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Capítulo 3

En aquel trágico accidente, Regina protegió a Santos con todas sus fuerzas en un momento de extremo peligro, pero fue ella quien sufrió una fractura múltiple de costillas. Santos lloró desconsoladamente, lleno de dolor, pero Regina sonrió para consolarlo. —Santos, no llores. ¿Sabes? Dios creó a Eva para Adán a partir de su tercera costilla. Esa costilla es la más cercana al corazón y simboliza el amor más puro y hermoso. Ahora, hice un collar con mi tercera costilla y te lo entrego a ti; esa costilla me permitió protegerte una vez, y de ahora en adelante te acompañará y te cuidará siempre, estará pegada a tu corazón, latiendo junto a él. Pero ahora, para librar a Braulio de cualquier culpa, Regina fue capaz de decir a la ligera que eso solo era un collar sin valor. Regina pareció darse cuenta de que había sido demasiado dura y se apresuró a acercarse a Santos, rodeando con ternura sus hombros. —Ya, ya, Braulio no lo hizo a propósito. Solo es un collar, otro día te compro uno más caro, y si eso no basta... Regina tomó la mano de Santos y la puso sobre su propio pecho, bromeando. —Si de verdad no puedes superarlo, puedes abrirme el pecho y sacar otra costilla, ¿te parece? Cuanto más relajada y despreocupada era la voz de Regina, cuanto más usaba el tono de broma ligera, más se hundía el ánimo de Santos y mayor era su decepción. Sintió los latidos bajo su palma, fuertes como tambores. "Regina, la persona que ocupaba tu corazón, ya no soy yo." "Esa costilla, junto con todas aquellas promesas, ya la habías arrojado a la suciedad, volviéndola una baratija sin valor." Era momento de ponerle fin a todo. Santos se dio la vuelta y entró a la habitación, cerrando la puerta con llave. Dejó que su cuerpo se deslizara lentamente hasta quedar sentado contra el marco. No importó cuánto gritara Regina tras la puerta, Santos no la abrió. A la mañana siguiente, Regina ya había desaparecido sin dejar rastro. Apenas Santos encendió el celular, la pantalla se llenó al instante de notificaciones y noticias de farándula, todas sobre Regina. [¡La jefa de Holding Centenario gastó más de diez millones de dólares anoche para quedarse con el collar Mística Aurora, solo para hacer sonreír a su esposo Santos!] [¡Qué envidia! Regina vuelve a romper el récord de subasta, ¡su generosidad con su esposo no tiene límites!] Todos los comentarios eran del tipo: [¡Dios mío, qué envidia!] [¿Quién más podría encontrar una esposa como la señora Regina?] [Santos es muy afortunado de haber encontrado a una mujer que lo ama tanto.] Santos deslizaba la pantalla sin ninguna expresión, sintiendo los dedos fríos como el hielo. Justo cuando estaba a punto de cerrar la aplicación, un comentario inesperado llamó su atención: [Anoche yo también estuve en la subasta, sentado justo al lado de Regina. A su lado había un joven acompañándola. Ella estuvo pujando por varias de las mejores joyas para él, gastando una fortuna. ¿Ese Mística Aurora? Ja, fue porque ese hombre dijo que era vulgar y no le gustó, así que Regina lo compró para ella. ¿Acaso es la imagen de esposa amorosa? No se engañen.] Ese comentario fue como un rayo helado atravesando el corazón de Santos. Al instante, el comentario desapareció como si nunca hubiera existido. Solo quedaron en pantalla los mensajes de elogio y envidia, que hacían que el corazón de Santos se sintiera cada vez más apretado y doloroso, casi hasta dejarlo sin aliento. ¡Tan-tan-tan! Regina apareció de repente detrás de Santos y, como si hiciera un truco de magia, le mostró una caja de terciopelo rojo. —Cariño, mira —dijo mientras abría cuidadosamente la caja, con tono que mezclaba dulzura y una pizca de súplica. —Lo compré especialmente para ti. La Mística Aurora, única en el mundo. Considéralo mi forma de pedirte perdón. No te enojes más, ¿sí? Le entregó la caja a Santos con sumo cuidado, y una mirada cargada de ternura. Era como si no le estuviera entregando una simple joya, sino su propio corazón. La luz del sol atravesaba el enorme ventanal, haciendo que los diamantes rosados de la cadena brillaran con un resplandor de ensueño, deslumbrante. Pero para Santos, ese brillo reflejaba el derroche con el que Regina había consentido a Braulio la noche anterior en la subasta. Aquello era el "desecho" que Braulio no quiso, y que Regina simplemente le estaba entregando a Santos para salir del paso. La última chispa de calidez en el corazón de Santos se extinguió al instante, convirtiéndose en un frío eterno. Miró a Regina sin expresión alguna, sin siquiera intentar tomar la caja. —¿Qué pasa, no te gusta? —Preguntó Regina, presionando los labios con nerviosismo. Santos solo la apartó con indiferencia. —Déjala ahí, tengo que irme al hospital. A sus espaldas, Regina guardó la joya, desilusionada, y se quedó mirando en silencio a Santos por un largo rato. Después de salir, él estuvo un buen rato sentado solo en una cafetería, hasta calmarse antes de pedir un auto para ir al hospital. Sin embargo, apenas llegó a la entrada del hospital, la escena que presenció lo dejó paralizado. La entrada estaba completamente bloqueada; los flashes de las cámaras brillaban sin parar y los gritos del público eran ensordecedores. Un grupo de las celebridades más populares, que normalmente solo veía en televisión, se había reunido en la puerta del hospital. En el centro de la multitud, estaba Regina abrazando un enorme ramo de rosas de Ecuador que casi la cubría por completo, se hincó sobre una rodilla ante él. —Cariño, no te enojes más, lo de la joya fue mi culpa. ¿Me perdonas? Al terminar Regina, ese grupo de celebridades comenzó a cantar al unísono: —Cariño, te amo, te deseo lo mejor, nunca nos separaremos... La escena, con esa letra ridícula y la interpretación esforzada de los famosos, era tan espectacular como absurda. La mirada de Santos recorrió aquellas caras conocidas: todos eran celebridades que alguna vez había mencionado al pasar, y Regina realmente los había invitado a todos. A su alrededor, los comentarios de la multitud fluían como una marea. —Esta forma de reconciliarse es única. ¡Invitar a tantos famosos a cantar juntos! ¿Cuánto habrá costado esto? —¡Dios! Esa es mi hermana, la invitó la señora Regina. ¡Qué envidia, qué suerte tiene el doctor Santos! —En Río Brillante, todo el mundo sabe que la señora Regina es famosa por consentir a su esposo. Antes, para salvarlo, casi pierde la vida. ¡Eso sí es amor verdadero! Santos, parado en medio de la multitud, rodeado de aplausos y canciones ensordecedoras, solo podía mirar la cara llena de amor de Regina. Qué imagen tan perfecta de esposa devota y amorosa, qué acto tan conmovedor de afecto. Pero Santos solo sintió cómo un frío glacial le recorría el cuerpo desde los pies hasta la cabeza. Regina convirtió a Santos en el protagonista de un espectáculo pasajero, pero fue otro hombre quien se convirtió en el compañero de su vida. Regina le regaló rosas y palabras de amor a Santos, pero puso el nombre de otro hombre en su acta de matrimonio. Al final, Santos... No era nada.

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