Capítulo 5
Melchor, conteniendo la ira, dijo: —Caro, en otros asuntos puedo permitirte ser caprichosa, pero en lo de quedarte a mi lado no tienes opción.
—Cuando lo pienses bien y vengas a buscarme por tu propia voluntad, daré por olvidado lo de hoy.
Carolina lo miró y le resultó de lo más irrisorio.
"¿Él era infiel y, al final, a la que debía perdonar era ella?"
Retiró con frialdad el brazo. —Piensa lo que quieras, entre tú y yo ya no hay nada más de qué hablar.
Carolina terminó de hablar y se marchó sin volver la vista atrás.
Melchor observó su silueta alejarse y, en el fondo sombrío de sus ojos, se tiñó un dejo de melancolía.
...
El vicepresidente Jacinto llevaba ya unas diez vueltas recorriendo la oficina antes de decidir cómo manejar lo de Carolina.
Al jefe de Aurora Entertainment no podía ofenderlo, y mucho menos a Juan.
Pero tampoco quería quedarse con semejante papa caliente entre manos, así que pensó en lograr que Carolina se retirara por su propio pie.
Cuando terminó de resolverlo, Carolina llegó justo a tiempo.
Él, con una gran barriga por delante, la saludó con entusiasmo y la invitó a sentarse.
—Carolina, todo el mundo en la empresa sabe lo capaz que eres. Estos años junto a Melchor lograste muchos resultados y tampoco te ahorraste penurias. Que ahora seas mi subordinada, la verdad me alegra mucho.
Carolina apretó los labios, esperando con cortesía lo que vendría después.
—Te he asignado a dos novatos para que los guíes, ¿qué te parece?
Ella frunció levemente las cejas. —Nunca he sido agente, temo que no pueda hacerlo bien.
—Eh, no te menosprecies. Todos saben que Melchor prácticamente salió adelante gracias a ti; él es tu mejor carta de presentación. Yo confío en que no tendrás ningún problema —dijo el vicepresidente Jacinto, recurriendo a la estrategia de alentarla.
—Pero lo que más me gusta y en lo que mejor me desempeño es en la dirección y en la fotografía.
La dirección era la especialidad de Carolina, y la fotografía, su afición; ambas eran sus pasiones.
Aunque durante los años que pasó con Melchor, debido a lo ocupada que estaba, casi no pudo dedicarse a eso, nunca lo abandonó del todo.
En especial, en los últimos dos años, al dejar de ser la agente de Melchor, había participado en el rodaje de algunos proyectos pequeños, y la recepción había sido bastante buena.
—Pues justo por eso, qué coincidencia. —El vicepresidente Jacinto la miró con aire de suficiencia—. A esos dos novatos recién les asigné un rodaje. Sus papeles no son muchos, pero el director es nada menos que el famosísimo Samuel. ¡Es una oportunidad de aprendizaje que no se da todos los días!
—He pensado en pedir que te coloquen en un puesto, ¿qué tal como asistente de dirección?
—...
Carolina pensó en decirle: "eres demasiado ingenuo".
Quizás él mismo se dio cuenta de que había sido un poco excesivo, porque enseguida se corrigió. —Eso puede que sea algo difícil, pero como pasante no habrá problema. Lo importante ahora es que aprendas, ¿eh?
En efecto, ser pasante no era más que hacer de todo: cobrar lo mínimo, trabajar lo más duro y pesado, y terminar siendo el chivo expiatorio, al que regañaban.
Pero, si con ello lograba entablar alguna relación con el director Samuel, también podía considerarse algo positivo.
Mientras ella sopesaba la situación, el vicepresidente Jacinto creyó que estaba dudando.
Al notar en el semblante de Carolina un cansancio imposible de disimular, le dijo: —No te apresures a rechazar. Aún falta un tiempo para entrar en el rodaje. ¿Qué tal si te doy primero medio mes de vacaciones pagadas?
Carolina se apretó el entrecejo; ciertamente necesitaba descansar.
Pensando además en su situación actual, asintió. —Está bien, cuando regrese de las vacaciones, consideraré... —iba a decir "lo de los novatos".
Pero la interrumpieron. —¡Perfecto! Entonces quedas provisionalmente como la agente de estos dos nuevos talentos. Carolina, qué sensata eres; no es de extrañar que Melchor, después de tantos años contigo, tú...
No terminó la frase y se dio cuenta de que había metido la pata. —Mira lo que digo... Anda, vete a descansar unos días, y cuando regreses, ¡volvemos a brillar!
Ese trabajo, Carolina lo aceptó prácticamente a la fuerza.
Ya en frío, pensó que tampoco sería tan complicado.
Al fin y al cabo, cuando Melchor recién debutó, la agente que la compañía le había asignado tenía artistas más importantes a su cargo, así que no le prestaba atención alguna. Casi todo lo de Melchor recaía en Carolina.
Ella no tenía el título de agente, pero hacía mucho más que uno.
No fue hasta que Melchor ganó cierta fama que pudieron exigir a la empresa que le dieran formalmente ese puesto a ella.
