Capítulo 10
Al ver esos mensajes, Andrea no pudo evitar sentirse sorprendida. Manuel había dicho que, como muy pronto, regresaría a casa justo antes de la boda. Sin embargo, ahora estaba de vuelta en el país antes de lo previsto y quería verla.
Tal vez porque notó que ella no contestó los mensajes, su celular volvió a sonar al instante.
¡Manuel estaba llamando!
Andrea aclaró su garganta antes de contestar, —Manu, tú… ¿cómo es que ya regresaste?
—Quería verte cuanto antes, así que terminé mi trabajo antes de lo planeado. ¿En qué hospital estás? Voy para allá ahora mismo.
Al escuchar la preocupación y la urgencia en la voz del hombre, el corazón de Andrea se sintió cálido. Con rapidez respondió, —Manu, no hace falta. Hoy mismo me dan de alta. Tú acabas de bajar del avión, mejor descansa en casa.
Mientras hablaba, de repente comenzó a tartamudear, —Además… además, ya casi nos casamos. Dicen que antes de la boda, los novios no deberían verse. Así… el matrimonio será más feliz.
Hubo un breve silencio al otro lado del teléfono, seguido de un suspiro bajo, —Pero, Andi, estoy preocupado por ti.
Era la primera vez que Manuel la llamaba por su apodo. Andrea se quedó perpleja y, sin querer, se sonrojó.
Esbozó una sonrisa y respondió, —Manu, no te preocupes. Estoy segura de que, una vez casados, todos los días serán días soleados.
Manuel asintió al otro lado de la línea y le prometió solemnemente, —Andi, voy a protegerte toda la vida, a hacerte feliz. Conmigo, siempre podrás ser como una niña.
Andrea se quedó en silencio por un instante, conmovida, y sintió cómo sus ojos se llenaban de lágrimas.
—Está bien. —murmuró.
El invierno había terminado, y la primavera estaba por llegar.
En los días que siguieron, mientras seguía en el hospital, Andrea nunca se sintió sola. Manuel la llamaba todos los días para conversar y había organizado enfermeras y cuidadores para atenderla, además de un equipo de seguridad para protegerla.
El día que le dieron de alta, Andrea estaba a punto de llegar a la casa de los Herrera cuando colgó el teléfono, después de hablar otra vez con Manuel.
Justo al entrar, una voz resonó por encima de su cabeza.
—¿Con quién estabas hablando hace un momento?
Andrea levantó la mirada y vio a Ramón de pie en la entrada, con los ojos oscuros y fijos en ella.
Desvió la vista con calma y respondió, —Un amigo.
—¿Un amigo? ¿Qué clase de amigo te hace sonreír así? ¿Uno con el que ni al llegar a casa puedes colgar la llamada?
A pesar del tono de enojo en su voz, Andrea permaneció tranquila, —¿Eso es todo lo que tienes que decirme, hermano?
Ramón contuvo con esfuerzo las emociones que estaban a punto de estallar en su interior y extendió el regalo que llevaba en las manos hacia ella.
—La última vez, cuando cayeron al agua, salvé primero a Ali porque tiene pánico al mar profundo. Y estos días no vine a verte porque estaba cuidando de ella después del susto que se llevó…
Pero sus palabras se interrumpieron abruptamente al encontrarse con la mirada indiferente de Andrea.
Ella no aceptó el regalo y, con un tono sereno, lo interrumpió, —Gracias por el detalle, hermano, pero no necesitas disculparte. Ali es tu futura esposa, yo solo soy tu hermana. Es perfectamente normal que la salvaras primero.
Dicho esto, pasó junto a él y entró en la casa sin mirarlo de nuevo.
La noche antes de la boda, Andrea se sentó en su habitación y comenzó a eliminar, una por una, las fotos que había guardado en su celular durante todos estos años.
La primera foto era del día en que llegó por primera vez a la casa de los Herrera. Ramón había insistido en tomarse una foto juntos.
En aquella imagen, sus ojos reflejaban miedo, mientras que los de él estaban llenos de calidez.
La última foto era de un día antes de que Ramón descubriera los sentimientos que ella ocultaba. En esa imagen, sus ojos estaban llenos de amor imposible de disimular, mientras que los de él mostraban un afecto fraternal incondicional.
Ahora, lo único que quedaba entre ellos era la distancia.
Cinco mil doscientas fotos, un registro de casi toda su juventud y de los siete años en los que ella lo había amado en silencio.
