Capítulo 2
—¡Ah! ¿De verdad aceptaste?
—Sí. La verdad es que ser jueza ya no tiene mucho sentido para mí, pero el proceso de renuncia tarda diez días. Cuando todo esté listo, iré para allá.
Javier Valdez, recién graduado, se había marchado a California a fundar un bufete y ya había invitado a Patricia muchas veces. En aquel entonces, como se había casado con Marcos, ella dejó esa idea en pausa.
—Entonces... ¿lo hablaste con tu marido?
Ella sonrió. —Ahora ya no tengo marido...
En ese momento, no solo estaba sin marido, sino también soltera. Lo que le resultaba lamentable.
Al otro lado reinó el silencio. Él, que no era tonto, dedujo que las cosas no iban bien y no preguntó más.
—Javier, solo tengo dos condiciones para ir a California. Si puedes cumplirlas, firmaré un contrato con Bufete Áureo Abogados.
—La primera: que me ayudes a dar de baja toda mi información en San Lumin, incluida la de mi madre. La segunda: quiero emigrar a California con mi madre y mi hijo.
El tono de él estaba lleno de alegría. —¡Hecho! Para mí eso es pan comido. ¡Patricia, espero con ansias tu incorporación!
La llamada terminó y ella se recostó contra la pared, con la cara empapada en lágrimas.
No pasó ni un minuto cuando el celular volvió a sonar: era Marcos.
La misma voz que en el tribunal, pero con un tono distinto. Se escuchaba distante y fría. —¿Ya llegaste a Puerto Marfil?
—Sí, ya llegué...
Después de hacer los trámites de ingreso en el juzgado, le había contado a Marcos esa "sorpresa".
—Les compré a ustedes boletos de avión para regresar a San Lumin pasado mañana. Llévate a Hugo a pasear un par de días contigo. Mañana tengo un viaje de negocios de un mes y no tendré tiempo para ustedes.
Patricia esbozó una sonrisa amarga. "Apenas había llegado y ya me manda de regreso, ¿será que está ansioso por irse de vacaciones a una isla con Ana?"
—Marcos, veámonos, aunque sea un momento.
Él soltó un leve chasquido con la lengua. —Estoy muy ocupado, ¿puedes dejar de ser tan caprichosa?
Antes de que ella pudiera decir algo más, la llamada se terminó.
Al mirar la pantalla apagada, la última chispa en su corazón también se extinguió.
Marcos no la amaba a ella ni tampoco a Hugo. Entonces, lo mejor sería desaparecer del mundo de él con su hijo.
Con pasos pesados, llegó al hotel. Al abrir la puerta, un pequeño se le lanzó a los brazos.
—¡Mamá! ¡Te extrañé muchísimo!
Contuvo las lágrimas que estaban a punto de caer y besó la mejilla de Hugo.
—Hijo, ¿quieres irte a vivir al extranjero conmigo? Allá no estará papá, solo mamá y la abuela...
El niño, con una sonrisa inocente, asintió sin comprender del todo. Para él, Patricia y Silvia eran todo su mundo.
—¿Entonces no te importaría no volver a ver a papá?
Hugo le dio un beso en la cara y dijo: —Donde tú estés, estaré yo.
Ella lo abrazó con fuerza y, por un instante, encontró un poco de calma en su corazón.
Patricia no le contó nada de esto a Silvia, porque su madre tenía hipertensión y pensaba decírselo poco a poco después de emigrar.
Al día siguiente, presentó su solicitud de renuncia al departamento superior del tribunal.
Cuando Sofía y los compañeros de secretaría se enteraron, se sorprendieron.
—¿Patricia, te ganaste la lotería? Conseguir la plaza de juez es difícil, ¿y aun así te animas a renunciar?
Patricia sonrió. —Lo pensé bien y prefiero volver a ser abogada.
—Es verdad, ahora en Puerto Marfil los abogados ganan mucho. Entonces, de ahora en adelante serás la abogada Patricia, ¡contamos contigo!
Ella no les dijo que se iría a California a ejercer como abogada, que ya no volverían a verse.
Puerto Marfil era una ciudad que le traía dolor, y jamás regresaría.
Antes de terminar la jornada, recibió una llamada de un número desconocido.
Al contestar, se escuchó el llanto de Hugo.
—¿Es usted la mamá de Hugo? El niño comió algo en la guardería que le cayó mal, tiene un poco de fiebre... ¿quiere llevarlo al hospital para que lo revisen?
"¿Cómo podía estar Hugo en una guardería?" "¿Fiebre?"
El corazón de Patricia dio un vuelco; sin pedir permiso, salió corriendo hacia la guardería.
En el camino, llamó muchas veces a Silvia, pero nadie respondió.
No tuvo más remedio que llevar primero al niño al hospital.
Por suerte, todo fue un susto. El hospital le recetó unos medicamentos y, tras tomarlos, mejoró bastante.
No pudo evitar preguntarle: —¿Fue la abuela quien te llevó a la guardería? ¿Y sabes a dónde fue después?
Hugo bajó la mirada, jugando nervioso con sus pequeños dedos. Tras dudar un instante, respondió:
—La abuela fue a ganar dinero. Dijo que mamá trabaja demasiado y que yo debía portarme bien en la guardería. Que me compraría un helado...
Ella quedó aturdida; sus ojos se oscurecieron por un instante...
Seguramente pensaba que ella y Marcos habían discutido por problemas económicos y quería ayudar en lo que pudiera.
Media hora después, Silvia por fin devolvió la llamada, pero su voz sonaba baja, con un poco de nervios e inseguridad.
—Paty, ahora estoy trabajando como empleada doméstica en casa de unos empleadores. ¿Le pasó algo al niño?
El corazón de Patricia se encogió; no fue capaz de reprocharle nada.
Con la voz ahogada, preguntó: —Hugo está bien. ¿Tú no te cansas mucho? ¿Dónde estás? Voy a recogerte cuando salga del trabajo.
Silvia suspiró aliviada y su tono se volvió un poco más alegre. —Estos empleadores me los recomendó Marcos, tú tranquila. Les dije que era una amiga, no que yo vendría a trabajar... Solo quiero ayudarles a ustedes...
"¿Marcos la presentó?"
Él podía comprarle a Ana un diamante de cien millones de dólares como si nada y delante de ellas fingir ser pobre.
De verdad, ¿hasta cuándo pensaba seguir interpretando el papel de yerno arruinado?
Patricia no le dio más vueltas y, con su hijo, fue a la dirección que Silvia le había enviado.
Era una de las famosas villas en la ladera de Puerto Marfil.
El entorno era elegante, con Puerto de la Luna como telón de fondo, ofreciendo la vista nocturna más hermosa de la ciudad. Y el precio era exorbitante.
Patricia encontró el número de la casa en la dirección y presionó el timbre.
Hugo, en plena etapa de curiosidad, señaló la placa de la puerta y la leyó en voz alta.
—Villa Ana Estrella...
Esas palabras hicieron que el corazón de Patricia diera un vuelco.
En la placa negra y dorada estaba grabado "Villa Ana Estrella".
"Criiic". La puerta se abrió. La garganta de Patricia se sintió como si una mano enorme la apretara con fuerza, robándole el aire.
¡Quien abrió la puerta no era otra que Ana!