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Capítulo 2

—Me lo quité. —Pero ese anillo lo hice yo mismo. Es la prueba de nuestro amor. ¿Por qué te lo quitaste? Liliana respondió con evasión: —He subido un poco de peso, ya no me queda bien. Entonces, Fernando pareció tranquilizarse y volvió a sonreír. —Otro día lo llevo a la joyería para ajustarlo de tamaño. —Ya veremos. —Por cierto, ¿qué es eso en la mesa? Él, un poco sorprendido, señaló la delicada caja de joyería que estaba sobre la mesa. —Liliana, ¿es un regalo para mí? Ella asintió. —Sí. Adentro había un pequeño bloque de plata. Había fundido su anillo de bodas y lo puso ahí. Pero Fernando estaba muy contento. —¿Qué día es hoy? ¿Me preparaste un regalo por iniciativa tuya? El corazón de Liliana se enfrió una vez más. —Hoy... es nuestro aniversario de bodas. La cara de él cambió de inmediato. Se puso muy serio. Intentó, suplicando, consolar a Liliana: —Perdón, Liliana, de verdad he estado muy ocupado. ¿Qué te parece si hoy salimos a cenar? Ahora mismo hago una reserva... —No hace falta, ya cené. —Entonces, ¿vamos a ver el paisaje nocturno? ¿Damos un paseo por el río? —Estoy cansada, quiero dormir. Fernando la rodeó por la cintura desde atrás, tratando de complacerla. —Vamos, Liliana, hace mucho que no salimos a pasear juntos. Siento que has estado algo distante. Si seguimos así, voy a dudar de que me quieres. "¿Soy yo la que dejó de amar?" "Fuiste tú quien primero puso a otra persona en tu corazón." "Fue tu corazón el que se alejó de mí." "Esta vez, voy a recuperar mi corazón para siempre. Y con él, todo mi ser." De camino a la salida, Fernando decidió conducir. Le contaba con una sonrisa todas las cosas que había visto y oído. Ella se sentó en el asiento del copiloto. Giró la cabeza y miró por la ventana, como si no escuchara nada. Pero, cuando se había puesto el cinturón de seguridad, sacó de la ranura del asiento una media de mujer. Obviamente, había sido usada. La volvió a guardar en su sitio. Actuó como si nada hubiera pasado. Como había decidido irse, no quería discutir más con él. Aparte de escuchar sus mentiras inútiles, no podría conseguir nada más. Si no podía conseguirlo, solo lo dejaría pasar. Al llegar a la orilla del río, él bajó primero del auto y le abrió la puerta. —Hemos llegado. Liliana no quería salir. Pero ese río era dónde solían ir cuando recién empezaron a salir juntos. Pensó que, si todo empezó allí, entonces allí debía terminar. —¡Guau, ese es el jefe Fernando que salió hoy en la tele! ¡Él hizo los anillos de boda a mano! —¡Sí, me acuerdo, un hombre muy bueno! —¡Incluso la ayuda para que no se golpee la cabeza al bajar! ¡Es tan atento! Mientras decían esto, sonó el teléfono de Fernando. Él, un poco apenado, le dijo: —Perdona, ¿puedes esperarme un momento? Es un asunto de trabajo. Regreso enseguida. —Ve, no te preocupes. —Quédate aquí y no te vayas a ningún lado. De nuevo, alrededor se escucharon murmullos. —El jefe Fernando trata a su esposa como si fuera su hija, hasta teme que se le pierda. —¡La consiente demasiado! Liliana, con la cara seria, permanecía de pie junto al río. Contemplaba los reflejos de luz en la superficie del río. Cuando Fernando vio el nombre que aparecía en la pantalla de su celular, no pudo ocultar la sonrisa en sus labios. Era una expresión de cariño, dulzura y también un poco de picardía. No era una llamada de trabajo. A ella ya no le interesaba desenmascararlo. El viento junto al río era frío. Así que volvió al auto a esperarlo. En la pantalla dentro del auto, la cuenta de Fernando seguía abierta; estaba sincronizada con su celular. Las conversaciones seguían apareciendo una tras otra. La persona de la llamada aparecía como [Nati glotona]. Fernando le envió: [¿Me extrañaste?] Nati glotona respondió: [Las noches sin ti se sienten un poco vacías]. Fernando respondió: [Qué mujer tan insaciable, ¿no te bastó con que te diera hasta siete veces?] Nati glotona respondió: [No, Fernando, todavía quiero más]. Fernando respondió: [Está bien, mañana en la oficina te voy a satisfacer]. Nati glotona respondió: [Jaja, entonces mañana voy a ir a trabajar con medias negras]. Los siguientes mensajes eran aún más difíciles de leer. Estaban llenos de palabras vulgares y coqueteos. Liliana sintió un sinsabor. Solo apagó la pantalla. Empezó a temblar. Sin poder distinguir si era de frío o de rabia, hundía sus uñas en la carne de sus manos. Fernando regresó, después de unos quince minutos. Cuando se sentó de nuevo en el auto, puso la mano sobre el pecho y soltó un suspiro de alivio. —Cuando terminé la llamada y no te vi, me asusté mucho. Por suerte, estás bien. Ella ya no quería verle la cara de hipócrita y bajó la cabeza mirando sus propias manos. —Hacía frío afuera, así que regresé. —Está bien. Donde tú quieras estar, ahí te puedes quedar. Liliana levantó la cabeza. Después de leer su conversación, esa frase adquirió para ella otro significado. "Donde tú quieras estar, ahí te puedes quedar". "Esa media que estaba en la ranura del asiento del copiloto..." "¿Acaso ellos también habían tenido sexo en el asiento delantero?" Liliana sintió una profunda repulsión. Abrió la puerta del auto y vomitó.

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