en su rostro parecía real.
Pero los mensajes que acababa de leer no dejaban de repetirse en mi mente.
Así que el amor también podía fingirse.
Reprimiendo las náuseas, lo empujé y le devolví el celular a la mano.
Al ver el celular, se quedó paralizado un segundo. Luego me preguntó con voz tensa:
—¿Viste algo?