Andrea las eliminó todas de un solo golpe, como si quisiera borrar también esos recuerdos de su vida.
De repente, alguien tocó la puerta. Al abrirla, vio a Ramón, impecablemente vestido con un traje, de pie frente a ella.
Andrea se sorprendió ligeramente de que Ramón viniera a buscarla la noche antes de su boda. Sin embargo, no tenía intención de indagar en la razón, por lo que su tono fue completamente sereno, —¿Necesitas algo?
El corazón de Ramón se encogió de repente al escuchar su voz tan distante. ¿Desde cuándo se habían vuelto tan ajenos el uno al otro?
Reprimiendo la punzada de dolor en su pecho, respondió en voz baja, —Nada en particular. Solo quería ver si ya estabas dormida.
Andrea mantuvo su expresión impasible, —Estaba por hacerlo. Si no hay nada más, cerraré la puerta.
—Andre, yo…
—Las palabras le ardían en la garganta, y finalmente, ya no pudo contenerlas.
—¿Qué? —preguntó ella, con la misma calma.
Al ver su rostro, la mano que Ramón mantenía a un lado se apretó y luego se relajó. Después de un largo silencio, logró contener la tormenta dentro de él. Su expresión recuperó la frialdad de siempre y aquellas palabras que casi escapaban de sus labios se desvanecieron.
—Nada. Descansa temprano.
Andrea asintió levemente y cerró la puerta.
No se acostó de inmediato. Pasó un largo rato ordenando su habitación antes de tomar una caja y dirigirse a la puerta de Ramón. Con cuidado, la dejó frente a su habitación antes de regresar a la suya.
A la mañana siguiente.
Ramón, ya vestido con su traje de boda, abrió la puerta y lo primero que vio fue la gran caja frente a su habitación. La reconoció de inmediato. La letra en la parte superior le confirmó quién se la había dejado.
A punto de bajar las escaleras, se detuvo, giró sobre sus talones y llamó a la puerta de Andrea.
—Andre, ¿qué significan estos regalos?
Hubo un instante de silencio antes de que la voz de ella resonara desde dentro.
—Es mi regalo de bodas para ti.
Ramón abrió la boca para decir algo más, pero en ese momento, la voz de Silvia llamándolo desde abajo interrumpió la conversación.
Respondiendo con un breve "voy", volvió a dirigirse a Andrea, —¿Quieres venir conmigo a la ceremonia de recogida de la novia?
Desde dentro, la voz de Andrea sonó más firme, —No hace falta. Vayan ustedes primero. Yo tengo algo que hacer y llegaré directamente a la boda.
Ramón supo que aún estaba molesta con él, por lo que no insistió. Sin embargo, sus pies no se movieron. Se quedó parado frente a su puerta, con el corazón latiendo inexplicablemente rápido. Tenía una extraña sensación, como si, al dar un paso y alejarse, estuviera a punto de perderla para siempre.
Ramón volvió a levantar la mano, golpeando la puerta de Andrea con desesperación.
—Andre, abre la puerta. Tengo algo que decirte…
Pero sus palabras fueron interrumpidas por Silvia, que llegó apresurada a buscarlo.
—¡Moncho! ¿Qué sigues haciendo aquí? Vamos, no hagas que se retrase la ceremonia. Lo que sea que tengas que decirle a tu hermana, díselo después. De todas formas, la verás en la boda.
Sí, la vería en la boda.Aquello lo tranquilizó un poco.
Con un último vistazo a la puerta cerrada de Andrea, se dio la vuelta y siguió a Silvia escaleras abajo.
Justo en el instante en que Ramón se alejaba, la puerta de la habitación de Andrea finalmente se abrió. Vestida con su impecable vestido de novia, dio un paso hacia fuera.
Los autos de la comitiva nupcial avanzaban en fila hacia el centro de la ciudad. Cuando el último de los autos partió de la casa de los Herrera, otra caravana nupcial llegó al lugar.
—Andi, vine a buscarte.
La voz cálida de Manuel resonó en su oído.Andrea sonrió suavemente y respondió con un murmullo afirmativo antes de colgar el teléfono. Dio un paso tras otro, descendiendo las escaleras con su vestido blanco resplandeciente.
Antes de salir, echó una última mirada a la casa en la que había vivido durante tantos años. No se detuvo más. Sin dudar, avanzó y tomó la mano de Manuel, que la esperaba afuera.
Así, dos caravanas de bodas partieron en direcciones opuestas, pero con un mismo destino, deslizándose lentamente por la ciudad…