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Capítulo 3

Ella entró en la villa. En cuanto abrió la puerta, vio a su padre, Sergio, a su madrastra, Belén, y a su media hermana, Raquel, sentados juntos en el sofá de la sala, claramente esperándola. Cuando Sergio la vio llegar con olor a alcohol y la ropa desordenada, su cara se ensombreció de inmediato. —¿Dónde estuviste otra vez? ¡Mira la hora que es! ¡Y vestida de esa forma tan provocativa! ¿Qué imagen das? Amelia no tenía ganas de discutir con él, y se dirigió directamente hacia las escaleras. —Ya no me voy a casar con él, así que a dónde voy o qué me pongo es asunto mío. En ese momento, Raquel se levantó y se acercó a ella, con una leve expresión de satisfacción apenas perceptible en su cara. —Hermana, papá dijo... Que decidiste cederme el compromiso matrimonial. ¿Es verdad? Amelia sintió náuseas ante aquella actitud hipócrita. —Sí, te lo doy. Al fin y al cabo, ¿no te encanta recoger las sobras? —¡Amelia, qué barbaridades estás diciendo! —exclamó Sergio, furioso—. ¡Un hombre tan bueno como Gabriel es un sueño imposible para muchas! ¡Te advierto que ya fui a hablar con la familia Delgado para hacer el cambio! Y, en efecto, ellos están más satisfechos con Raquel que contigo. ¡Más te vale no arrepentirte después! Amelia soltó una leve risa y dijo firmemente: —Tranquilo. Yo nunca me arrepiento de lo que hago. Al oír eso, Belén suspiró con tono burlón desde un lado. —Ay, Amelia... No es por criticarte, pero tu carácter es demasiado salvaje. Sin ese matrimonio con los Delgado, ¿quién de una buena familia se atrevería a aceptarte...? La mirada de Amelia se volvió fría, sus hermosos ojos brillaban con una intensidad cortante. —¿Y tú quién te crees para darme lecciones? Solo eres una amante metida a la fuerza. Más bien preocúpate por tu hija. Al final, las cosas que se roban... Hay que ver si puedes mantenerlas. No vaya a ser que al final no consigas nada y termines pagando el precio por querer aprovecharte. Belén se quedó con la cara desencajada y Sergio, enfurecido, estuvo a punto de estallar de nuevo. Amelia, sin embargo, no tenía intención de seguir perdiendo el tiempo con ellos. Subió las escaleras y regresó a su habitación. A la mañana siguiente, antes de que Amelia despertara, Gabriel ya había llegado a la casa. Conservaba ese porte frío, reservado y elegante, con su habitual actitud meticulosa. Al ver a Amelia, lo primero que dijo fue: —La carta de reflexión. Ella estaba recostada contra el marco de la puerta, con su pijama holgado, dejando al descubierto una delicada clavícula. Bostezó perezosamente. —No la escribí. Y no pienso escribirla nunca más. La cara de Gabriel se ensombreció al instante, y su tono estaba claramente cargado de molestia. —Amelia, ¿cuándo vas a aprender a obedecer? —Yo nací siendo así. —Sostuvo su mirada, con esos ojos hermosos llenos de rebeldía—. ¿Obedecer? Eso es imposible en esta vida. Porque no me gusta que nadie me controle. —Tú... Justo cuando la tensión entre ambos alcanzaba su punto máximo, Raquel apareció en el momento oportuno. Vestía un vestido sencillo y elegante, con modales impecables y una suave sonrisa en la cara. —Gabriel, no regañes a Amelia —dijo con una voz apacible mientras le extendía una hoja de papel con una caligrafía ordenada—. Tal vez ayer estaba de mal humor y por eso fue al bar. Esta carta de reflexión... Ya la escribí yo por ella. ¿Está bien así? Gabriel tomó la carta, le echó un vistazo y, al volver la vista hacia Amelia, su expresión reflejaba una decepción aún más profunda. —Mira a Raquel, y luego mírate a ti. Las dos crecieron en la casa de los Barrera, ¿por qué no puedes aprender un poco de su sensatez y buenos modales? —Está bien, olvidemos lo de anoche. Pero no lo repitas. Ve a cambiarte de ropa, me vas a acompañar a una recepción de negocios. Amelia lo rechazó sin pensarlo. —No quiero ir. Llévate a Raquel. Ella encaja mejor con tus estándares, ¿no? Las cejas de Gabriel se fruncieron con fuerza. —¡Amelia! La prometida la elegí yo, y eres tú. Esa frase fue como una aguja que, sin previo aviso, se le clavó en el pecho. Él se casaba con ella, no porque la amara, sino porque el compromiso ya estaba pactado, y la familia Delgado no podía echarse atrás de repente. No tenía nada que ver con el amor. Si hubiese podido elegir, seguramente habría escogido a Raquel desde el principio. En esta vida, ¡Amelia lo iba a dejar satisfecho! Raquel no tardó en intervenir con una voz suave. —Gabriel, tal vez Amelia no está muy acostumbrada a este tipo de eventos formales. ¿Qué te parece si... la acompaño? Si en algún momento se le escapa alguna norma de etiqueta, puedo recordársela discretamente. Mientras hablaba, sin darle opción a negarse, le tomó el brazo a Amelia con una suavidad forzada y tiró de ella escaleras arriba. —Amelia, voy a ayudarte a elegir tu vestido. Apenas entraron en la habitación, Amelia se zafó bruscamente de su mano, con la mirada helada. —Ya no hay nadie más aquí. ¿Para qué sigues actuando ese numerito de hermanita amorosa? La dulzura en la cara de Raquel desapareció al instante, aunque su tono seguía siendo calmado. —Amelia, estás equivocada. Yo sí quiero llevarme bien contigo, de verdad. —¿Llevarte bien conmigo? ¡Eso jamás! ¡A menos que te mueras! No, espera... ¡Incluso si te mueres, voy a bailar sobre tu tumba para celebrar que por fin te fuiste! ¡Y ojalá te lleves contigo a esa madre tuya! Raquel se puso pálida ante su brutal franqueza, y finalmente no pudo contenerse más. —¡Amelia! ¡No te pases! ¿Crees que yo quiero andar detrás de ti, intentando agradarte? Te lo advierto: cuando Gabriel se entere de que la novia soy yo, ¡va a estar más que feliz! ¡Una persona como tú, sin modales, no es digna de él! —¿Ah, sí? —Amelia alzó una ceja y se acercó con una expresión sarcástica en la cara—. Entonces, ¿por qué no se lo dijiste directamente hace un momento? ¿Es que no confías en ti misma y temes que, si se entera, se arrepienta y te deje?

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