Capítulo 10
—¡Tú! —Su cara se tiñó de rojo de la rabia—. ¡Esta ropa ni siquiera la pedí, fuiste tú quien la compró! Si la quieres, al volver te la devuelvo.
El rubor le ardía bajo el grueso colorete.
Carolina curvó levemente los labios en una sonrisa, aunque sus ojos permanecieron fríos. —Muy bien, si la vas a devolver, hazlo de manera limpia. Entrégame toda la ropa y las joyas que te regalé, y será mejor que también te largues de la casa que yo te alquilé.
—Ahora que he roto con Melchor, supongo que tampoco querrás conservar mis cosas ni vivir en el piso que yo pago, ¿verdad?
La expresión de Elena se encendió aún más de furia.
Cuando estaba con Melchor, se desvivía por ella; y ahora, apenas se separaron, ¿ya se volvía contra ella como si no la conociera?
¡Qué falsa era! Con razón Lilia le había quitado al hombre.
El asistente de Melchor, al ver que estaban a punto de pelearse, trató de interceder. —Señorita Elena, señorita Carolina, tranquilícense. Todas son de la familia, armar este escándalo solo rompe la armonía.
Elena, llena de ira, descargó todo contra él. —¿Familia? ¿No oíste que ya rompió con Melchor?
—¿Y tú? —Con gesto despectivo, apuntó con el dedo casi hasta la nariz de Carolina—. ¿Acaso no es dinero de Melchor lo que gastas? ¿Con qué cara dices que esas cosas las compraste tú? ¿Y con qué cara me las reclamas?
De la garganta de Carolina brotó una risa helada. Su expresión era distante, pero su hermosura seguía siendo tan deslumbrante que resultaba imposible apartar la vista de ella.
—Estuve cinco años con Melchor y jamás tomé de él ni un centavo. Al contrario, trabajé cinco años para él sin recibir un sueldo. Es él quien me debe a mí, ¿entiendes?
Su voz era clara y sonora; dichas suavemente, sus palabras transmitían una solemnidad austera, como el pino que se yergue orgulloso en el acantilado, provocando en quienes la escuchaban un estremecimiento involuntario.
Elena, al contemplar su delicada y hermosa cara, sintió una punzada de incomodidad.
Cuando Carolina terminó de hablar, justo entró Melchor.
Él oyó la frase completa, y su semblante se oscureció como un agua muerta.
Elena estaba atónita. —¿Cómo puede ser?
Se adelantó, sujetándole del brazo. —¡Melchor, escucha lo que acaba de decir!
Él la miró en silencio.
Sabía que el día anterior ella había vuelto a Monte de las Sombras a pedir por su unión, y eso ya le había hecho disipar gran parte de su enojo.
Incluso el tono de sus últimas palabras hacia ella había sido más suave, y creyó que Carolina entendería.
Pero no esperaba que ahora fuese aún más lejos... ¿cómo podía decir incluso cosas sobre dinero?
Melchor cerró los ojos un instante y contuvo parte de su emoción. —Caro, hoy te cité no solo para hablar del proyecto, también para conversar bien sobre lo nuestro. Después de tantos días de discusiones, sé que querías que yo te calmara primero. Ya no te culpo por eso, ¿puedes bajar un poco el carácter ahora?
Carolina se dejó caer lentamente en el sofá y soltó una leve risa. —Por un momento pensé que ibas a hablarme de pagarme el sueldo atrasado.
Aquella frase encendió de nuevo la ira de Melchor.
—¿Caro, no que lo único que quieres es que recupere aquella pulsera? Bien, la traeré de vuelta, pero habla con propiedad.
Elena no daba crédito. —¿Qué dices, Melchor? ¡¿Cómo vas a pedir que te la devuelvan?!
Melchor le lanzó una mirada fría.
Carolina mantenía la misma sonrisa ligera, aunque sin calidez alguna en los ojos. —Lo que está manchado no lo quiero. No tengo la costumbre de recoger basura del cubo.
La emoción que Melchor intentaba reprimir se desbordó por fin, y su cara se tornó gélida.
La noche anterior, al reflexionar, había pensado que los inversores querían a Carolina al frente, y conservarla era la forma más sencilla de resolver el asunto. Pero no era la única opción.
Ahora gozaba de gran fama en el medio y había acumulado bastantes contactos; aunque le hubieran pedido específicamente a Carolina, si no resultaba posible, también le guardarían cierta consideración y aceptarían un reemplazo.
Sin embargo, él mismo no quería soltarla; no tenía por qué recurrir a otros favores, malgastando relaciones y quedando en deuda.
Que viniera hoy a hablar con Carolina era para mostrarle su postura:
Aún estaba dispuesto a darle una oportunidad.
Pero ella era demasiado terca, incapaz de ver que él le tendía una salida digna.
—Carolina, basta ya. —dijo entre dientes—. No tengo más paciencia para esperar a que te calmes. ¡Cuando quieras arrepentirte, ya no tendrás la ocasión!
