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Capítulo 4

—¡Estás mintiendo! —Chilló Raquel como una gata a la que le hubieran pisado la cola—. ¡Si él se entera, solo se alegrará de que la novia sea yo! No lo dije porque quería darle una sorpresa el día de la boda. ¡Así que más te vale mantener la boca cerrada! —Tranquila, en las cosas íntimas entre ustedes, los novios, no tengo ningún interés en meterme. En esta vida, ella solo quería ser ella misma. Al final, Amelia fue llevada por la fuerza a la recepción. En la fiesta, la gente vestía con elegancia y el ambiente era muy animado. Amelia eligió un vestido largo rojo, con la espalda descubierta y sumamente llamativo, que contrastaba fuertemente con el sobrio y elegante vestido blanco de Raquel. Cuando llegó el momento del primer baile, Gabriel dirigió la mirada de un lado a otro entre Amelia y Raquel, y finalmente, extendió la mano hacia Raquel. De inmediato, comenzaron a escucharse susurros a su alrededor. —Qué raro, ¿no es Amelia la prometida del señor Gabriel? ¿Por qué invitó a su hermana? —¿No es obvio? Al parecer, el señor Gabriel está más complacido con la señorita Raquel. —Claro, la señorita Raquel se comporta con gracia y sabe estar a la altura. En cambio, la señorita Amelia... Bella, sí, pero tan imprudente y caprichosa. Realmente no parece adecuada para ser la señora de una familia tan estricta como los Delgado... Gabriel pareció no escuchar los comentarios. Miró a Amelia y explicó con tono indiferente: —Tú no sabes bailar este tipo de vals formal, así que esta vez puedes aprovechar para aprender con Raquel. Dicho esto, tomó la mano de Raquel y se dirigió con ella al centro de la pista. Ambos, danzaban con armonía, luciendo como una pareja perfecta que acaparaba todas las miradas del salón. Amelia los observó girar bajo las luces deslumbrantes, sin sentir mucha envidia, solo fastidio. No tenía ganas de seguir mirando. Caminó por su cuenta hacia la zona del catering, comió algo al azar y luego salió a la terraza del salón a tomar aire. La brisa nocturna traía consigo un frescor que disipó un poco la incomodidad en su pecho. Sin embargo, no pasó mucho tiempo antes de que una figura insistente también saliera tras ella. Era Raquel. Todavía tenía en la cara el rubor que le había dejado el baile, y en sus ojos brillaba una mezcla de orgullo provocador y la arrogancia de una vencedora. —Amelia, ¿por qué estás aquí sola, tomando aire? ¿Acaso te resultó insoportable vernos bailar, y por eso viniste a esconderte? —Se acercó con un tono cargado de una ostentación sin disimulo—. Ya te lo dije: no importa quién sea, incluso Gabriel siempre elegirá a alguien más correcta y recatada, como yo. Hizo una pausa, luego bajó la voz para decir con una ferocidad que helaba los huesos: —Pero hablando de eso, realmente das lástima. En aquel entonces, tu madre no pudo competir con la mía, y ahora tú tampoco puedes competir conmigo. Supongo que esto es... Un fracaso que se transmite por la sangre, ¿no? Si solo hubiera sido una provocación común, Amelia tal vez ni siquiera le habría prestado atención. Pero Raquel no debía tocar esa línea... No debía insultar a su madre, que ya había fallecido hacía tanto tiempo. La mirada de Amelia, antes tranquila, se volvió de pronto fría y afilada. Giró la cabeza bruscamente y, sin la menor advertencia, levantó la mano y le dio a Raquel una bofetada feroz. Ella recibió el golpe con tal fuerza que su cabeza se desvió hacia un lado. En su mejilla quedó marcada al instante la huella nítida de cinco dedos. Se cubrió la cara, mirando a Amelia con incredulidad. —Tú... ¿Tú te atreviste a pegarme? —¿Y qué si te pegué? —Amelia avanzó paso a paso, con un aura imponente, su cara radiante ahora cubierta por una capa de hielo—. No solo me atreví a pegarte... También me atrevería a matarte de una patada. La sujetó del cuello del vestido y la arrastró hacia el borde de la terraza. —¿De dónde sacas la confianza? ¿Cómo te atreves a provocarme cuando estamos solo las dos? Raquel, ¿ya se te olvidó que desde niña practiqué taekwondo? Encargarme de una mujer que solo sabe fingir fragilidad es demasiado fácil. Raquel miró hacia abajo, hacia el suelo distante, sintiendo cómo el miedo se mezclaba con la furia, y su voz se quebró por completo. —¡Amelia! ¿Te atreves a empujarme? —Ahora mismo vas a ver si me atrevo o no. Apenas terminó de hablar, Amelia levantó el pie, calzado con un tacón de aguja, y lanzó una fuerte patada. —¡Ah...! El grito aterrorizado de Raquel desgarró la noche. Su cuerpo perdió el equilibrio, chocó contra la barandilla decorativa del borde de la terraza, que no era muy resistente, esta se rompió, y entonces Raquel cayó directamente hacia abajo.

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