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Capítulo 4

—Espera, siento el olor de alguien. Es una hembra solitaria. Me encontraba escondida detrás de unos arbustos y escuché a un integrante de una patrulla de la manada. Me buscaban mientras yo intentaba una vez más cruzar las fronteras del territorio de la manada. Eso me demostraba que no era seguro continuar en aquel lugar y que debía encontrar otro sitio. Solo deseaba que tampoco me encontraran. Suspiré y me recosté al árbol mientras intentaba vendar mi herida sangrante con un pedazo de tela. Me preguntaba cómo iba a salir de ahí cuando escuché una voz. —Capitán, no hay señales sospechosas. —Muy bien, regresemos. —Tras escuchar la voz del líder, el sonido de sus pasos se alejó de manera gradual. No me atrevía a continuar en aquel sitio, así que corrí de prisa hacia lo más profundo del bosque. No me detuve hasta estar segura de que nadie me seguía. Miré las frutas que llevaba conmigo y me di cuenta de que solo me alcanzarían para dos días. Tenía muy poca comida y, para recogerla, casi me había encontrado con la manada y por poco muero en el bosque. Llevaba tres meses como una loba solitaria, y sería modesto decir que era una vida difícil. Para sumarle más problemas a mis sufrimientos, me negaba a unirme a un grupo de lobos solitarios. Lavé una manzana en el lago, me la comí y quité la venda de mi herida. Estaba casi cicatrizada, así que lavé la tela en un pequeño pozo que hice con mis manos y la puse a secar en el tronco de un árbol. Pues sí, vivía una vida de nómada. «Si me hicieras caso, no tuvieras que vivir así. Ya te he dicho que llames a Mark. Él nos ayudará; son el consejo, y están obligados a hacerlo». Mi conciencia, a quien ya le había dado el nombre de Ariana, odiaba esta vida de nómada más que yo. Le gustaba vivir una vida de lujos. Ariana decía que era mi lobo interior, pero yo no lo creía. Si hubiera tenido un lobo dentro, ya me habría transformado, y no mantendría el estatus de una linterna odiada. No sufriría tanto. «Por si lo has olvidado, no recuerdo cuando cargué mi celular por última vez, y no me queda dinero, y no puedo ir al pueblo. Me hace sentir incómoda que me vean como a alguien diferente», le respondí a mi conciencia y me dejé caer al suelo. Para ser honesta, su idea era tentadora, pero tenía miedo. Temía que el consejo renegara de una loba solitaria que había rechazado a su pareja. —Sé que tienes miedo, Lexi, pero debes arriesgarte para poder vivir mejor. ¿No lo comprendes? Será más difícil a medida que pase el tiempo; cada día será peor. Eres una hembra que ya descubrió a su pareja, y recuerda que fuiste tú quien lo rechazó. ¿Sabes lo que es estar en celo? Dentro de unos meses, te ocurrirá por primera vez. Ya debería haber ocurrido, si no fueras linterna. Una vez que te pase por primera vez, te ocurrirá cada mes. ¿Qué harás entonces? —preguntó Ariana. —Ya me las arreglaré. Sé lo que es estar en celo. Para acelerar el proceso de apareamiento, la hembra entra en celo y se vuelve en extremo excitada de deseos por el macho, y a este le ocurre lo mismo. Por lo general, esto lleva a embarazos —contesté de manera burlona. —No, querida, ahí te equivocas. Cuando una hembra está en celo, su pareja y todos los machos sin pareja se sienten atraídos por ella. Eres una loba sola en el bosque; ¿has pensado en lo que pasará cuando entres en celo? No solo atraerás a los solitarios, sino también vendrán los de la manada —contestó Ariana y odié admitir que sus palabras me afectaron. —No lo sé. ¿Ya terminaste? Ahora necesito seguir moviéndome, antes de que encuentren mis huellas y salgan a cazarme. —Recogí mi bolso y las frutas que había robado. Mientras caminaba junto a la ribera del río, comencé a cantar una canción para espantar el aburrimiento. Había pensado que sería divertido viajar sola, pero ya no lo creía. Solo era divertido cuando tenías comida y un lugar donde vivir; de lo contrario, la jungla podía ser tu mayor pesadilla. Tras viajar durante unas horas, abrí el mapa de ubicación de las manadas. Lo había hecho por pura diversión en la clase de geografía, y era mi mejor herramienta para saber cuál manada estaba cerca. «Es la manada Manhattan. No recuerdo haber escuchado su nombre en la lista de manadas peligrosas», pensé en voz alta mientras miraba hacia el este, la dirección que me llevaría hacia las fronteras de la manada. Acampé cerca del río, ya que aquel sitio era tierra de nadie y ninguna manada tenía autoridad allí. Me di un baño para lavar mi cuerpo sudado y sucio, me cambié de ropa, peiné mi cabello y, estaba a punto de comer una de mis frutas robadas, cuando lo escuché: era el sonido de una rama que se quebraba cerca de mí. Me escondí de prisa detrás de un árbol y saqué mi daga, lista para atacar al intruso. —Vamos, sal de ahí. Ya te vi, bonita. Deberías rendirte, porque no sería bueno que te obliguemos entre todos. —Escuché decir a uno de los tres hombres. A juzgar por su hedor, eran lobos solitarios. Apestaban porque la mayoría de ellos no se molestaba con bañarse. —Te lo estamos pidiendo amablemente, querida. Sal de ahí mientras nos estamos portando bien —dijo otro de los hombres. «¿Qué hago? ¿Salgo o no?». Sopesé las consecuencias. Ser violentada no estaba entre mis aficiones ni era una opción, así que salí. —Vaya… no está nada mal —declaró el hombre de cabello rubio y mi estómago se contrajo de odio. —No quiero hacerles daño ni interrumpir su camino. Yo me quedo en mi sendero y ustedes en el suyo —les contesté en tono casual. —Eso no es lo que queremos, nena. Queremos que te quedes en nuestro camino. Nos queremos divertir. Vamos a divertirnos todos, y luego decidiremos qué camino tomarás —respondió el de cabello castaño y los miré con asco. —Bueno, yo también estaba siendo amable. —Los miré con petulancia antes de sacar mis dagas y lanzarlas hacia los tres. En un abrir y cerrar de ojos, se encajaron justo en el corazón de cada uno. —Ja, ja, ja. Esos tres cuchillitos no nos harán daño —dijo uno de ellos y extendió su mano para extraer la daga. Yo incliné la cabeza a un lado y los miré con la apariencia más inocente del mundo. —Lo sé, bufones. Pero el veneno de acónito en las dagas sí lo hará —respondí, mientras uno de ellos comenzaba a toser sangre—. Vaya, eso fue rápido. Les saqué las dagas y comencé a limpiarlas en su ropa. Mientras limpiaba la tercera daga, y la persona que yacía frente a mí moría de manera nada pacífica, escuché el sonido de otra rama que se quebraba. Sin embargo, antes de que pudiera dar la vuelta y ver quién era, sentí algo afilado en mi cuello y mis ojos se abrieron de par en par. —Date la vuelta, solitaria —dijo una voz profunda que me sonaba familiar. Giré y no pude evitar sentirme sorprendida al ver al hombre que me había colocado una enorme daga en el cuello.

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