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Capítulo 7

Los secuestradores se quedaron atónitos. Luego, uno de ellos pateó una silla con furia: —¡Maldita sea, tanto esfuerzo para nada! Carolina cayó al suelo, golpeándose la frente, de donde brotó sangre. No sintió dolor. Miró a Diego, inconsciente, y de pronto sonrió; una sonrisa rota, empapada de lágrimas. El secuestrador le tiró del cabello con violencia: —¿De qué te ríes? ¡Eres una inútil! Ni tu marido te quiere. Si no hay dinero... —Entonces muere. La empujaron al vacío. El mar los tragó en un instante. El agua helada le quemó la garganta, en su mente solo quedó un pensamiento. "Ricardo, me arrepiento de haberte amado." "Por suerte, ya no te amo." Carolina creyó que moriría. Pero cuando abrió los ojos, vio el techo de un hospital. —¿Dónde está mi hijo? —Se incorporó de golpe, tirando del suero. La enfermera la sostuvo con rapidez: —¡Tranquila! Usted y el niño fueron rescatados del mar. Está en la habitación de al lado, fuera de peligro. Carolina arrancó la aguja y corrió tambaleándose hasta el cuarto contiguo. Abrió la puerta y vio a Diego mirando los vendajes que cubrían sus dedos. Su voz era débil y ronca: —Mamá, ¿podemos irnos? No quiero volver a ver a papá. Carolina miró el celular. Ese día terminaba el periodo de reflexión del divorcio. Besó la frente del niño: —Está bien. Nos vamos ahora mismo. Frente al registro civil, Carolina sostuvo el certificado de divorcio. Cinco años de matrimonio reducidos a una hoja liviana. Al volver al departamento, empezó a empacar. Cuando terminó, separó todo lo que tenía que ver con Ricardo. Él no había dejado muchas cosas allí: unas camisas, una corbata y una afeitadora. Las tiró todas al basurero. —¿Qué estás haciendo ahora? —Una voz burlona sonó en la puerta. Ricardo apoyado en el marco, la observaba con frialdad: —¿El numerito del secuestro no te salió bien y ahora finges una huida? Carolina no respondió; siguió preparando la mochila de Diego. Él le tomó la muñeca con fuerza: —No me hagas perder la paciencia. Ella alzó la vista, la mirada serena: —Suéltame. Ricardo soltó una risa seca: —¿Así que tiras mis cosas y te vas? Perfecto, no volveré. Dio media vuelta: —Veré cuánto aguantas sin venir a buscarme. —Para siempre. La respuesta, suave pero firme, lo detuvo un instante. Sin embargo, solo soltó una carcajada y se fue sin mirar atrás. Carolina queriendo dejarlo, era una broma. Todo el mundo sabía cuánto lo amaban ella y Diego. Pero en cuanto se fue, Carolina colocó el certificado de divorcio sobre la mesa, tomó la mano de Diego y salió sin mirar atrás. En la estación del tren de alta velocidad, Diego preguntó en voz baja: —Mamá, ¿a dónde vamos? Carolina le acarició la cabeza: —A un lugar donde papá no exista nunca más. Sonó el anuncio del tren. Miró por última vez la ciudad donde había vivido veinticinco años, tomó a Diego de la mano y caminó hacia el andén sin volver la vista atrás.

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