Al salir, alcanzó a oír de refilón al vicepresidente Jacinto murmurando algo sobre que, al jefe Juan, quizá, no llegaría a enfadarle.
Carolina no lo entendió bien y tampoco le dio importancia.
Se disponía a tomar un taxi para volver directamente a casa y descansar, pero al salir del edificio de la empresa, se topó con el Maybach negro que Juan solía conducir.
Felipe bajó del carro y le hizo señas.
Carolina canceló el pedido del taxi. —Asistente Felipe, ¿qué haces aquí?
—El jefe Juan dijo que esta noche quería llevarte a cenar, pero le surgió una reunión de última hora, así que me pidió que viniera a recogerte.
Ella asintió y subió al auto.
En el asiento trasero había un saco perfectamente doblado: era de Juan.
Ella alargó la mano para tocarlo y, en un instante fugaz, se le vino a la mente la mirada encendida por el deseo que él había tenido la noche anterior.
Carolina retiró la mano como si se hubiera quemado. —Asistente Felipe, ¿el tío Juan no estará saliendo con alguien últimamente?
—¡¿Qué?! —Felipe quedó demasiado sorprendido.
Ella misma se asustó con su reacción.
—Perdóneme, señorita Carolina. —Se repuso él tras una pausa—. Eso es imposible. Aunque las ranas criaran pelo, el jefe Juan jamás tendría una relación. ¿Dónde escuchó semejante rumor?
La mirada de Carolina titiló un instante; jamás podría contar lo de anoche.
—Es solo que siento que el tío Juan anda un poco raro. Pero si tú, que estás con él todos los días, no lo has notado, entonces seguramente es solo cosa mía.
La mente de Felipe trabajaba a toda prisa, esforzándose por recordar si se le había pasado por alto algo.
No se dio cuenta del atisbo de incomodidad que cruzó fugazmente por la cara de ella.
Carolina, temerosa de que le preguntaran más, se apresuró a cambiar de tema.
Ese asunto lo investigaría por su cuenta cuando tuviera tiempo.
Juan tenía la boca como cosida; no esperaba sacarle nada.
Él la acompañó a cenar, y ambos estuvieron tan en armonía que parecía como si aquel beso forzado jamás hubiera ocurrido.
Claro que, en el fondo, Carolina seguía con un mar de dudas.
Aunque entre ella y Juan no tuvieran un lazo de sangre.
En su corazón siempre lo había considerado un mayor, un referente.
Juan percibió algo extraño en su ánimo. —Si estás demasiado cansada, puedes tomarte unos días de descanso y luego pensar en el trabajo.
Su voz, clara y serena, con un ritmo pausado, llevaba consigo una ternura natural.
Carolina alzó la mirada, pensativa, y esbozó una sonrisa algo forzada. —En la empresa me han dado medio mes de vacaciones. Mañana pensaba ir a visitar a mi maestro y a su esposa.
Su maestro, Antonio Campos, era un director de cine de renombre internacional. Tras décadas en la profesión, sus obras habían ganado incontables premios; muchos de los directores más reconocidos del medio habían sido sus alumnos, y los artistas que él había lanzado eran innumerables.
Antonio ya pasaba de los sesenta, y en los últimos años había trabajado mucho menos, aunque seguía siendo una voz de gran autoridad en la industria.
Carolina era su alumna predilecta, y el primer trabajo de Melchor tras debutar fue un papel secundario en una de sus películas. Antonio apreciaba en ambos esa fuerza indómita de crecer a lo grande, como si nada pudiera detenerlos.
La primera vez que Carolina y Melchor se conocieron fue en su casa, así que, en cierto modo, él y Sofía podían llamarse sus casamenteros.
Antonio y Sofía no tenían hijos; al saber que ellos eran huérfanos, los acogieron como si fueran propios.
Por eso, cuando Carolina y Melchor comenzaron a salir, quienes más felices se sintieron fueron Antonio y Sofía. Ellos eran los únicos que habían sido testigos de su amor y de su crecimiento juntos.
Ahora, con la ruptura, seguramente estarían decepcionados, pero Carolina no quería ocultárselo.
Al día siguiente, temprano por la mañana, fue a casa de Antonio.
—¡Caro! Hacía mucho que no venías a verme. Sofía no deja de hablar de ti y de Melchor.
Antonio abrió la puerta sonriendo tanto, que las arrugas se le acentuaban en la cara.
Ese día llevaba un chaleco de lana, probablemente tejido por Sofía; se lo veía con muy buen semblante.
Antonio, de figura regordeta, sonreía con una bondad entrañable.
Muy distinto a su apariencia en el trabajo, porque al dirigir mostraba seriedad y rigor.
Carolina lo respetaba profundamente. Al verlo reír, no pudo evitar esbozar también una sonrisa.
Luego apretó los labios, como si tuviera algo en mente. —¿Está doña Sofía? Hoy vine no solo a visitarlos, sino también porque tengo algo que contarles.
Al oír eso, Antonio perdió la sonrisa. —¿Es sobre ti y Melchor?