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Capítulo 315

“A decir verdad, estoy mucho mejor ahora. ¡Parece que ya no te odio tanto!”. Stella respiró hondo: “Quería pasar el resto de mi vida junto a mi hijo y no volver a verte jamás. Nunca imaginé que volvería a encontrarte y que tú reconocerías a Adrian, aunque… Pensándolo bien, debió ser cosa de la providencia, que quiso que tú y él se encontraran”. Stella habló con voz monótona, como si hubiera perdonado el pasado y olvidado el dolor de ese año. En el fondo, todavía estaba resentida, pero el tiempo se lo llevaría todo. Hubo un momento en que sintió que lo odiaba hasta la médula y deseaba no verlo nunca más. Luego, los malos recuerdos se desvanecieron. Ni siquiera quería recordar cuando se mudó a la mansión de RK y la vida había llevado. Parecía que el amor y el odio se desvanecían lentamente con el paso del tiempo, sin que ella pudiera evitarlo. ¡Mejor así! Todo aquello era pasado. Ella era una persona normal y corriente, y él también, por lo tanto, los encontronazos eran inevitables, al igual que el distanciamiento entre ellos. Así era. “¡RK, ya no te odio!” Stella dejaría ir el odio y el amor del pasado. Tal como dice el dicho: ‘Todas las cosas que existen desaparecerán, y su esencia, al desaparecer, probó su existencia’. Puede que no lo comprendiera en este momento, pero el tiempo sería un buen maestro. Sin embargo, de algo estaba segura, sin importar cuánto dolor sintiera, todo terminaría algún día. Pero si seguía aferrándose a eso, desperdiciaría la belleza del presente. Ella ya conocía el significado del sufrimiento, así que, ¿para qué seguir pensando en eso? Era preferible dejar de torturar a los demás y, sobre todo, a sí misma. Por la tarde, a Stella le apeteció un té con leche. RK no quería complacerla, pero cuando pensó en cómo rechazó su pedido de sopa picante y fideos de arroz hacía dos días, se le ablandó el corazón y decidió ir a buscárselo. “¿Serías tan amable de traerme también un vaso de agua con limón?”, le pidió ella antes de que saliera. ¡Vaya, ella estaba pidiendo una milla después de obtener una pulgada! RK enseguida se arrepintió de ser tan condescendiente. ¡M*ldición, se comportaba como una niña caprichosa! Tan pronto como RK se fue, Stella se recostó en la cama y se dedicó a pasar el rato jugando. ‘Protege las zanahorias, ruge, ja, ja, ja, pequeño monstruo, vete al infierno. Mira mi sol, y otro avioncito y un pequeño cohete’. ¡Oh, cielos!, sus zanahorias… De pronto, alguien abrió la puerta de la habitación. “¡Qué rápido viniste! ¿Trajiste mi limonada?” Tan pronto como Stella se dio la vuelta, vio a David. La sorpresa causó que hiciera un movimiento brusco y de inmediato sintió un dolor agudo, por lo que tuvo que recostarse otra vez. “¡Stella!, ¿qué te pasó?”, preguntó él, apresurándose a ayudarla. “¡Nada! ¡Ya estoy bien!”, dijo ella acomodándose boca abajo. “¿Qué fue lo que te ocurrió? ¿Cómo te caíste del edificio?”, quiso saber David, frunciendo el ceño. Antes de entrar ya había conversado con el médico y este le dijo que después de que se recuperara de sus lesiones, ella probablemente necesitaría un injerto de piel para eliminar la cicatriz en la espalda. “Estoy bien. Solo fue un accidente”, replicó la joven secamente. Lo cierto es que le incomodaba su presencia y no tenía intención de entablar una conversación entre padre e hija. “Stella, sé que me culpas por lo de tu madre, pero debes saber que hubo una razón. Hice cosas equivocadas y tuve que compensar de alguna manera a Isabella y a Sophia. Tú saliste perjudicada, te he ignorado todo este tiempo y solo puedo decirte cuanto lo siento”. Por primera vez en más de veinte años, David le habló con el corazón a su hija. La culpa y el arrepentimiento no podían ocultarse. Ella nunca había esperado que las acciones de David tuvieran algo que las justificara. “Sé que te he hecho daño, pero por favor, ¡perdóname! Tuve mis razones para comportarme como lo hice”. ¡Así que había una historia! No podía ser de otra manera: “Solo quiero saber por qué mi madre se divorció de ti ese año. ¿Fue a causa de alguna aventura? ¡Isabella…! Ella no se comparaba a mi madre, ¡de ninguna manera! Si hasta tenía un hijo… No pudiste ser tan miope, seguro debió haber otro motivo”, dijo Stella, mientras observaba cuidadosamente la reacción de su padre. “Bueno… Tu madre no podía tolerar a quienes tuvieran puntos de vista diferentes. Quiso divorciarse de mí porque se enteró de la existencia de Isabella y de Sophia. No hubo otra razón”. David se detuvo un instante antes de añadir: “¿Por qué lo preguntaste? ¿Alguien te dijo algo?” “Papá, si viniste para disimular conmigo hoy, creo que deberías marcharte. ¡Sí!, alguien me contó lo que pasó, solo que quiero escuchar tu versión de por qué mi madre y tú se divorciaron. Y de tu relación con Isabella. Deberías decírmelo todo”. Stella supuso que alguien más debía estar enterado de lo ocurrido, por eso mintió, para obligarlo a decir la verdad. “¡Así que él se atrevió a contártelo!”, exclamó David, mordiendo el anzuelo. “Papá, ¿todavía pretendes ocultarlo? ¿Cuánto tiempo creíste que podrías hacerlo? Tarde o temprano me iba a enterar”, continuó diciendo Stella. Estaba claro que David no tenía la mente muy clara ese día, porque de lo contrario, ella no habría podido engañarlo tan fácilmente. “Voy a ser franco contigo. Yo amaba mucho a tu madre, pero no tuve más remedio que divorciarme de ella”.

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