Sus palabras eran una advertencia clara.
Si ella había ido a Monte de las Sombras, debía saber bien qué era lo que deseaba.
Si quería estar con él, debía demostrarlo.
Carolina dejó de sonreír y lo miró fijamente.
Buscó en él algún rasgo familiar, algo que le recordara al hombre que había conocido; pero no encontró nada.
Nada en absoluto.
—¿Y entonces? ¿Qué es lo que quieres que haga? —preguntó con voz serena.
Al oírla, Melchor creyó que su advertencia había surtido efecto.
Pensó que Carolina tenía miedo, miedo de que realmente la dejara.
Ambos eran huérfanos, pero mientras él, aun sin padres, contaba con la familia de su tío y ahora con su regreso al país, también con Lilia; Carolina era diferente, no tenía a nadie.
Si además lo perdía a él, se quedaría verdaderamente sin nada.
Al fin y al cabo, se trataba de la mujer a la que él amaba; al pensarlo, Melchor no pudo evitar sentir cierta compasión por ella.
Su tono se suavizó un poco. —Ahora mismo dile al vicepresidente Jacinto que quieres volver a mi lado. Los inversores de la película están presionando últimamente, quieren que el proyecto avance cuanto antes. Si eres obediente, hoy mismo te llevo a conocerlos, y seguirás siendo tú quien tenga el control total de este proyecto.
Sin embargo, Carolina no reaccionó como él esperaba; en su cara no se reflejó ni un atisbo de emoción.
Por el contrario, en sus labios se dibujó lentamente una sonrisa burlona. —Melchor, ¿has contactado con el responsable de allí? Sin mí, ¿aún estarían dispuestos a colaborar contigo?
—¿En realidad quieres que vuelva a tu lado o lo que pasa es que, por este proyecto, no tienes más remedio que suplicarme que regrese?
Melchor se quedó visiblemente perplejo; en su mirada se encendió un destello de enojo, sin saber si era por la rabia o porque ella había adivinado sus pensamientos y eso lo irritaba.
Fuera lo que fuese, a Carolina le resultó divertido.
No ocultó en absoluto lo que pensaba, y la burla en su sonrisa se acentuó todavía más.
La mirada de Melchor se clavó en la de ella con arrogancia y desdén.
—Caro, siempre has sido inteligente, ¿cómo es que justo en este asunto insistes en comportarte como una tonta?
Aun intentando contener sus emociones, se podía percibir en su voz el desdén. —Ellos aceptaron colaborar contigo únicamente porque eres mía.
Carolina sostuvo su mirada, con expresión serena. —Te lo repito por última vez, este proyecto lo negocié yo sola, no tiene nada que ver contigo.
Que ella hubiera estado dispuesta a suavizarse por él no significaba que careciera de carácter.
—Pero si insistes en arrebatármelo, tampoco lo quiero. Considéralo mi regalo de despedida, un cierre a los años que compartimos.
Melchor se quedó atónito, sin saber si lo que lo sorprendía era la primera parte de sus palabras o la declaración de que renunciaría al proyecto.
Como adivinando lo que pensaba, Carolina sonrió levemente. —Si fui capaz de conseguir uno, también podré conseguir un segundo, un tercero.
—Melchor, dices que dependo de tus recursos; pues presta atención de aquí en adelante y verás cómo, sin ti, logro vivir incluso mejor.
Melchor apretó con fuerza los puños, a punto de reír de la rabia ante su obstinación. —¿De verdad quieres hacerlo así?
—Caro, la verdad es que a veces me gusta bastante esa terquedad tuya, solo que ahora no la estás usando en el lugar correcto.
Aquellas palabras hicieron que las cejas de Carolina se fruncieran levemente.
Este proyecto, la verdad, ella lo deseaba mucho.
Así que, aunque ya había dicho que no quería volver a tener ningún vínculo con Melchor, hoy de todos modos había venido.
Pero en su interior también tenía claro que Melchor estaba ansioso por dar un giro a su carrera, y que este proyecto era la clave; lo más probable era que no lo soltara.
Que Melchor no se lo entregara era, en cierto modo, un resultado que ya había previsto.
Dado que no habían llegado a un acuerdo, no tenía sentido seguir quedándose allí; se dio la vuelta y se dispuso a marcharse.
—¡No puedes dejar que se vaya! —Elena gritó, intentando detenerla.
Carolina observó con frialdad a la persona frente a ella, que había perdido toda compostura y parecía una loca.
"¿Todos estos años de clases de etiqueta y de enseñanza con reconocidos artistas del medio se habían desperdiciado en ella?"
Melchor también la miró y no pudo evitar arrugar la frente.
Elena, sin embargo, parecía no darse cuenta de sus reacciones y continuó gritando: —¡Melchor, hoy he venido justamente para arrancarle la máscara de hipocresía! ¿Sabes lo que ha hecho?